El borracho sesentón juró que ese día no había tomado ni una sola gota —ni siquiera de forma inadvertida por medio de pastelillos o chocolates con licor— pero, como los médicos texanos ignoraban de qué manera una persona podía emborracharse así sin haber ingerido cerveza, mezcal o cualquier otra bebida alcohólica, pensaron que el paciente era un vulgar «bebedor de clóset». En realidad, ante ellos estaba un caso prodigioso del microbioma humano en acción: el fenómeno del «Síndrome autocervecero».
MICROBIOS:9, HUMANOS: 1
Ni siquiera se insinuaba la terrible posibilidad de que estos despreciables microbios fueran capaces de matar misteriosa y sigilosamente a millones de seres humanos. Nadie sospechaba que eran unos asesinos más efectivos que la guillotina y los cañones de Waterloo. Paul de Kruif, Loscazadores de microbios.
A la lectura escolar, por varios años obligada, de la obra de Paul de Kruif y al capítulo de Cantinflas Showsobre Louis Pasteur, podemos culpar que más de una generación creciera con la idea simplista de que, por lo menos si se hallaba sobre o dentro de nosotros, el único microbio bueno era el microbio muerto.
Declarar abierta la «cacería de microbios» representa un nada minúsculo problema si consideramos que, para empezar y si sólo se tratase de erradicarlos, desde el año 2011 sabemos que en nuestro cuerpo hay aproximadamente nueve microbios —virus, arqueas, protozoarios, hongos y, sobre todo, bacterias, unas 10 mil especies de ellas— por cada célula humana, lo que nos convierte en lo que en ecología se conoce como un supraorganismo o, si se prefiere, un superorganismo: un organismo formado por varios, donde «varios», en este caso, significa «millones de millones».
A este conjunto de microorganismos se le conoce como microbioma humano, donde «bioma» indica que una gran diversidad de especies interactúan entre ellas, formando redes complejas. La falta de alguna de ellas puede ocasionar que el ecosistema —en este caso, nuestro cuerpo— sufra o, inclusive, se colapse —que nos muramos, pues.
Nuestros microbios no humanos habitan por toda nuestra piel, en oídos, nariz, boca, esófago, estómago e intestinos y, en el caso de las mujeres, hay una gran riqueza de bacterias en la vagina. Resulta de extrema importancia si consideramos que antes de nacer y mientras estamos en el vientre materno, estamos completamente libres de microbios. Es cuando atravesamos por la vagina de nuestra madre que ella nos provee de millones de bacterias cuyas especies nos acompañarán la mayor parte de nuestra vida —si es que antes no se topan con algún antibiótico que las extermine como «daño colateral» durante un tratamiento médico—. El lector que en este momento se pregunte si, considerando esto y dada la opción, tiene alguna ventaja para la salud de un humano nacer por vía natural en lugar de por cesárea, la respuesta es afirmativa.
LOS ECOSISTEMAS DEL PLANETA HOMO SAPIENS
Si no te gustan las bacterias, estás en el planeta equivocado.- Stewart Brand, escritor
Fue a raíz del éxito del Proyecto Genoma Humano —alrededor de 2001—, en el que se logró secuenciar toda la información genética —instructivo de ensamblaje y funcionamiento— de nuestra especie, que los científicos llamaron la atención sobre la necesidad de crear otro proyecto con el mismo fin, pero teniendo como sujetos a los microorganismos que en su conjunto forman nuestro microbioma, de manera que fuera posible analizar el papel que desempeñan en conservar la salud humana. Así, en 2005 surgió la iniciativa internacional conocida como el Proyecto Microbioma Humano.
Para el año 2012 se habían secuenciado alrededor de 550 mil genes de un total que, se espera, sea por lo menos de unos 20 millones. Aunque las especies que forman el microbioma de un ser humano sano varían de persona a persona, es posible reconocer sin confusión a las especies que habitan en cada región del cuerpo de un individuo y las funciones que desempeñan en conjunto en cada una de esas regiones.
En el caso de estómago e intestinos, llevamos décadas escuchando sobre la flora intestinal, un término que sigue siendo considerablemente popular aunque, como ya hemos dicho, se trata en realidad de un microbioma formado por millones de bacterias que habitan en esa región y que, en algunos casos, nos ayudan a digerir y aprovechar mejor nuestros alimentos —se estima que hasta un 15% de las calorías presentes en los alimentos que consumimos son extraídas por las bacterias de nuestro colon y usadas en nuestro beneficio—.
Son también los microorganismos que forman nuestro microbioma quienes nos ayudan a que el sistema inmunitario reaccione de forma más rápida y eficiente cuando nos agrede algún «microbio masiosare» —un extraño microbio enemigo.
EL BEBÉ ANTISÉPTICO Y QUIZÁS ALÉRGICO
«The Antiseptic Baby and the Prophylactic Pupwere playing in the garden when the Bunny gamboled up;they looked upon the Creature with a loathing undisguised; it wasn’t Disinfected and it wasn’t Sterilized.They said it was a Microbe and a Hotbed of Disease;they steamed it in a vapor of a thousand-odd degrees…»Arthur Guiterman, «Strictly Germ-proof».
Sin intenciones de restar algarabía a nuestros lectores, el lado preocupante al hablar sobre el microbioma humano es que, de acuerdo con científicos como Martin J. Blaser, director del Programa Microbioma Humano de la Universidad de Nueva York y autor de Missing Microbes: How the Overuse of Antibiotics is Fueling Our Modern Plagues —Microbios perdidos: cómo el sobreuso de antibióticos está alimentando las plagas modernas—, el uso excesivo de antibióticos, el aumento proporcional en el número de partos por cesárea y una atención casi obsesiva por vivir en un ambiente de extrema limpieza —libre por completo de gérmenes mediante sanitizantes—, están ocasionando que disminuya la riqueza de nuestro microbioma.
En otras palabras: tanto en diversidad de especies como en abundancia de ellas, el microbioma humano se está viendo afectado. Lavarnos las manos con agua y jabón está perfecto —nuestras bacterias «amigas» de la piel nos lo agradecerán—, pero preferir bañarlas con alcohol por la flojera de ir al lavamanos quizás sea demasiado.
Si fuésemos un poco cínicos, podríamos preguntar: «¿Y a nosotros qué nos importa la desaparición de especies de microbios de nuestro cuerpo? Ya hemos exterminado un considerable número de especies de “macrobios” y, ya ven, aquí seguimos de fiesta». Bueno, al respecto Blaser y otros investigadores nos advierten que el gran incremento en décadas recientes en el número de casos de obesidad y diabetes infantil, asma, alergias a los alimentos, autismo, colitis ulcerativa y eczema —entre otros padecimientos—, podría estar ligado a la desaparición de especies en nuestro microbioma.
LA MICROVENGANZA DE LA BORRACHERA SIN BEBIDA
Regresemos ahora al extraño caso del borracho sexagenario que no bebía. Los episodios alcohólicos de esta víctima de sus microbios —y no de sus vicios— empezaron en el año 2004, luego de un tratamiento con antibióticos al que se sometió debido a una fractura del pie. Al salir del hospital, el paciente notó que ahora bastaban dos cervezas para sentirse peor que si se hubiera tomado dos six packs; peor aún: a veces se embriagaba sin, según él, haber abierto ni una lata.
Como cualquier cónyuge sensible haría en una situación similar, su esposa, quien era enfermera, decidió comprar un alcoholímetro y empezar a documentar tan curioso fenómeno. Con frecuencia el porcentaje de alcohol en la sangre de su marido alcanzaba niveles altísimos, de hasta 0.40%. Estos episodios eran más frecuentes cuando el borracho accidental se saltaba una comida o después de que se ejercitaba, y su frecuencia se iba incrementando con el paso de los años, hasta llevarlo a la sala de emergencias y al escepticismo médico antes descrito.
La suerte de nuestro paciente cambió en enero de 2010, a raíz de un completo análisis gastroenterológico, en el que apareció el origen de sus borracheras: la presencia en su intestino de la levadura —hongo unicelular— Saccharomyces cerevisiae, famosa, como indica su nombre, por ser una de las responsables de la fermentación alcohólica. Al parecer, los antibióticos que le recetaron en 2004 habían aniquilado buena parte de las especies de su microbioma intestinal, lo que fue aprovechado de inmediato por S. cerevisiae para reproducirse y colonizar a sus anchas y, por supuesto, fabricar alcohol a partir de los azúcares consumidos por su anfitrión.
El remedio para sus borracheras consistió en erradicar a estos hongos mediante fluconazol, restaurar su biota intestinal4 con tabletas de lactobacilos y una dieta sin azúcares y baja en carbohidratos por un tiempo. Y quien crea que tolerar por años las sospechas de una esposa, con alcoholímetro en mano, es malo, tal vez no le parezca tanto si considera otro de los contados registros que se tienen del Síndrome autocervecero o Síndrome de fermentación intestinal —como se le conoce en la literatura médica—: el caso de una adolescente de 13 años que fue internada en una clínica de rehabilitación sin acceso alguno a alcohol hasta que a alguien se le ocurrió analizar su microbioma intestinal.
Los estudios sobre el microbioma humano nos han llevado a un escenario en el que, como en el caso de los Parques Nacionales africanos, ha llegado el momento de cambiar nuestro papel de cazadores por el de conservadores de microbios; por lo menos de quienes nos han acompañado durante nuestra evolución y que, fuera de toda duda, redefinen por completo lo que es un ser humano: más que un organismo solitario, un superorganismo.
Luis Javier Plata Rosas es nuestro «oceanólogo de cabecera» y también un gran divulgador científico, labor que en 2014 le mereció el Premio Estatal de Ciencia de Jalisco. En esta misma casa editorial ha publicado los libros Mitos de la ciencia (2013) y Mitos del siglo XXI (2014).