He aquí algunos mitos navideños y su parafernalia.
Mito: Si compras un arbolito de Navidad artificial salvas un pino de los bosques
Como argumento de venta ha sido muy exitoso, pero es uno de los mitos navideños menos más cotidianos, los pinos naturales que se comercializan son sembrados ex profeso para venderse a fin de año. Sólo en los EE.UU se siembran 500 millones de pinos navideños cada año. En México se destinan 1750 hectáreas para cultivo exclusivo de estos árboles, que cuentan con la aprobación y la vigilancia de la Comisión Nacional Forestal.
El verdadero riesgo radica en que, cuando se va secando un pino natural, aumentan las posibilidades de que un cortocircuito en las series luminosas provoque un incendio.
Por otro lado, la gente que compra arbolitos artificiales pensando que «con ello salva un árbol», ¿han meditado en que ese producto viene dentro de una caja de cartón que se fabricó con celulosa que provino de árboles verdaderos? Y si a esto añadimos que quienes compran un arbolito artificial cambian su «modelo» en un promedio de 4 a 5 años —porque siempre quieren uno más parecido a los naturales— y el anterior termina en la basura… ¿dónde quedó el esmero por cuidar el ambiente?
Mito: Jesús nació el 25 de diciembre
Antes de la caída del Imperio Romano de Occidente, el tiempo se medía a partir de la fundación de Roma: al indicarse una fecha, se acompañaba de las iniciales A. U. C., siglas de ab urbe condita, que significa: «desde la fundación de la ciudad». En el siglo VI d. C., el papa Juan i ordenó al monje Dionisio el Exiguo —llamado así por su baja estatura— que redactara una cronología de los acontecimientos más relevantes ocurridos hasta ese momento. Dionisio era un sabio cristiano formado en la tradición cultural romana y comenzó su cronología a partir de la fundación de Roma; cuando designó una fecha al nacimiento de Jesús, determinó que había ocurrido el 25 de diciembre del año 753 A. U. C., y al comienzo del nuevo año lo nombró como «año uno a. D.», siglas de anno Domini: «año del Señor». Pero, al parecer, Dionisio falló en sus cálculos.
En el Evangelio según San Mateo —capítulo 2, versículo 1— se dice que «Jesús nació en Judea en los días del rey Herodes». En la antigüedad se daba fe de los acontecimientos a partir de los reinados. Herodes el Grande gobernó en Judea entre los años 37 y 4 a. C. Es harto conocido el pasaje de los Evangelios en que Herodes ordenó matar a todos los niños menores de dos años de edad porque temía, a partir de la revelación que le hicieron los magos venidos de Oriente, que hubiera nacido un nuevo rey que lo despojaría de su trono.
Por otro lado San Lucas, en el capítulo 2 —versículos: 1 al 5 de su evangelio—, narra cómo durante el reinado de César Augusto se emitió un edicto que ordenaba a todo ciudadano empadronarse en su lugar de origen. Se cree que este censo motivó el viaje de María y José a Belén, de donde éste último era originario, según lo afirma el evangelio de San Lucas. Aparte de estas referencias bíblicas, no existe evidencia histórica que confirme la realización de un censo como el que describe San Lucas, alrededor del año 8 a.C.
La elección del 25 de diciembre como fecha del nacimiento de Jesucristo está vinculada con el fin de las festividades del solsticio de invierno, un acontecimiento celebrado por casi todas las religiones de la antigüedad. Los romanos de finales del siglo III d.C. celebraban una fiesta denominada del Sol Invencible, que compartía algunas características con las fiestas cristianas y servía de preámbulo a los festejos de fin de año en honor a Saturno, conocidos como Saturnalia. La viajera hispana Eteria visitó Tierra Santa a fines de la cuarta centuria y en sus escritos describe la celebración de una solemne vigilia en la Gruta de la Natividad —a finales de enero—, después de la cual se partía hacia Jerusalén, donde se celebraba la Eucaristía. La realización de esta ceremonia se extendió rápidamente por la cristiandad y así, a partir de los siglos V y VI d.C., comenzó a practicarse en Hispania —hoy España—, el norte de África y el norte de Italia, aunque no fue sino hasta el siglo VIII d.C. cuando se popularizó en toda Europa.
Este es el menos ecológico de los mitos navideños.
¿Existió la estrella de Belén?
Se dice que los magos de Oriente vieron aparecer una estrella muy brillante en el cielo y se dispusieron a seguirla, pues ésta les indicaría el lugar de nacimiento del nuevo rey de Israel. Pero ya visto desde un punto de vista más científico, se han buscado otras explicaciones sobre la naturaleza de la estrella de Belén, pues existen registros históricos de astros luminosos similares. Se cree que pudo tratarse de una «supernova» o «estrella nova»1; sin embargo, no existen referentes confiables de que apareciera una en aquella época.
También se ha especulado que el brillo inusual de los astros podría deberse a una conjunción de planetas, que ocurre cuando dos o más cuerpos celestes, vistos desde la Tierra, parecen «acoplarse» entre sí o se eclipsan, por lo que su brillo se vuelve atípico. En el año 7 a. C., ocurrió una conjunción entre Júpiter y Saturno, fenómeno astronómico que seguramente interesó a los magos de Oriente por las siguientes razones: dentro de la antigua tradición astrológica de Mesopotamia —que los magos seguro conocían al ser discípulos del zoroastrismo 2 Religión de origen persa establecida por Zoroastro o Zaratustra, a partir del mazdeísmo.—, a Júpiter se le consideraba un planeta ligado a los reyes, mientras que a Saturno se le conocía como el protector del pueblo judío; era de esperarse que la conjunción de ambos planetas fuera interpretada como una señal de advenimiento del nuevo rey de los judíos.
También hay otras hipótesis que afirman que la estrella de Belén se trató de un cometa. Se ha confirmado que el cometa Halley fue observado durante el reinado de Herodes el Grande en el año 11 a.C. Si no se hubiera tratado del Halley, los chinos registraron el paso de otro cometa en el año 4 a.C. En la antigüedad se pensaba que los cometas presagiaban sucesos importantes: otra señal poderosa para que los astrólogos de la época la interpretaran como una profecía.
Para finalizar, Isaac Asimov confirma todos estos datos en su Book of Facts, en el que señala que Jesús de Nazareth tal vez nació entre los años 8 y 4 antes de la fecha que Dionisio el Exiguo designó como «año uno». Si no se ha realizado un «ajuste» a este conteo, es porque no existe un referente infalible para enfatizar un año exacto. Además, san Lucas también refiere que había pastores cuando nació Jesús; por ello, es improbable que esto ocurriera en invierno.
Mito: Los Reyes Magos eran tres
No hay modo de afirmar que fueran tres, ni magos y mucho menos reyes. Te explicamos el último de nuestros mitos navideños favoritos.
Según el Evangelio de San Mateo, durante el reinado de Herodes llegaron a Jerusalén unos magos a preguntarle: «¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer?», pero San Mateo nunca mencionó que los magos fueran tres y ni siquiera reyes, sólo que provenían de Oriente; por ello se pensó que eran originarios de la antigua Persia, donde vivió, entre los años 628 y 551 a.C., el profeta Zoroastro, quien estableció las bases de un culto que recibiría su nombre y cuyos sacerdotes fueron denominados por los antiguos griegos como magoi. La gente pensaba que los magoi podían manipular fuerzas sobrenaturales y por ello a esas habilidades se le llamó magia y, a sus practicantes, magos.
Más tarde, otros teólogos infirieron que los magos provenían del sur de la Península Arábiga, de Babilonia, Persia o incluso de la India.
En el siglo v, el teólogo Beda el Venerable estableció que «el primero de los magos fue Melchor: un anciano de larga cabellera blanca y luenga barba, quien ofreció oro, símbolo de la realeza divina. El segundo, llamado Gaspar, joven, imberbe, de tez blanca y rosada, honró a Jesús con incienso, símbolo de la divinidad. El tercero, llamado Baltasar, de tez morena, ofreció mirra, que significaba que el Hijo del hombre debía morir». A partir de entonces a los magos se les dotó de la investidura de reyes. En el siglo xii, Baltasar fue representado en las iconografías como un rey moro. Este cambio obedeció a la idea medieval de que la humanidad desciende de los tres hijos de Noé: Sem, Cam y Jafet.
Para finalizar esta selección de mitos navideños, sólo basta agregar que la rosca de Reyes tuvo su origen en una costumbre de las antiguas culturas mediterráneas que, durante el solsticio de invierno, elaboraban un pan con forma de anillo para conmemorar la renovación de la fertilidad de la tierra. Cuando la Iglesia cristiana adoptó esta tradición dentro de sus festividades, cambió la adoración del Sol por la llegada de Jesucristo.