En un futuro distante, George Taylor —comandante de la misión Ícaro— descubre una terrible verdad: después de averiarse su nave espacial y caer en un planeta supuestamente desconocido, todo el tiempo estuvo en la Tierra; es sólo que la humanidad acabó consigo misma, y quedó reducida a un estado primitivo, esclavizada por simios inteligentes. Y sólo queda, como último vestigio de su gloria, la Estatua de la Libertad, semienterrada en la playa, entre milenios de arena…
En un arranque en contra de la humanidad, del destino y de mí mismo, digo: «La vida apesta», y mi mamá de inmediato me dice: «No decretes». Si para mi «cabecita de algodón», el que yo manifieste algo con palabras significa mi perdición, ¿qué será de la ciudad de Nueva York, si en las películas la destruyen por lo menos una vez al año? ¿Será que el destino de Nueva York ha sido tantas veces decretado —y de tantas formas— que no podrá escapar de él?
La Libertad caida
Los estadounidenses, lo sabemos bien, son un pueblo paranoico. Inspirada por este profundo temor a prácticamente todo, la imaginación de la industria hollywoodense ha ideado formas extravagantes para terminar con la Gran Manzana. Por ejemplo, en el inicio del presente artículo describí la escena final del Planeta de los simios, en la que la icónica figura de la Estatua de la Libertad representa la gloria y decadencia de la humanidad. En la pantalla, hemos visto a esta dama padecer de mil formas, regalándole oscuras visiones en las que el futuro no parece depararle nada bueno.
Como símbolo, la estatua generalmente precede en su sufrimiento a la devastación y casi desaparición del pueblo que majestuosamente custodia. ¿Será acaso que la pérdida de la libertad vaticina la extinción de la humanidad? En Cloverfield, por ejemplo, un monstruo venido de quién sabe dónde —al parecer del cielo, pero ¡qué diablos!— le vuela la cabeza precisamente a la estatua, y su destrucción es tan furiosa e incontrolable que el Hogar de los Valientes manda bombardear la ciudad y la hace desaparecer. Pero ése es un caso excepcional: generalmente, y a menos que el planeta desaparezca por completo, la Estatua de la Libertad queda en pie, semienterrada, sumergida o congelada, como mudo testigo de la debacle.
En Los cazafantasmas, la amenaza proviene de la imaginación de Dan Aykroyd en la forma del gigantesco hombre de malvavisco de Stay Puft; y en su secuela, la maldad y la mala vibra de los neoyorquinos los condena a una destrucción sobrenatural propinada por fantasmas: incluso el Titanic regresa al puerto de donde partió para regresar la «mala onda» a los ciudadanos —que, desde luego, serán rescatados nuevamente por los cazafantasmas—. En esta ocasión, La libertad iluminando al mundo — es decir, la Estatua de la Libertad—, lejos de caer, ayuda a salvar el día.
Animales y aliens
En las tres versiones de King Kong, un gorila gigantesco traído de lejos por la ambición de un director de cine frustrado destruye parte de la ciudad y en dos de ellas es abatido en la torre del Empire State Building,2 otro ícono de la ciudad. Del mismo modo Godzilla, el monstruo importado de Japón, destruye la ciudad, pero es finalmente detenido por los valientes ciudadanos quienes por lo regular son más inteligentes que cualquier enemigo.
Por otro lado, es muy común en estas cintas culpar del peligro a civilizaciones de otros mundos, como si lo que hay en éste resultara poca cosa para la nación más poderosa. Por ejemplo, en la versión más reciente de La guerra de los mundos, enormes entes extraterrestres buscan nada menos que la extinción de la raza humana y, obvio, empiezan por Nueva York. Algo similar sucede en El día de la independencia, en la que los aliens quieren quedarse con los recursos naturales de la Tierra, y los seres humanos les estorbamos un poquitín. Aunque la imagen más impresionante es la de la destrucción de la Casa Blanca, Nueva York la padece como corresponde a una ciudad con tan terrible karma.
Robots gigantes voladores es lo que la Gran Manzana tuvo que enfrentar en Capitán Sky y el mundo del mañana, mientras que en Watchmen: Los vigilantes —basada en la famosa novela gráfica de Alan Moore—, se trata de una bomba de pura energía que destruye la ciudad y su población a manos del único héroe con superpoderes, el Dr. Manhattan. Hablando de superhéroes, el Hombre Araña ha hecho de las suyas en Nueva York, pero la destrucción ha resultado menor —así que no cuenta—; no sucede así con la batalla de Los vengadores contra Loki —el torcido y neurótico hermano de Thor y sus aliados, los Chitauri.
Contra la naturaleza y el abandono
Y cuando el mundo ha de desaparecer, Nueva York es la insignia del esplendor, la gloria y la decadencia de la raza humana. La eterna batalla del hombre contra los elementos también toma como escenario los famosos cinco barrios, que vuelven a padecer la destrucción desde el cielo en forma de asteroides en Meteoro y en la lacrimógena Armageddon; lo mismo sucede en Impacto profundo, en la que el trozo de un cometa cae a la Tierra, y una de la protagonistas espera, abrazada a su padre, a que olas gigantes devoren la ciudad; asimismo, en Presagio, el fin del mundo obedece a una tormenta solar, así que cuando ny y otras ciudades desaparecen entre el fuego, el protagonista abraza a sus padres, mostrando que, cuando no queda nada que hacer, el ser humano sigue de pie frente a la adversidad definitiva.
El mar que rodea a NY la ha condenado a ser destruida varias veces por el agua. En Cuando los mundos chocan, el mar acaba con la ciudad al igual que en Deluge, la primera cinta de la historia en la que Nueva York es destruida con una inundación —tan bien lograda para la época que casi se ve replicada en El día después de mañana en una supertormenta que precede a la glaciación—, en la que las olas son provocadas por un terremoto de proporciones épicas.
Un caso especial es Soy leyenda —adaptación de la magistral novela de Richard Matheson, cuyo argumento se desarrolla en Los Ángeles, y en la que los enemigos a vencer son vampiros—, que muestra una imagen postapocalíptica de Nueva York en la que Will Smith tiene que lidiar con zombies rampantes; aquí, más que destrucción hay abandono, independientemente de que la fuerza aérea norteamericana ha destruido los puentes de acceso y salida a la ciudad, dejando a los ciudadanos —infectados o no— a merced de la plaga que habría de dejar a Robert Neville solo con su alma… y los zombies. En Inteligencia artificial se nos muestra la ciudad ya abandonada, sumergida y destruida en un futuro en el que sólo los robots —y las cucarachas, supongo— sobrevivirán. Finalmente, en Escape de Nueva York, la metrópoli está convertida en una prisión de máxima seguridad, donde nadie entra y nadie sale —sólo Kurt Russell, of course.
En conclusión, ya no sé si el desastre atrae el desastre, o si cada película es un decreto, pero esto me recuerda lo que dice Milan Kundera en La broma: si ya sabemos lo que va a pasar, ¿por qué seguimos por el mismo camino?
1 «¡Dios mío! He regresado, estoy en casa. Todo el tiempo estaba en… Finalmente lo hicimos. ¡Maniáticos, la hicieron estallar! ¡Malditos sean todos! ¡Que Dios los mande al Infierno!»
2 En la versión de 1976, el simio es abatido en las extintas Torres Gemelas:wtc de la ciudad.