Una hambrienta leopardo de 2 años ve un babuino a la distancia. Sin dudarlo corre hacia él y lo muerde en la yugular. Es su primera caza sola; se muestra ansiosa por devorar a la presa. De la pierna del babuino se aferra un recién nacido: la leopardo acaba de matar a su madre.
La leopardo elige no comer, y en cambio se lleva al cachorro. Lo lame, impide que se caiga del árbol; lo protege de las hienas. Alguien podría afirmar que la leopardo hizo lo moralmente correcto, pero ¿existe la moralidad en los animales? Llevemos el problema un poco más lejos: ¿la conciencia moral en los humanos se adquiere al nacer o se aprende socialmente?
El origen del bien
Los filósofos, psicólogos y biólogos se han preguntado desde hace siglos cómo es que llegamos a ser seres «morales», que distinguen entre el bien y el mal, y en el mejor de los casos, optan por actuar de acuerdo al primero. La moralidad nos resulta fascinante: las historias que más disfrutamos, ya sean de ficción u obtenidas de la realidad, en el fondo tienen que ver con la lucha entre estos poderes.
Históricamente las sociedades han sentido repugnancia ante los actos «inmorales», ya sean las relaciones sexuales antes del matrimonio —Europa medieval— o la caza de animales —creencia occidental del siglo XXI—. La moralidad puede estudiarse desde distintos enfoques: desde el aspecto teológico se piensa que una divinidad nos otorgó la bondad; desde la ética y la filosofía se examina cuál es la mejor forma en la que podemos conducirnos y la naturaleza del bien y del mal.
Pensadores como Rousseau afirman que nacemos siendo buenos, pero que la sociedad nos corrompe y envilece. Otros, como Hobbes, piensan que naturalmente somos malvados y que la virtud sólo se aprende viviendo en sociedad. Una de las ideas más aceptadas sobre el origen de la moralidad dice que los humanos nacemos como lienzos en blanco, y que la educación y el entorno determinan cómo se comportará una persona, como pensaron Locke, Freud y Piaget.
Una conclusión natural de este tipo de pensamiento es que la función de la civilización es «domar a la bestia interna» que dormita en nuestro interior, y que sin ella no nos distinguiríamos de los animales.
Algunos científicos piensan que los bebés no son altruistas por bondad, sino debido a una respuesta adaptativa para ser aprobados en el mundo de los adultos.
Una forma más de analizar la moralidad es a partir de la ciencia. En la última década, estudios con animales han sugerido que de alguna forma, el sentido del bien es innato. Algunos biólogos han probado que los primates se tratan unos a otros con compasión y empatía. Por ejemplo, el macaco, que es el primate genéticamente más distante al hombre, no acepta comer si al hacerlo le provoca daño a otro.
Esto quizá no le parezca sorprendente, dado el hecho de que compartimos más de 95% de adn con los primates, pero se demostró que las ratas, consideradas animales «inferiores» por muchos, son capaces de sentir empatía. En un experimento se les ofrecieron dos opciones: comer galletas de chocolate o salvar a otra rata atrapada. La mayoría eligió primero salvar a su compañero. Asimismo, Darwin observó comportamientos de altruismo y simpatía en un perro que se mostraba cariñoso con un gato enfermo, y pensó que su instinto social fue el responsable de que aflorara su comportamiento moral.
Bebés justicieros
Otra rama de experimentos que está cuestionando el origen de la moralidad tiene que ver con la psicología evolutiva y del desarrollo, para descubrir si los bebés nacen siendo seres morales. Una de las investigaciones más recientes y esclarecedoras es la de Paul Bloom, psicólogo de la Universidad de Yale. Después de estudiar el comportamiento de bebés de entre 3 y 10 meses, concluyó que los bebés nacen con ciertas dotes:
- sentido moral: capacidad para distinguir entre acciones crueles o amables.
- empatía y compasión: comprender el dolor de los demás y desear que éste desaparezca.
- sentido rudimentario de imparcialidad: tendencia a favorecer la distribución equitativa de recursos.
- sentido rudimentario de justicia: un deseo de que las buenas acciones se premien y las malas se castiguen.
Un estudio de la Universidad de Harvard mostró que los bebés tienen la tendencia a ayudar a los demás sin importar si están siendo observados o no, y sin que nadie se los indique.
En los experimentos de Bloom los bebés observaron a un títere que intentaba empujar una pelota por una colina. Vieron dos escenarios: primero un títere ayudaba con la pelota, y luego otro títere le estorbaba al primero y finalmente empujaba la pelota hacia abajo. Después los investigadores mostraron los títeres a los bebés para ver cuál tomaban. Casi todos, sin importar su edad, eligieron al títere «bueno» —incluso uno de los bebés tomó al títere «malo» y lo golpeó en la cabeza—.
Un estudio similar realizado por la esposa de Bloom, la psicóloga Karen Wynn, en la Universidad de Yale, mostró que 80% de los bebés de 24 meses eligen al títere bueno y entre los bebés de 3 meses la razón sube a 87%.
Al final del experimento, el títere bueno les ofreció a los bebés una galleta, y el malo les ofreció dos. La mayoría eligió la galleta del títere bueno. Cuando a los bebés se les presentó una galleta del bueno contra ocho galletas del malo, un beneficio mucho mayor, aún así un tercio escogió al bueno.