Es de todos conocido que las negociaciones sobre el cambio climático están estancadas por la falta de un acuerdo entre los EE. UU. y China, que en conjunto emiten 50 por ciento de los gases de efecto invernadero —GEI— provenientes de la quema de combustibles fósiles y causantes del calentamiento global. México, como anfitrión de la XVI Conferencia de las Partes —COP-16—, ha hecho múltiples gestiones para flexibilizar las posturas de los países más contaminantes del mundo, pero es difícil obtener acuerdos. En este texto se revisan los principios ambientalistas que, para bien y para mal, han ejercido estos países desde hace muchas décadas.
En el tema de la reducción de emisiones de GEI, las posiciones de los gobiernos estadounidense y chino parecen irreductibles: el presidente Obama no puede comprometer más de lo que le autorice el Congreso, y la diplomacia de los EE. UU. se opone terminantemente a que su presidente firme un acuerdo posterior a Kioto si China no se compromete a fijar metas de reducción de emisiones de bióxido de carbono en plazos perentorios.
Por su parte, China no desea limitar su desarrollo económico, pues considera que tiene el derecho a contaminar durante los próximos cien años la parcela de atmósfera que le toca, y piensa utilizar sus amplias reservas de carbón para sacar de la pobreza a cientos de millones de chinos que aspiran a tener el mismo nivel de vida que los estadounidenses.
Nada más justo y equitativo; claro, sin importar lo que le pase al planeta. La India y Brasil tienen posiciones semejantes a la de China, y en la práctica forman un bloque cuya secreta intención es doblegar a los EE. UU. para obtener ventajas económicas y comerciales de su futura participación en los acuerdos climáticos, la cual gira en torno a cuatro principios que lo mismo aclaran posturas que atrincheran pasiones:
Principio #1. El que contamina paga —Polluters Pay Principle (PPP)—
Este principio básico de justicia ambiental indica, en su versión más prístina, que si una empresa o país contamina un río o la atmósfera, debe hacerse cargo de las afectaciones causadas a la naturaleza o a los grupos humanos. Un caso reciente que ilustra la utilidad de este principio fue el derrame de petróleo causado por British Petroleum —BP— en el Golfo de México. Con base en este principio, los EE. UU., China y todos los países que emitan GEI, deben asumir su responsabilidad y pagar por los daños que han causado o causarán.
La realidad es que hasta el momento los gastos que causa la contaminación no se pagan debidamente. Además, este principio tiene una variante perversa: el derecho inferido a contaminar mediante un pago; haciendo un paralelismo, es como si alguien creyera que pagando la tenencia vehicular, ya cubrió los daños que la contaminación de su auto causa al planeta.
Principio #2. Piensa globalmente y actúa localmente
Este postulado abona al asunto climático de manera particularmente positiva, ya que las partículas de GEI no tienen efectos locales inmediatos y medibles; de hecho, muchos no los consideran contaminantes, pues en su mayoría son compuestos «naturales»: el bióxido de carbono lo exhalan todos los seres vivos, el metano es producto de la inevitable descomposición de la materia orgánica, el óxido nitroso proviene de los procesos de fijación de nutrientes, los HCFC y HFC son en su mayoría inertes, así como las partículas negras de hollín de los incendios forestales y erupciones volcánicas.
Pero todo exceso es malo, en especial si se trata de sustancias químicas. Si consideramos que una molécula de bióxido de carbono puede permanecer en la atmósfera por 200 años, no importa entonces cuándo y dónde se emita, la circulación global de los vientos homogeneizará rápidamente su concentración a lo largo de todo el planeta y sus efectos serán sentidos por numerosas generaciones. Entonces, si se piensa globalmente, no se debe dejar de actuar en todos y cada uno de los países firmantes del Acuerdo Marco de la Naciones Unidas para el Cambio Climático.
Principio #3. Responsabilidades comunes, pero diferenciadas
Éste es el principio fundamental de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático y se basa en que los países desarrollados han generado cerca de 75 por ciento de todos los geiacumulados en la atmósfera planetaria desde que se inventó la máquina de vapor en 1750. Si bien todos debemos proteger el sistema climático de la Tierra, los estadounidenses, rusos, alemanes, ingleses y japoneses, en lo particular, se han beneficiado enormemente del uso irrestricto de la atmósfera, han acumulado riquezas y dominan el comercio mundial. Siendo así, la Convención es muy explícita al señalar que los «países desarrollados deberían tomar la iniciativa en lo que respecta a combatir el cambio climático y sus efectos adversos». Nada más lógico y equitativo, de tal suerte que el Protocolo de Kioto les fija metas obligatorias de reducción en lo que se llama el «primer periodo de compromiso» que abarca de 2008 a 2012.
Principio #4. Principio precautorio
Todas las políticas sobre cambio climático son preventivas y tienen como objetivo evitar que la temperatura del planeta ascienda más de 2 ºC de su promedio actual, y que las concentraciones de bióxido de carbono rebasen las 450 partes por millón. Aunque este principio no se esgrime de manera explícita en las discusiones, es el que más se debería usar, especialmente cuando es competencia de un gobierno decidir acerca de la instalación de nuevas centrales eléctricas y sistemas de transporte público que utilizan combustibles fósiles como fuente de energía, o cuando se autoricen nuevos asentamientos humanos en zonas costeras que serán impactadas por fenómenos meteorológicos extremos como huracanes e inundaciones.
Pero las naciones ricas tienen sus propios principios y, el más claro de todos, es aquel que dice «el que paga, manda». Así, la respuesta de los países desarrollados a las exigencias humanitarias, africanas, bolivarianas o isleñas —pues los países rodeados por mar son los que van a desaparecer primero— es que se deben crear más mercados de bonos de carbono, por medio de los cuales los países desarrollados puedan descontar sus emisiones contaminantes y, al mismo tiempo, comercializar sus nuevas tecnologías limpias, inducir proyectos masivos de reforestación y evitar, finalmente, la destrucción de bosques y selvas en los países pobres. Pero para que un mercado funcione deben existir condiciones de escasez y, si la moneda de cambio son las «toneladas de carbono reducidas», lo que el planeta necesita es abundancia de las mismas y no el acaparamiento de éstas por las leyes de la oferta y la demanda.
Es muy alta la probabilidad de que la cop-16 concluya sin acuerdos de reducción obligatoria de emisiones de gases de efecto invernadero. Lo que representantes de muchos países buscamos es que, finalmente, se deposite el dinero ofrecido para el Fondo Verde que se aprobó en Copenhague, con el cual se pueden financiar todas las medidas de mitigación y adaptación al Cambio Climático que no podemos pagar.