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Orson Welles y «El ciudadano Kane»

La película «El ciudadano Kane», de Orson Welles, es considerada una de las mejores —o la mejor— de la historia del cine.

Actor, locutor, poeta, escritor y director. Su primer filme, El ciudadano Kane, ha sido considerado la «mejor película de todos los tiempos». Orson Welles (1915-1985) murió un 10 de octubre hace casi tres décadas.
A mediados del segundo decenio del siglo xx, un diario de Madison, en Wisconsin, dio esta noticia sobre Orson Welles: «dibujante, actor, poeta, no tiene más que diez años». Sorpresas similares, al considerarlo niño prodigio o enfant terrible, se sucederían en su paso por el teatro, la radio y la cinematografía. Por ejemplo, su obra maestra en la pantalla, El ciudadano Kane —Citizen Kane (1941)— fue coescrita, dirigida y protagonizada por él mismo cuando sólo tenía 25 años; y es el filme que suele encabezar las listas de los grandes largometrajes de la historia del cine.
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Pero antes de eso ya eran conocidas sus audacias en el teatro, como actor o director de piezas clásicas o modernas con el Mercury Theatre; o sus adaptaciones radiofónicas, sobre todo aquélla de la novela La guerra de los mundos, de su casi homónimo H. G. Wells (1866-1946), que se transmitió en ee.uu. el 30 de octubre de 1938 y causó pánico en la población, pues las situaciones de la trama en torno a la llegada de extraterrestres a nuestro planeta se reseñaban con el tono y el estilo de un noticiero y se ubicaban en territorio estadounidense, no en la Gran Bretaña, como en el texto original.
Welles era un ser excesivo. Se le mira enorme, rechoncho, de barbas y cabello canoso y solemne traje negro, subiendo dificultosamente una escalera de mano hacia una proa inverosímil, a manera de altar o púlpito, construida dentro de la capilla de New Bedford, puerto ballenero, en el Moby Dick (1956) de John Huston, para ofrecer un sermón acerca del gran pecado de Jonás, que fue desobedecer a Dios. El cierre de ese discurso, pronunciado por Orson Welles con voz grave, poderosa, acaso podría funcionarle a él mismo como epitafio: «¡Oh, Padre!, mortal o inmortal, aquí muero. He luchado por ser tuyo más que por ser mío. Pero esto no es nada. A ti te dejo la Eternidad, pues qué es un hombre que viva más que su Dios».

En el principio fue la orfandad

Los críticos suelen discutir el carácter autobiográfico de la obra de Welles, puesto que los guiones con los que del pequeño trabajó no eran enteramente suyos. En el caso de El ciudadano Kane, escrito en colaboración con Herman J. Mankiewicz (1897-1953) —a quien algunos consideran como el autor único del libreto—, se cree que Welles habla de su vida, cuando refiere la separación del pequeño Charles Kane de sus padres a la edad de ocho o nueve años, y la nostalgia por el mundo perdido de la infancia que contiene la palabra Rosebud, el nombre impreso en el trineo con el que el protagonista jugaba en la nieve. Welles fue huérfano dos veces: primero, a los ocho años, de su madre, una mujer de gran belleza, que se interesaba por la política, y era campeona de tiro, además de pianista muy notable; luego, a los quince, de su padre, un humorista de la época eduardiana que se decía inventor.
Estas pérdidas lo obligaron a madurar a un ritmo distinto al de sus contemporáneos. Jovencísimo se presentó en el Gate Theatre de Dublín, inventándose una fama de actor en Broadway que el director de la compañía no creyó, pero que fingió creer para consentir que debutara como figura. «Los pequeños papeles —diría Welles— vendrían más tarde».
Lo peor es cuando has terminado un capítulo y la máquina de escribir no aplaude. Orson Welles
Intentó usar ese mismo cuento en Londres, pero no le funcionó, como tampoco, en principio, en ee.uu., hasta que, por recomendación del novelista Thornton Wilder, fue contratado para una gira con la compañía de Katherine Cornell. Pero la vida de Welles fue larga, y el espacio aquí es breve. Se dirá, rápidamente, que creó tres compañías: el Phoenix Theatre Group, el Federal Theatre Project y, al fin, el Mercury Theatre, con el que tanto en las tablas como en la radio se haría de gran fama y que lo llevaría a Hollywood en condiciones muy ventajosas que le otorgaron la libertad de hacer prácticamente lo que él quisiera.
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Así surgió El ciudadano Kane, retrato feroz, aunque indirecto, del magnate de la prensa William Randolph Hearst (1863-1951) —al que Jean-Paul Sartre definió como «conservador, germanófilo, aislacionista y antifrancés»— quien, al enterarse de que era fuente de inspiración del personaje Kane, intentó por todos los medios a su alcance, que eran muchos, evitar el estreno de la cinta y estuvo a punto de conseguirlo. Hay un documental de 1996, La batalla por el ciudadano Kane, que cuenta al detalle esa historia y a partir del cual se hizo el filme para televisión rko 281 (1999), producido por los hermanos Ridley y Tony Scott.
Tráiler de la película RKO 281. La batalla por el Ciudadano Kane:

El ciudadano Kane no se agota en ese cuento de la lucha entre el creador y el millonario. Para la cinematografía marca un antes y un después. Explica François Truffaut (1932-1984): «En las películas habituales de Hollywood, un guión constituye un material literario que se lee como una obra teatral y que sólo está esperando la llegada de un director para convertirse en película o, más exactamente, en lo
 que Hitchcock (1899-1980) denomina, con un desprecio justificado, “fotografía de gente hablando”. En este caso, en El ciudadano Kane, tenemos una película donde las voces cuentan igual que las palabras, un diálogo que deja hablar a todos los personajes al mismo tiempo como instrumentos de una partitura, con frases inacabadas, como en la vida real. La cinta —dice además Truffaut— no “respira” igual que la mayoría de las películas».

La bomba H y Don Quijote

Como ocurrió también con Alfred Hitchcock, fueron los franceses quienes mejor valoraron la obra de Orson Welles. La crítica pionera es la de André Bazin (1918-1958), quien publicó en 1950 un libro que fija aún el norte y el sur de su carrera, pese a que, en la versión que dejó lista antes de morir, llega hasta Sed de mal —Touch of Evil (1958)—, novena de las 16 cintas de Welles.
La crisis de hoy es el chiste de mañana. Orson Welles
Es precisamente Bazin quien se detiene en lo que llama 
la «necesidad de la máscara» en Welles, quien, para personificarse, acudía a aparatosos maquillajes; y lo hace 
a partir de esta confesión del propio actor y director: «Laurence Olivier y yo detestamos nuestras narices, dan a nuestros rostros una expresión cómica, cuando nuestro más ardiente deseo es encarnar personajes trágicos. Esto explica nuestro apego a los postizos. En circunstancias habituales mi nariz es más que suficiente e incluso decorativa, pero ha cesado de crecer desde que tenía diez años, lo que la hace absolutamente inadecuada para interpretar al rey Lear, Macbeth u Otelo».
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Para Bazin, el Welles esencial está en El 
ciudadano Kane y El cuarto mandamiento
The Magnificent Amberson (1942)— sus dos 
primeros largometrajes, que engloba dentro del
 ciclo del «realismo social» a la manera de Balzac
 y considera como «poderosos testimonios 
críticos sobre la sociedad americana»; y que distingue, así, del ciclo shakespeariano —para él, Macbeth (1947) y The Tragedy of Othello: The moor of Venice (1952), a los que deben agregarse Falstaff (1965) y The Merchant of Venice (1969), posteriores a la muerte de Bazin— o de los «divertimentos éticos» como La dama de Shangai —The Lady From Shanghai (1947)— y Mr. Arkadin —Confidential Report (1955).
Sus filmes son tantos como los que no alcanzó a llevar a 
la pantalla. Entre los proyectos inconclusos se contaba un Don Quijote cuya escena final debía ser la explosión de la bomba H, que destruiría al mundo completo a excepción de Don Quijote y Sancho Panza… Y quizá a excepción también de Orson Welles, que en el papel del párroco de New Bedford, en el Moby Dick de John Huston, le regala la eternidad a Dios.
Tráiler de la película El ciudadano Kane:

Texto publicado en Algarabía 33.

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