Hace varios años, cuando visité la exposición «Instrumentos de tortura y pena capital», en el antiguo Palacio de la Inquisición —luego sede de la Escuela Nacional de Medicina y ahora Museo de la Medicina Mexicana—, escuché al salir a un par de personas opinar sobre la fachada del edificio: «¡Qué maravilloso pan coupé!».
Al buscar el significado de la palabra, me llevé la sorpresa de que se trata de un galicismo que no registran los diccionarios —ni siquiera el de mexicanismos—, pues se compone de dos palabras en francés: pan y coupé, que significa «corte de cara» y cuya traducción idónea sería «chaflán».
Cuando el arquitecto Pedro de Arrieta trazó el Palacio de la Inquisición en 1736, el chaflán era un recurso arquitectónico muy frecuente, sobre todo, para hacer más notable la majestuosidad de ciertas construcciones oficiales.
El chaflán —del francés chanfrein— es un plano largo y estrecho que, en lugar de esquina, une dos paramentos o superficies planas que forman un ángulo. Si se toma una hoja de papel y se le dobla una esquina, el triangulito que resulta forma un pan coupé.
Entre los años 20 y hasta los 60 se retomó el pan coupé —o pancupé, en español, aunque los arquitectos también sugieren llamarle chaflán— en las casas de las colonias Del Valle, Narvarte, Nápoles, Polanco, Roma y Condesa de la ciudad de México.
Estas construcciones tienen un alto costo habitacional por su ubicación céntrica y por la amplitud de sus departamentos; sin embargo, son inmuebles que aún no están catalogados ni considerados como patrimonio cultural, a pesar de que muchos se han vuelto emblemáticos.
Aunque la palabra se encuentra prácticamente en desuso, aún se usa en la redacción de muchas leyes catastrales de ayuntamientos o municipios del país, como en el artículo 25 del Reglamento de la Ley de Catastro del gobierno del Estado de Morelos: «… asimismo, son regulares los predios en pancoupé situados en esquina o de forma triangular con dos o tres frentes a la calle».
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