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Non, je ne regrette rien / Édith Piaf

Fue la mujer de vestido negro que nació en plena calle, frente a un farol. Su madre no alcanzó a llegar al hospital, pero en cambio se sabe, con exactitud, que se encontró con el mundo de cara al número 72 de la calle de Belleville, en París.

—No, no me arrepiento de nada—
(1960) Autor: Charles Dumont y Michel Vaucaire
Fue la mujer de vestido negro que nació en plena calle, frente a un farol. Su madre no alcanzó a llegar al hospital, aquel 19 de diciembre, pero en cambio se sabe, con exactitud, que se encontró con el mundo de cara al número 72 de la calle de Belleville, en París.
Édith Piaf era Édith Giovanna Gassion entonces. La misma que algunos años después sería criada en una casa de prostitutas; la que descubriría la vida de artista, primero como miembro de un circo itinerante; la que perdería a su única hija, a los dos años de haber sido madre.
Consagrada al amor, el amor más grande de su vida murió en un accidente de avión, cuando iba de París a Nueva York para verla. Se llamaba Marcel Cerdan, era un destacado boxeador francés que apenas un año antes, en 1948, había ganado el campeonato mundial de peso medio. Además de una insondable tristeza, él le dejó una canción que se convirtió en un éxito, Hymne à l´amour, y una adicción a la morfina que la acompañaría hasta su muerte en 1963.
A causa de sus numerosas operaciones quirúrgicas y de su adicción —y también gracias a sus fuertes dosis de morfina— llegó un momento en que su cuerpo frágil apenas podía sostenerse sobre el escenario. El desplome más drástico ocurrió en 1959, durante una gira en Nueva York. Ya había decidido retirarse para siempre, pero a tiempo llegó a sus manos una melodía resucitadora.
Por su parte, Charles Dumont, compositor, había escrito para ella la música de su última carta. Tras varios rechazos previos, Dumont estaba a punto de vender su piano, lo más valioso que le quedaba, y la letra de Michel Vaucaire era un grito del corazón para ambos. Non, je ne regrette rien —No, no me arrepiento de nada—, había sido, en inicio, un: Non, je ne trouverai rien —No, no encontraré nada—, pero pensando en Piaf, la letra había dado un giro que se convertiría ante sus oídos, en el himno de su vida.
Aunque la Môme Piaf había decidido cancelar aquella cita en la que Dumont le presentaría la canción, su asistente preparó un telegrama que, providencialmente, no llegó a tiempo a manos de su destinatario. Aquel día, a pesar de habérsele impedido la entrada, Dumont entró por la fuerza para tocar con rabia la puerta de la cantante.
Tres años antes de morir, débil y anímicamente cansada, Piaf escuchó con cuidado aquella canción que Dumont entonó una y otra vez frente a ella en el piano. Quiso volver a escucharla y compartirla con sus amigos. Y así fue, hasta las seis de la mañana del siguiente día.
En ese instante, Piaf resolvió que Non, je ne regrette rien era la canción que esperaba para presentarse en diciembre en el Olympia de París, su salón de espectáculos favorito, que estaba por desaparecer por problemas financieros. En 1961, resuelta y emotiva, su interpretación salvó al Olympia de la bancarrota, y devolvió a Piaf a la vida por un par de años más.
Además, la cantante francesa dedicó el tema a la Legión Extranjera de su país, que en aquel momento estaba en la guerra de Argelia. Cuando el liderazgo de la resistencia argelina se desmoronó, el Primer Regimiento de Paracaidistas de la Legión Extranjera no tardó en adoptar la canción.
«Non, rien de rien, non, je ne regrette rien, ni le bien qu´on m`a fait, ni le mal, tout ça m´est bien egal… No, nada de nada, no, no me arrepiento de nada, ni el bien que me han hecho, ni el mal, todo eso me da igual. Non, rien de rien, non, je ne regrette rien, c´est payé, balayé, oublié… No, no me arrepiento de nada, está pagado, barrido, olvidado…» no es una letra cualquiera, composición transferible, ni estandarte para ningún otro. Y si cada canción tiene una historia, ésta, sin duda resume encomiablemente la suya.

Versión en vivo de Édith Piaf…

Versión del grupo de reggae Danakil

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