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William Utermohlen: No puedo pintar mi nariz

Sin las palabras no queda más que expresar el propio sentir: memorias fragmentada.
No puedo pintar mi nariz: William Utermohlen

El mundo representado por un artista es subjetivo, resultado de la historia específica de cada individuo en permanente interacción con su entorno. Las últimas obras de William constituyen un diario único de la evolución clínica de su enfermedad.

William Utermohlen nació en Philadelphia en 1933; perteneció a la corriente del Pop Art, por lo que su obra tiene correspondencia con la del británico David Hockney y la del estadounidense Peter Blake. Estudió en la Pennsylvania Academy y en la Ruskin School of Oxford. A partir de 1962 se estableció en Londres, donde se casó con Patricia Utermohlen, con quien permaneció hasta su muerte y a quien hizo modelo de sus pinturas en incontables ocasiones.

Su estilo previo a la enfermedad destaca por la precisión y el detalle con que retrata personajes y objetos, que contrasta con la profunda impresión que causan las últimas obras, cercanas al informalismo.

Polvo que en aire flota suspendido

Marca el lugar en que una historia ha sido.

T. S. Eliot

Señas y síntomas

Su diagnóstico de Alzheimer fue establecido en noviembre de 1995, cuando William tenía 62 años. Sin embargo, los primeros trastornos fueron detectados cuatro años atrás: problemas al recordar sucesos recientes, gradual tendencia a olvidar cosas, búsqueda constante de sus pertenencias.

En un viaje a París, William fue incapaz de encontrar el camino de regreso a su departamento, después de una visita al Louvre.

Olvidaba presentarse a citas o dar sus clases de arte. Frecuentemente perdía su camino en el metro. Su esposa notaba que ya no podía amarrarse la corbata y tenía dificultades para decir las palabras, nombrar cosas, saber la hora o contar el cambio. En ese año se confirmó el diagnóstico gracias a una resonancia magnética y una valoración neuropsicológica, las cuales revelaron una atrofia cerebral generalizada y un deterioro cognitivo global.

En su pintura, su técnica se vio afectada paulatinamente cuando se presentaron los síntomas de la demencia:

  • Problemas con la memoria y la concentración.
  • Desorganización de lo temporal y espacial en la representación mental.
  • Dificultad para reconocer objetos o para entender su función.
  • Inhabilidad para tomar decisiones o anticipar el movimiento.
  • Gradual disminución del pensamiento y del juicio claros.

Estos trastornos socavaron sus habilidades y al final ocasionaron que sus pinturas y dibujos resultaran muy diferentes a la obra primera, ya que constituyen una narrativa sobre la experiencia subjetiva de la enfermedad del artista.

Para William la creación terminó siendo un intento por combatir el proceso de desorganización psíquica y mantener su sentido de la identidad, tanto para describirse a sí mismo como para no desaparecer.

El Alzheimer afecta sobre todo a los lóbulos parietal y temporal derechos, los cuales permiten reconocer una imagen objetal, que luego puede ser trasladada al lienzo. Mientras la forma se pierde junto con la memoria, el color permanece intacto, ya que forma parte de las gnosias simples —o conocimientos suministrados por los sentidos—, a cargo de las áreas primarias de los lóbulos occipitales.

Así pues, poco a poco las obras de William fueron mostrando cierto «deterioro» figurativo: vemos desaparecer una nariz o la precisión de un contorno.

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La imagen congelada de William Utermohlen

Encarado a un vago presente y con una creciente dificultad para nombrar cosas, William sentía la necesidad de hacer un balance, un inventario espacial y temporal de su mundo. En una serie de seis pinturas ejecutadas entre 1990 y 1993, tituladas «Las piezas de conversación», describió su entorno inmediato en un intento, sin duda, de solucionarlo mentalmente.

En Maida Vale —vecindario londinense donde vivía Utermohlen— pintó, sentados a la mesa, a su esposa Patricia, a uno de sus estudiantes y, entre ellos, una silla vacía. ¿Será una señal de la ausencia del artista? Todos los títulos de esta serie se refieren al espacio o al tiempo: el nombre del distrito —W9—, el momento del día —Noche—, la época del año —Nieve—, las habitaciones de la casa —Cama—, lo que ocurre —Conversación.

Como una foto instantánea, cada cuadro trata de congelar el instante y suspender el tiempo para que su flujo pueda ser revertido. Para resistir la degradación inexorable, el regreso a la nada.

Los cuadros también intentan ordenar momentos emocionales específicos; nos presentan al círculo cercano de amigos del artista. Su esposa es la principal heroína. Las relaciones entre las figuras parecen íntimas y son marcadamente reproducidas.

Sus historias son narradas silenciosamente y sus lazos emocionales están bien definidos. Haciendo eco de sus sensaciones y emociones, «Las piezas de conversación» intentan mantener una interpretación general y coherente de la realidad para el espectador y para él mismo.

vía Mediación Artística. org

El viento del olvido

Estos aspectos de una narrativa silente describen el conflicto de William Utermohlen para mantenerse al día con el lenguaje. Sintiendo que estaba a punto de perderlo, intentó continuar su historia a través de sus pinturas como único medio de darle significado al flujo de su vida.

Pero la ausencia de lenguaje terminó por generar ausencia de imagen.

Sin las palabras no queda más que expresar el propio sentir: memorias fragmentadas de impresiones sensitivas cuya intensidad y organización no serán controlables.

En el corazón del mundo doméstico que le era familiar, al principio de manera insidiosa y luego de forma más marcada, fueron apareciendo signos de desorden y de inquietante extrañeza: los objetos se ven flotando en todas direcciones como si estuvieran libres de las leyes de la gravedad, sin tener relación aparente entre sí ni con el espacio circundante. En esta etapa de la enfermedad, parecía suficiente poder percibirlos y nombrarlos; organizarlos excedía ya su capacidad.

Al intentar entretejer pasado, presente y futuro, el artista trataba de remendar la estropeada estructura de su sentido del tiempo. Pero nada puede resistir a la aceleración de lo efímero, por lo que las obras muestran la paulatina falla de la memoria y del razonamiento.

vía Mediación artística.org

El mundo destrozado de William Utermohlen

En Nieve, de «Las piezas de conversación», el artista se representó a sí mismo por primera vez; podemos considerar a esta obra como el primer autorretrato de una larga serie. En la obra de muchos maestros, como Alberto Durero o Rembrandt, vemos ensayos repetidos de autorretratos que no hacen más que mostrarnos el ciclo de la vida, el imparable proceso de envejecimiento. Sin embargo, en los de Utermohlen es notorio el desvanecimiento del sujeto que en un principio era capaz de reconocerse, pues la forma solía presentarse más contundente y definida, pero, a medida que su enfermedad avanzaba, las formas se tornaron confusas, imprecisas y borrosas, como un reflejo de la imposibilidad de reconocerse a sí mismo. Todas las subsecuentes obras de William estuvieron marcadas por esta misma fuerza expresiva que descansa más en los gestos del artista y el proceso creativo que en la exactitud del dibujo.

Las obras de William Utermohlen durante los años 90 muestran la gradual modificación de su percepción del mundo, de su ambiente externo y de su universo psíquico. A través de ellas comparte su horrible sentimiento de abandono, un progresivo aislamiento y su pérdida de autocontrol.

Cerca ya del final, el mundo detallado de William Utermohlen se redujo a un solo plano. A Utermohlen le resultaba imposible distinguir entre arriba y abajo, dentro y fuera. La percepción de dichas diferencias se tornó muy cruda y quedó limitada por contrastes violentos de colores primarios y formas simplificadas. La definición figurativa rayaba en la abstracción, como lo muestra una serie de máscaras que realizó en acuarela. Todo se parecía entre sí. Cuando la confusión y la desorientación crecieron, le impidieron hacer una traducción racional de sus percepciones sensoriales: lo que le era familiar e íntimo se tornó irreconocible, como si fuera superado por un paisaje vacío que se mira desde las ventanas —un extraño e inquietante efecto.

Head I (2000), último autorretrato reconocible de Utermohlen.

Poco después dejó de reconocer su nombre. Tras siete años de inactividad y agonía William Utermohlen vio su última luz en marzo de 2007. Nunca antes la pintura había hablado tan claramente acerca del final de la vida psíquica, el traumatizante y desesperado esfuerzo por aferrarse a la existencia, al mundo y a sí mismo.

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