Si yo no tuviera la necesidad de trabajar, seguramente me colgaría una mochila al hombro y partiría a conocer todo el mundo, o al menos América Latina, como lo hizo en su juventud el buen «Che» Guevara.
O, ya de perdida, viajaría por toda la República Mexicana, que sin lugar a dudas también tiene lo suyo.
En fin, la cuestión es que me encantaría acumular kilómetros y kilómetros bajo mis pies y convertirme en una trotamundos, que el drae define como «persona aficionada a viajar y recorrer países», y que se forma con el verbo trotar —que probablemente venga del francés trotter o del italiano trottare, y éstos, a su vez, del alto alemán antiguo trottôn, que de forma coloquial significa «dicho de una persona: andar mucho o con celeridad»—, y mundo, del latín mundus, que significa «conjunto de todas las cosas creadas» o «planeta que habitamos».
Al final de sus días, un trotamundos tendrá la satisfacción de haber vivido como le dio la gana, porque es innegable que eligió explorar el globo terráqueo por puro placer, no por obligación, aunque habrá trotamundos que incorporen su afición con la chamba, como el compositor y cantante francés Manu Chao, que recorre el planeta por su interés en compartir su música y para colaborar con luchas sociales.
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