adplus-dvertising

Los poetas malditos

La tormentosa relación entre Paul Verlaine y Arthur Rimbaud es tan inmortal como la genial creación poética de ambos.

Así es como se han conocido a algunos de los poetas franceses decimonónicos: Baudelaire, Mallarmé, Verlaine y Rimbaud por sus vidas atormentadas y porque uno de ellos, Paul Verlaine, tituló así el libro con el que consagró al otro, Arhur Rimbaud: Les Poétes maudits, en 1884.

Hablemos de Paul Verlaine y Arthur Rimbaud, que germinaron y escribieron entre escalofriantes líneas una relación desquiciada expresada en la agudeza de sus obras, pero que, como toda trágica aventura pasional, los llevó ala destrucción. Durante más de dos años, entre París, Bruselas y Londres, estos poetas revolucionaron la poesía moderna, dejando en ella matices imborrables y dando un gran regalo a la literatura: el simbolismo. «Los poetas —escribió Hölderlin— surgen la mayoría de las veces al inicio o al final de una era»; sin embargo, en el caso de estos dos controversiales visionarios no solamente comenzaron una nueva era literaria, sino que marcaron e influyeron en la literatura en su futuro próximo y lejano.

Paul Marie Verlaine nació en Metz, Francia, el 30 de marzo de 1844dentro de una familia de clase media. Desde pequeño, gozó de una educación de buena calidad hasta llegar a estudiar leyes en París, aunque después tomó la decisión de abandonar los estudios para embarcarse en la aventura de ser funcionario. En París halló su utopía al lado del movimiento parnasiano, filosofando, discutiendo sobre retórica y tomando sus primeros tragos de ardiente ajenjo con poetas renombrados: Ricard, Méndez, Cippée y de Banville. Allí Verlaine descubrió que en su interior no sólo existía un poeta innato, sino también un idealista hambriento de expresar su don; idealismo que le ayudó a participar en la sangrienta Comuna que siguió a la humillante derrota de los franceses ante los prusianos. En1870 desposó a Mathilde Mauté, de 16 años. Un año más tarde, unas cuantas hojas provenientes de las Ardenas encendieron una nueva flama en su tradicional y aburrida vida al toparse con varios inusuales poemas que brillaron ante sus asombrados ojos como algo único.

Paul Verlaine y Arthur Rimbaud.

Jean Nicolas Arthur Rimbaud nació en Charleville, Francia el 20 de octubre de 1854 en el seno de una familia pequeño burguesa rural, donde creció sin padre, con un hermano mezquino, hermanas consentidoras y la tiranía de su puritana madre, Vitalie Cuif. A temprana edad ya poseía gran genialidad en las venas, expresada inicialmente en la escuela, pero siendo más notoria en la creación literaria. Bastó con que el autor latino Virgilio cayese entre sus delgados dedos yante sus curiosas pupilas azules, para que Arthur, sin mucho esfuerzo, empezase a escribir poesía en lengua culta.

Su maestro, Georges Izambard, percibió pronto su talentosa capacidad con las palabras y lo estimuló a sobresalir en lo artístico y a forjar su gusto con textos de Hugo y Baudelaire. Rimbaud optó, entonces, por la vida rebelde, irónica, cínica y enfermiza. Durante la guerra y la Comuna escapó un sinfín de veces de su casa y vagó por el norte de Francia hasta llegar a París, una gran ciudad no apta para un joven de vida rural. Ahí no tardaría en pasar frío, hambre, soledad y otras desgracias peores. Abatido, pero con la frente alta, regresó a su humilde hogar en las Ardenas, recopiló sus magníficos poemas y los envió al poeta Paul Verlaine, quien al ver su espléndido uso del verso lo invitó de nuevo a París. A los 16 años Arthur decidió aceptar la invitación.

El ansioso Verlaine obtuvo su recompensa después de un tiempo y su joven ídolo arribó a su casa —que en realidad pertenecía a su suegro, el señor Mauté de Fleurville. El desaliñado Rimbaud infatuó a su nuevo maestro con su irreverente genialidad, su desobligada e insolente actitud, su bello porte aniñado y con su rubio y despeinado pelo que combinaba con una cínica sonrisa de joven perturbado. Rimbaud empezó por rechazar las «aburridas» reuniones parnasianas y emprendió una lucha cáustica contra los integrantes de esta agrupación literaria a los cuales frecuentaba Verlaine. Por otro lado, la relación íntima de estos dos poetas derivó en pleitos violentos—con ayuda substancial del alcohol— entre Mathilde y su enloquecido marido.

Poco después, en 1872, arrastrado por una ola de éxtasis creativo y pasional, Arthur incitó a Verlaine a huir a Bruselas, al mismo tiempo que la mente del confundido poeta vacilaba en regresar con su esposa y ver a su hijo crecer. Sin embargo, todo su amor paternal, conyugal y toda su parte racional se desvaneció en Londres, donde pobre y sin dominar el inglés, se aventuró junto a su joven amante en una flamante y arriesgada aventura.

El opio, el ajenjo, el alcohol, el haschís, sus propios demonios internos y la búsqueda poética de Rimbaud—que se alimentó de la oscuridad de los barrios bajos de Londres— comenzaron a destruir anímicamente a Verlaine—parisino hasta la médula, que extrañaba la ciudad luminosa de la que era parte. Ambos vivían del dinero que enviaba la madre de Verlaine y de las clases de francés que impartían, mientras se abocaban de lleno a la creación literaria; sin duda, lo mejor de la obra de ambos. De esta época datan Romances sans paroles de Verlaine e Illuminations de Rimbaud. Pero Rimbaud era más hiriente y despiadado que nunca—la poesía hacía estallar su interior— y Verlaine lo abandonó rotundamente, pero al poco tiempo, la enfermedad, su codependencia, su pasado y su enfermizo amor los reunió otra vez en Bruselas. Es allí donde Verlaine tocó fondo: sufría de esquizofrenia y paranoia y de un periodo de indecisión que Arthur—imbuido en su meditar metafísico— no toleró, por lo que amenazó con abandonarlo. Verlaine, desesperado, le disparó en una mano, acabando definitivamente con la relación y siendo enviado a prisión, de donde saldría dos años más tarde, más tranquilo y humildemente cristianizado.

Rimbaud regresó a casa con una mano perforada y pasó varios meses en un terrible delirio poético, durante el cual escribó Une saison en enfer, obra con la que terminó rotunda y voluntariamente su carrera literaria, a los 19años. Los siguientes años viajó por toda Europa y en 1879 se fue al África, donde habría de amasar una enorme fortuna traficando armas y tal vez, esclavos. Abrumado por la sífilis y el cáncer, murió en Marsella el 10 de noviembre de 1891, a los 37 años.

Verlaine, por su parte, hizo publicar Illuminations y dio a conocer el mito de Rimbaud, al tanto que vivía una vida en la pobreza, el alcohol, las enfermedades y alguna que otra relación ocasional con prostitutas y chaperos.

Verlaine fue maestro para la nueva generación de dandies y bohemios, entre ellos Oscar Wilde. Poco después, la sociedad francesa, dejando atrás el recelo, y de forma inevitable, tuvo que reconocer a Verlaine como «el príncipe de los poetas franceses». Su fallecimiento llegó el8 de enero de 1896, a los 52 años, siendo llorado por una multitud de parisinos. En 1911 se le erigió un monumento en los Jardines de Luxemburgo, de lo cual dijo sarcásticamente Oscar Wilde: «Lo hubieran enterrado junto a un café, ya que la estatua del héroe debe estar en su campo de batalla».

La tormentosa relación entre Paul Verlaine y Arthur Rimbaud es tan inmortal como la genial creación poética de ambos. Rimbaud, que sin duda era un elegido, con un talento insoslayable y, bajo la enseñanza de Verlaine, logró expresar los más extraños sentimientos encontrados, creando dudas acerca de lo real e idealizando una verdad que pocos ven.

Henri Fantin-Latour, Retrato de Arthur Rimbaud y Paul Verlaine, Louvre.

En sus escritos, estos poetas realmente crearon una nueva estética, en donde la libertad en la expresión artística era fundamental y la razón de ser de la poesía era la poesía misma; el arte por el arte. Su poesía mórbida, perversa y bizarra, su inusitada expresión literaria y su sádica y masoquista esencia; así como su vida desastrosa, ligada a la pobreza, el alcohol y las drogas; su soledad, su desamor, su locura, su pasión, bien les ganó el título de poetas malditos y los colocó como predecesores e influencia innegable de todas las vanguardias del siglo XX.

Révé pour l’hiver

L’hiver, nous irons dans un petit wagon rose
Avec des coussins bleus.
Nous serons bien. Un nid de baisers fous repose
Dans chaque coin moelleux.
Tu fermeras l’œil, pour ne point voir, par la glace,
Grimacer les ombres de soirs,
Ces monstruosités hargneuses, populace
De démons noirs et de loups noirs.
Puis tu te sentiras la joue égratignée…
un petit baiser, comme une folle araignée,
Te courra par le cou…
Et tu me diras: «Cherche!» en inclinant la tête,
—Et nous prendrons du temps à trouver cette bête
—Qui voyage beaucoup…

Rimbaud
En Wagon, le 7 octobre [18]70.

Soñado para el invierno

En el invierno nos iremos en un vagón color de rosa
Con cojines azules.
Nos irá bien. Reposa un nido de besos locos
En cada rincón blando.
Tú cerrarás los ojos para no ver las muecas, a través
Del cristal, de las sombras nocturnas,
Esas monstruosidades horribles, populacho
De demonios negros y lobos negros.
Luego sentirás tu mejilla arañada…
un beso diminuto, como una loca araña,
Correrá por tu cuello…
Y tú me dirás, bajando la cabeza: «¡Búscala!».
—Y nos llevará tiempo encontrar a ese bicho
Tan viajero…

Rimbaud
En vagón, 7 de octubre de 1870.
traducción de Aníbal Núñez

Compartir en:

Twitter
Facebook
LinkedIn
Email

Deja tu comentario

Suscríbete al Newsletter de la revista Algarabía para estar al tanto de las noticias y opiniones, además de la radio, TV, el cine y la tienda.

Las más leídas en Algarabía

Scroll to Top