En nuestra cultura, ante la noticia de un próximo nacimiento, es predecible que surjan —no importa en qué orden— tres preguntas clásicas expresadas con éstos u otros términos similares: ¿para cuándo nace?, ¿qué creen que sea, niño o niña? y ¿cómo se va a llamar, su nombre de pila?
Preguntas que, por supuesto, ya han pasado por la mente de los futuros padres. Las respuestas a las dos primeras interrogantes están fuera de su control; en cambio la tercera parece depender únicamente de ellos.
Pero con frecuencia olvidamos que en dicha elección está implícita toda una gama de factores que convierten a este simple acto en un espejo de las costumbres, tradiciones y valores que privan en su entorno social; un inequívoco retrato de los gustos y animadversiones de su época.
Nombres del siglo XX
De acuerdo con un estudio pormenorizado del lingüista Peter Boyd-Bowman, los nombres de pila masculinos se caracterizaron durante la primera mitad del siglo XX, en la capital de nuestro país, por ser nombres germánicos: Alberto, Enrique, Fernando, Ricardo, Rodrigo.
Bíblicos: Abraham, Daniel, David, Jacobo, Samuel; y mitológicos: Héctor, Ulises; así como por nombres de personajes famosos contemporáneos, principalmente monarcas: Alfonso, Humberto, Jorge, Eduardo, Víctor Manuel.
Lo cual indicaba que la influencia religiosa iba cediendo terreno en la búsqueda de una mayor variedad onomástica.
Nombre de pila en la actualidad
Era lógico que algunas tendencias se modificaran, pero ¿hacía dónde se dirigió el cambio?
¿Cuáles son, ahora, los motivos presentes en los capitalinos al elegir un determinado nombre de pila para sus hijos?
A continuación, intentaré dar una respuesta con base en los resultados de una investigación de campo acerca de las preferencias de 600 padres mexicanos, originarios y residentes de la ciudad de México, con tres diferentes niveles de escolaridad, que eligieron nombres de pila para igual número de niños nacidos en esta ciudad, entre el 1 de enero de 1988 y el 31 de diciembre de 1995. 1.
Poco más de la mitad de los padres optaron por imponer a su hijo el mismo nombre de pila del progenitor —sobre todo al primogénito— o el de un abuelo, o el de algún otro familiar.
Esta actitud confirma el gran peso que esta costumbre, tan arraigada en nuestra cultura y no ajena a muchas otras, sigue teniendo.
Debido a ella se conservan los poco «populares»: Carmelo, Danilo, Delfino, Efrén, Eusebio, Everardo, Feliciano, Jerónimo, Juvencio, Leobardo, Luciano, Mariano, Maximiliano, Neftalí, Rigoberto, Ubaldo, Valentín, entre otros.
Destaca, en segundo lugar, el considerable número de padres —más de 17%— que se inclinó por los nombres de «personajes famosos»; de ellos, un tercio son deportistas —casi en su totalidad futbolistas—: Hugo, Aarón, Leonardo, Oswaldo, Horacio, Ricardo, Alberto, Yair, Eder, Gerson, Edson, Diego, Héctor Miguel, Carlos Alberto, Roberto Carlos, entre otros.
Aparecen también, en orden decreciente de preferencias, personajes históricos: Alejandro, Alfonso, múltiples alusiones a Dios: «mi juez es Dios», «enviado de Dios», «Dios es mi protector», «recompensa de Dios», «seguidor de Cristo», «corazón del Reino», «guía de luz», «fe», «sonrisa», «el amado», «alma»; a lo celeste: «astro brillante», «sol de agua», «estrella», «primer rayo del sol».
Hay referencias a características «tradicionalmente» masculinas: «varón fuerte», «hombre viril», «el que tiene la fuerza», «audaz»; así como a relaciones de poder: «príncipe», «joven guerrero», «imperial», «el mejor», «el que edifica», «el vencedor», «protector de los hombres».
Nombres de personajes de la ficción
Provienen de obras literarias: Alonso, Aramís, Efraín, Mauricio, Román, Sinuhé; de la mitología griega: Apolo, Ayax, Héctor, Jasón y Ulises; de series televisivas estadounidenses: Brandon, Donovan, Fredy, Jonathan, Joshua, Irvin y de telenovelas: Hugo Alberto, Jorge Luis y Luis Alberto.
Nombres tomados del santoral
Todos estos padres manifestaron que su elección no obedecía a esa costumbre religiosa, tan frecuente en centurias pasadas, sino que sólo aprovecharon que el santoral correspondiente incluyera un nombre que les gustara: Alberto, Antonio, David, Eduardo, Fernando, Jorge, Miguel, Pedro, Rey David y Rodrigo, entre otros.
En la actualidad persiste con gran fuerza la tradición de transmitir el nombre de pila de padres a hijos; así como el gusto por nombres bíblicos, de personajes contemporáneos y el gusto por la eufonía del nombre.
Procedencia del nombre
Del hebreo: Aram, Daniel, Jahazael, Miguel, Nathanael, Uriel, Yael; del árabe: Adib, Farid, Omar; del náhuatl: Ahuitzotl, Tonatiú, Xocoyotzin; del alemán: Erick; del italiano: Giovanni; del inglés: Edwin;
del portugués: Joao; y del zapoteca: Biaani.
Motivos religiosos
Obedecen a la devoción: Jesús, Martín, José; al cada vez más extendido culto a los ángeles: Gabriel, Uriel, Yeudiel; y en padres que pertenecen a alguna iglesia cristiana aparecen: Aarón Itai, Jonathan Daniel, Nazareth, Santiago, Saulo.
Sin embargo, la característica primordial de la onomástica masculina de finales del siglo XX e inicios del XXI, es el papel de los medios de comunicación —sobre todo de la televisión–; y destaca la admiración por futbolistas nacionales y extranjeros cuya popularidad también se debe a la publicidad, independientemente del nivel de estudios.
1 La encuesta fue aplicada por Rosalía López Serna y un análisis detallado de los datos puede encontrarse en «Influencia del nivel de escolaridad de los padres y elección de antropónimos masculinos de la ciudad de México», ponencia de Gloria Estela Baez, leída en el VI Congreso Nacional de Lingüística de la AMLA. Celebrado en Mérida, Yucatán en octubre del 2001.