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Oh, honey… Sugar daddy, sugar mommy

Por Bricia Martínez

Actualmente es cada vez más usual ver en restaurantes, calles y rinconcitos del amor a una que otra «pareja dispareja» conformada por un hombre de avanzada edad y una jovencita, o a una mujer ya entrada en años muy bien acompañada de un mozuelo.

Este tipo de relaciones no pasan para nada desapercibidas y hasta han sido bautizadas como sugar dates; mientras que los protagonistas han sido nombrados como sugar daddy, en caso de los hombres; sugar mommy, en caso de las mujeres, y sugar baby, tanto para jovenzuelos como jovenzuelas.

Pero ¿cómo nació este término?

¡Azúcar!

Una teoría apunta a que esta expresión surgió debido a la relación de un empresario estadounidense de principios del siglo XX llamado Adolph B. Spreckels —presidente de la compañía azucarera Spreckles Sugar Company— y la modelo Alma de Bretteville quien solía ser la popular musa de varios artistas en San Francisco, California.

Ambos se conocieron en la empresa de Spreckels y quedaron flechados, tanto que ni los cerca de 24 años de diferencia de edad impidieron que comenzaran un romance.Ya entraditos en confianza,

Almita decidió llamar sugar daddy a su Adolfito como muestra de cariño, implícitamente describiendo la exitosa carrera empresarial y la edad de su, después, esposo.

Esta expresión cariñosa se retomó con mayor fuerza en años más recientes para definir a las relaciones que surgen entre hombres o mujeres mayores con alto poder adquisitivo y jóvenes ricos en colágeno que apenas «despegan sus alas al vuelo».

En tiempos modernos no todas estas interacciones llegan al feliz matrimonio como sucedió entre Adolph y Alma, sino que generalmente se dan por acuerdos de conveniencia sin que haya vínculos afectivos consolidados: los grandes reciben compañía o sexo —o ambos— para calmar su soledad —o despilfarrar su dinero— y las «criaturas» obtienen a cambio patrocinadores que les cumplen gustitos que ellos mismos no podrían adquirir, y en algunos casos hasta pueden conseguir que les financien sus carreras universitarias.

Para muchos este tipo de «transacciones» son moralmente cuestionables, pero pues ¿quién es uno paʼ juzgar?

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