Quienes van de turistas por Ashgabat —‘Ciudad del amor’ en árabe—, no pueden cerrar la boca del asombro. La también llamada «Ciudad del mármol» destella con su pétrea blancura. No se sabe qué ver primero, si su Monumento a la Neutralidad —una torre de casi cien metros de altura que culmina con una estatua de oro del primer dictador de Turkmenistán—, o su Parque de la Independencia, repleto de estatuas, esculturas monumentales y grandiosas fuentes —Ashgabat es la ciudad con más fuentes de todo el mundo—, o el Palacio de las Bodas, registro civil oficial en forma de pirámide-estrella sobre la cual se asienta una esfera rodeada de estrellas de ocho puntas.
Dos gobernantes
Así es toda Ashgabat, la capital de Turkmenistán localizada en el desierto de Karakum, cerca de la frontera con Irán, junto a los montes Kopet Dag. Cuenta con una población aproximada de 950 mil habitantes y desde 1991, año en que esta exrrepública soviética proclamó su independencia de la URSS, ha estado regida por dos dictadores: Saparmurat Niyazov, quien antes de morir en 2006 saturó Ashgabat de lujosos edificios de mármol y estatuas de oro de sí mismo; y Gurganbulí Berdimujammédov, que ha ejercido un gobierno aparentemente menos totalitario que su predecesor y se ha limitado a poner su enorme retrato al frente de todas las oficinas de gobierno.
Las estatuas y monumentos alusivos a Niyazov permanecen en casi cualquier punto influyente de la ciudad. Su culto a la personalidad llegó a tal grado que se autodenominaba Turkmenbashí, ‘Padre de todos los turkmenos’, y cambió los nombres de los meses del año y de los días de la semana; por ejemplo: enero pasó a llamarse Turkmenbashí y en abril, Gurbansoltam Edzhe, el nombre de la madre de este jefe de Estado.
Un vacío monumental
Pero además de la monumentalidad de Ashgabat, hay algo más que sobrecoge a quien camina por sus calles. ¿Dónde están sus habitantes? Las aceras lucen casi vacías, pocos autos transitan por sus bien pavimentadas avenidas, los edificios pueden retratarse sin que nadie se atraviese en el horizonte. Esta soledad le da a la ciudad una extraña cualidad de irrealidad, como si se caminara por una zona ficticia, por una escenografía abandonada antes de haber sido usada. ¿Qué esconden los blancos muros de sus edificios, qué se oculta tras las cascadas de sus fuentes?
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