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Prosopagnosia

El término prosopagnosia —del griego πρόσωπον, prósopon, ‘cara’, y de  γνωσία, agnosía: ‘sin conocimiento’— fue acuñado en 1947 por el neurólogo alemán Joachim Bodamer, y se refiere a la interrupción selectiva de la percepción de los rostros, tanto del propio como del de los demás.

—Segunda de dos partes—

Cortocircuito

El término prosopagnosia —del griego πρόσωπον, prósopon, ‘cara’, y de  γνωσία, agnosía: ‘sin conocimiento’— fue acuñado en 1947 por el neurólogo alemán Joachim Bodamer, y se refiere a la interrupción selectiva de la percepción de los rostros, tanto del propio como del de los demás. En 1940, tras examinar a dos pacientes que habían sufrido graves heridas durante la ii Guerra Mundial, Bodamer notó que a pesar de su capacidad para ver las caras, ya no podían reconocerlas, por lo que supuso que la visión y el reconocimiento representaban diferentes funciones cerebrales, que se alteraban a raíz de un cortocircuito que ocurría en el cerebro de modo selectivo.
En los siguientes años, los físicos descubrieron el mismo fenómeno en víctimas de golpes y otros daños neurológicos, cuando el tejido cerebral se había dañado en la transición entre los lóbulos occipital y temporal. El primer caso de prosopagnosia congénita, sin embargo, no apareció en la literatura médica sino hasta 1976: una niña que reconoció a sus compañeros de escuela sólo hasta haber estudiado sus voces y ropa por más de dos meses. Y durante los siguientes 25 años, sólo una docena de casos salieron a la luz.
Hasta hace poco, se pensaba que esta ceguera facial era extremadamente rara, con sólo cien casos documentados alrededor del mundo —y la mayoría de ellos la había adquirido como resultado de traumas cerebrales o golpes—. En los últimos años, sin embargo, se ha descubierto que mucha gente nace con prosopagnosia, a causa de una alteración genética.
Los cerebros de los prosopagnósicos sí son capaces de distinguir entre los diferentes rostros. De hecho, sus áreas de reconocimiento facial son bastante sensibles; lo que cambia es que la información que ahí se genera no se comunica a otras áreas en los lóbulos frontales y parietales, región donde se dispara la conciencia. Sin embargo, distintos estudios han mostrado que aunque los prosopagnósicos pueden no ser capaces de distinguir la cara de un ser querido de la de un extraño, sí tienen una respuesta emocional específica —sudoración, aceleración de ritmo cardiaco, etcétera— cuando se les muestra el rostro de alguien a quien quieren.

Enfermedades relacionadas con la prosopagnosia

Acromatopsia. Se asocia con distorsiones en la visión del color, debido a la proximidad entre las áreas sensibles al color y a los rostros.
Amusia. Esta enfermedad consiste en la incapacidad de reconocer una melodía específica o las reglas generales de una estructura melódica. Quienes padecen amusia no son capaces de detectar una melodía fuera de tono, ni de reconocer melodías sin letra o de mantener una tonada en mente, incluso cuando la acaban de escuchar.
Agnosia visual. Se caracteriza por la incapacidad de percibir algo, a menudo muy específico de un objeto determinado, y así, distinguirlo de otros objetos similares. Quienes la padecen llegan a dar palmaditas en la cabeza a los parquímetros, creyéndolos cabezas de niños, o a dirigirse cordialmente al mobiliario, asombrándose de que no conteste.
Síndrome de Capgras. Los pacientes reconocen a individuos familiares, pero piensan que han sido reemplazados por impostores. A diferencia de los prosopagnósicos, los pacientes con Capgras no muestran reacciones emocionales cuando se les presentan caras familiares. Uno de estos casos aparece en la película Comédie de l’ Innocence — La comedia de la inocencia— (2000), dirigida por Raoul Ruiz y escrita por Massimo Bontempelli y François Dumas.

Un sombrero grande

Dada la importancia de las caras en la interacción humana, la dificultad de percibirlas puede ser social y profesionalmente agobiante. No poder reconocer a un amigo cercano, algún miembro de la familia, cliente, jefe o compañero de trabajo ocasiona a los prosopagnósicos tal vergüenza y confusión, que algunos de ellos deben evitar los lugares públicos por temor a la humillación.
Sin embargo, la mayoría se vale de otras tácticas para esconder su deficiencia: un dentista, por ejemplo, pondría especial atención a los dientes de la gente; otros se fijarían en sus zapatos, su forma de vestir o en determinados accesorios —un sombrero grande, por ejemplo—; algunos más en el peinado, en las expresiones faciales o en lunares característicos; otros en la voz, la postura, la forma de caminar o algún tic nervioso.
Por supuesto, aunque estos trucos no funcionan tan bien como un sistema de reconocimiento normal, ayudan considerablemente a evitar situaciones incómodas o vergonzosas —como el pasar toda la noche platicando cómodamente con alguien, ir por unos tragos y regresar para darse cuenta de que ha olvidado con quién hablaba, o confundir a su esposa con otra, o a Michael Jackson con Barack Obama.
Para contactar a Karla Covarrubias, síguela en Twitter como @karla_kobach.


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