Imaginemos un futuro en el que la humanidad es gobernada —más bien dominada— por ancianos. Los avances en la medicina han conseguido que los mayores puedan prolongar su vida por décadas, conservando íntegramente su salud, si bien no su cuerpo: el statu quo de esta sociedad geriátrica depende de que existan cuerpos jóvenes que, con base en la Ley de Donación Obligatoria de Órganos, suministren riñones, pulmones y otras piezas de repuesto a sus dirigentes. Conoce el futuro de los transplantes…
Me haré tan importante que la sociedad me deberá mil trasplantes. Y un año de estos recuperaré el riñón que me falta. Tendré tres riñones o cuatro, o cincuenta: todos los que necesite. Y un corazón o dos. Y algunos pulmones. Y un páncreas, un bazo y un hígado. No podrán negarme nada… [Robert Silverberg, «Trasplante obligatorio»].
Este cuento de Robert Silverberg, escrito en 1972, muestra un mundo en donde el aumento exponencial de la proporción de ancianos y el incremento de la esperanza de vida ocasionan que la demanda de órganos lleve a la clase dominante a tomar medidas radicales para disponer siempre de lo que sea que requieran que se les trasplante.
Actualmente hay trasplantes de corazón, riñones, pulmones, hígado, intestinos y páncreas, así como de córneas, oído medio, válvulas cardiacas, huesos, cartílagos, tendones y ligamentos. Lo que no hay, sin embargo, son donadores suficientes: personas que consideren que, después de muertas, sus órganos son más valiosos dentro de otra persona que los requiera en vez de enterrados hasta el final de los tiempos, reducidos a cenizas o como abono o comida de peces en el mar.
Nuestra realidad con respecto a la necesidad de abastecer órganos de repuesto suficientes no es muy distinta de lo vislumbrado por la ciencia ficción hace más de cuatro décadas.
Ante esta situación, la lista de posibles opciones para el futuro de los trasplantes que contempla la investigación biomédica actual es un tanto más prometedora, y bastante menos autoritaria que en la historia de Silverberg.
Opción 1: Órganos artificiales
Si no tenemos un corazón fresco y natural a la mano, ¿por qué no hacer uno? Un órgano artificial es, precisamente, una parte del cuerpo fabricada por el hombre, que al ser implantada o integrada en un paciente, le permite continuar viviendo de manera más o menos normal. Lo de «más o menos» se debe a que nuestra tecnología no ha resuelto uno que otro problema que surge al introducir un aparato dentro de nosotros, y pretender que siga funcionando durante el resto de nuestra vida sin necesidad de cambiarle las pilas o de darle de vez en cuando mantenimiento, lo que en ambos casos se traduce en una nueva visita a la sala de operaciones para abrirnos y hacer los ajustes necesarios.
—Mi trabajo es simple. No puedes pagar tu auto, el banco te lo quita. No puedes pagar tu casa, el banco te la quita. No puedes pagar tu hígado, ahí es donde entro yo. [Remy —Jude Law— en Repo Men (2010), dirigida por Miguel Sapochnik].
Los órganos artificiales tienen dos enormes ventajas sobre los «naturales»: 1) están hechos de materiales que evitan que el cuerpo del paciente los rechace; 2) pueden ser diseñados «a la medida» del cliente. En otras palabras, con ellos se evita el tener que buscar entre los posibles donantes a aquel cuyo órgano reúne las características adecuadas y requeridas por el paciente. El problema está en que todavía estamos lejos de poder adquirir el órgano que se nos ocurra —así sea con créditos hipotecarios, como en el filme Repo Men.
Los tres principales órganos en cuya construcción se han hecho avances fundamentales son el corazón, el hígado y los pulmones. Pero en la historia del desarrollo de los órganos artificiales, es el corazón quien ocupa el lugar estelar, desde que en 1885 Max von Frey y Max Gruber construyeron la primera máquina corazón-pulmón, hasta exitosos casos como los de Angelo Tigano y Craig Lewis, quienes desde agosto de 2010 y marzo de 2011, respectivamente, son cyborgs: seres con partes orgánicas y artificiales —su corazón, en este caso—. El dispositivo de Lewis tiene además la curiosa peculiaridad de que no late: el flujo de sangre es continuo y, en consecuencia, desde que lo lleva en su pecho este paciente no incluye el pulso entre sus signos vitales.
Opción 2: Xenotrasplantes
Si nuestros hermanos humanos deciden conservar la integridad de su cuerpo aun después de muertos, no es mala idea voltear a ver a otras especies menos egoístas en busca de ayuda para reemplazar nuestras partes averiadas, lo que en términos técnicos se conoce como xenotrasplantación.
—Señora, le pondré ovarios de mona— declaró mirándola con severidad. —¿De mona, profesor, es posible? —Sí— fue la respuesta inexorable. [Mijaíl Bulgákov, Corazón de perro (1925)].
Los xenotrasplantes se realizan con órganos provenientes de especies, como cerdos o babuinos, que han sido modificadas con genes humanos para obtener un organismo transgénico. Los biotecnólogos combinan moléculas de adn de diferentes fuentes para conseguir una sola molécula con genes humanos que provienen del paciente que requiere el órgano porcino o monesco y que engañan a su sistema inmune, el cual los reconoce como propios, por lo que desaparece la posibilidad de que el paciente los rechace.
¿Quién necesita entonces, como en la distopía exhibida en el filme La isla, gastar una fortuna para que lo clonen y conserven a su copia viviente como «humano de repuesto» en caso de necesitar un órgano, si cada quien podría mandar a hacer su propio cochinito transgénico?
En el «Salón de la Fama de la Biotecnología» —de haber uno— mucho menos famoso que la oveja Dolly, es Astrid, el primer cerdito transgénico, nacido en 1992; la próxima vez que comamos chicharrón en salsa verde, no estaría de más que recordásemos a quien fue el más humano de los chanchos, pues tal vez en una fecha no muy distante llevemos una parte de sus hermanos dentro de nosotros. Pero antes de que ello ocurra, los científicos necesitan asegurarse de que no exista ningún riesgo de que algún virus de estos «puercos de reserva» pueda transmitirse a nuestra especie.
Y aunque por el momento no hay entre nosotros humanos con órganos porcinos, en 1682 un noble ruso, en sentido opuesto a la novela Corazón de perro, recibió un trasplante canino: una parte del cráneo de un perro sirvió para reparar el suyo. No ha sido el único xenotrasplante de la historia: en 1963 recibieron riñones de chimpancé 13 pacientes, sobreviviendo uno de ellos durante nueve meses.
Opción 3: Células madre
Ésta es la solución más polémica en el tema de los trasplantes. Las células madre son células que se dividen y dan lugar a las diferentes células especializadas que forman los tejidos y órganos de nuestro cuerpo. En los trasplantes de médula ósea —que es un tipo de tejido que se encuentra dentro de los huesos— las células madre provienen del propio paciente —son autotrasplantes—, no hay riesgo alguno de rechazo, y si fabricamos tejidos y órganos a partir de nuestras propias células madre, entonces podemos autotrasplantarnos lo que necesitemos cambiar —aunque, si ya nos ponemos quisquillosos con los términos, para hablar de un autotrasplante en toda la extensión de la palabra, el paciente tendría que operarse a sí mismo.
Damas y caballeros, bienvenidos a la próxima generación de la ciencia: el agnate. Una estructura orgánica creada como adulto directamente para coincidir con la edad del paciente. Están viendo la primera etapa de su desarrollo. En doce meses estará listo para gestar su bebé, darle un segundo par de pulmones, piel fresca, todo genéticamente indistinguible de su propio organismo y conforme a las leyes de eugenesia de 2015. [Dr. Bernard Merrick —Sean Bean—, La isla (2005), dirigida por Michael Bay].
La polémica se genera cuando se usan células madre embrionarias en la investigación biomédica. Como indica su nombre, este tipo de células madre provienen de embriones humanos desarrollados a partir de óvulos fertilizados en el laboratorio mediante técnicas in vitro, si bien no es ésta la única manera de obtenerlas: también es posible hacerlo a través de técnicas de clonación o forzando la división de óvulos sin fecundar.
Dejando para otro artículo —y otro autor— la discusión sobre la ética de este tema, ya existen impresoras especiales que permiten crear estructuras tridimensionales, como son tejidos y órganos, usando células madre. Gracias a la impresión en 3d si, por ejemplo, un paciente tiene un defecto en la mandíbula, los biomédicos pueden construir una imagen en computadora de este defecto e imprimir esta parte ósea de manera exacta utilizando células madre del paciente, con lo que es posible arreglar la mandíbula defectuosa.
¿Hay algún órgano que, hoy y siempre, sea imposible de trasplantar? Quizás el lector, en alguna ocasión, fue objeto o autor de la típica broma: «necesitas un trasplante de cerebro». Por qué alguien necesitaría un trasplante así y cuál sería el resultado es terreno más próximo a la ciencia ficción y al terror que a la investigación biomédica actual y futura, aunque según algunos científicos, esto podría suceder… tal vez incluso en este mismo siglo.
Un experimento parecido lo hizo en los años 70 Robert White, un neurocirujano que trasplantó la cabeza de un simio al cuerpo de otro; pero el lector no debe perder la suya temiendo despertar en un cuerpo ajeno: una operación así costaría millones de dólares y, por supuesto, no tendría nada de ético, por no hablar de lo estético.