Algunos de nosotros hemos querido decirle a alguien «eres un oráculo», cuando algo que éste ha pronosticado se cumple al pie de la letra. Y en este sentido, no vamos mal encaminados.
Según el drae, un oráculo es la «contestación que las pitonisas y sacerdotes de la gentilidad pronunciaban como dada por los dioses a las consultas que ante sus ídolos se hacían».
Asimismo, cuando un oráculo hace profecías muy importantes, éstas pueden recibir también el nombre de oráculos, por la trascendencia que tienen en sí mismas y, por extensión, también se les dice oráculos a las personas admiradas o veneradas por su sabiduría, simplemente porque hablan como los mismísimos dioses.
Este vocablo deriva del latín oracŭlum, ‘oráculo’, que se forma de orare, ‘hablar’ y culum, ‘lugar’; de ahí que oráculo también se puede atribuir al lugar donde se hacen las predicciones.
En muchas culturas antiguas hubo oráculos para que los mortales pudieran platicar con los dioses y consultarles acerca de su futuro. Para ejemplificar, uno de los más conocidos fue el de Delfos, en Grecia, lugar donde se consultaba al dios Apolo; se dice que este oráculo era de la Madre Tierra y que Apolo se lo robó; durante siglos fue uno de los más visitados y varias de sus predicciones fueron decisivas para modificar el rumbo de la historia griega.
Los oráculos, bajo la forma de médiums, adivinadores o incluso moluscos cefalópodos —pulpos—, han proliferado en la historia, y gente de todas las edades y clases sociales se guía por sus consejos, desde aquellos que sugieren las bolas de cristal, hasta los que aparecen en Internet. Hoy en día los encontramos en todas partes, pero al que desee guiar su vida por los consejos de estos «gurúes», le recomendamos que lo haga bajo su propio riesgo.
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