Hace más de cien años se suscitó un escándalo en el México del porfiriato: 41 señores de la alta sociedad fueron arrestados por participar en una fiesta homosexual. Salieron en los periódicos, José Guadalupe posada les hizo un dibujito y toda la cosa. Lo que quedó bien guardado, y que nadie se atrevió a comentar en voz alta es que, en realidad, se trataba de 42 hombres, o sea que ahí hubo chanchullo.
Esta melodiosa palabra, que usamos desde hace bastantes años y que aparece cada vez menos en nuestro vocabulario, la tomamos prestada de los españoles quienes, a su vez, se la adjudicaron del italiano. Tanto la Real Academia como María Moliner nos esclarecen en sus diccionarios la evolución del término, de tal forma que:
Chanchullo proviene de la palabra española chancha, es decir, chanza, y ésta del italiano ciancia, ‘burla’. Pero burla, no en el sentido de ridiculizar a alguien, sino de engañarlo.
Más que un significado, el chanchullo tiene muchos sinónimos: burla, mentira, embuste, trampa, tejemaneje, etcétera, el chiste es que se trata del manejo ilícito que —«con desaprensión», dice la señora Moliner— realizan una o varias personas con el objetivo de obtener un beneficio que, por lo regular es económico, pero no necesariamente.
Su definición describe el manejo ilícito para conseguir un fin, y especialmente para lucrarse.
Y el ejemplo está en el caso de los 41. Resulta que el maricón —así dicen las crónicas de la época— número 42 era ni más ni menos que Ignacio de la Torre y Mier, yerno de don Porfirio Díaz quien, para proteger a su familia del escándalo y la deshonra, lo sacó de la prisión, le puso una regañada y ordenó que nadie dijera nada. Mientras que al resto de los señores los metieron a la cárcel, los pusieron a barrer las calles vestidos de mujeres y los mandaron a campos militares, para que «rectificaran su situación». Pa’ que vean que los chanchullos no sólo son, también se hacen.