Muchas veces se nos hizo repetir en la escuela que el agua es «incolora, inodora e insípida», y es de sobra conocida esa premisa de que el color del mar es azul por el reflejo del cielo. Y sí, en parte se debe a ese efecto visual, pero, sobre todo, a que el agua en grandes cantidades revela su color azul.
En pruebas de laboratorio se ha demostrado que el agua tiene una leve tonalidad azul, pues las moléculas de hidrógeno y oxígeno dejan pasar casi todas las frecuencias de la luz, salvo un mínimo espectro que corresponde a ese color. Esto se puede comprobar a simple vista en los casquetes polares, donde los grandes bloques de hielo —agua de la más pura, pues al congelarse a tan bajas temperaturas se separan la sal y otros compuestos que pueda contener— son de color azul. También puede probarse si se llena una piscina pintada de color blanco —como ya se ha realizado en algunas universidades— con agua potable, y se mira de forma directa hacia el fondo.