Una de las cosas más naturales de la vida es que ésta tiene un fin; sin embargo, nos cuesta trabajo llamarla por su nombre: la muerte. Mientras más cerca la tenemos, se vuelve un tema más difícil de hablar y, al ser algo desconocido, una situación deseablemente aplazable, se vuelve un tabú en
sí misma, y al evitar nombrarla la convertimos en un «tabú lingüístico». Al que refiere a la muerte se le conoce como «tabú de la delicadeza»: se usa para «evitar la referencia a cuestiones molestas o desagradables, como la muerte, las enfermedades físicas o mentales, la vejez, los crímenes», según lo define María Ángeles Soler Arechalde.
La idiosincrasia mexicana ha dado lugar a una peculiar manera de llamar a este fenómeno y a la figura que la representa. «El mexicano se ríe de la muerte», hemos escuchado y leído infinidad de veces; desde pequeños nos acostumbramos a las maneras «cariñosas» de referirnos a ella, como si nombrándola de una forma familiar y graciosa apaciguáramos lo que en realidad sentimos: el temor y la necesidad de mantenerla lejos.
Cuando nos toca dar la noticia de que alguien más ha muerto, tendemos a hacerlo de manera solemne y a utilizar sinónimos —que son más bien eufemismos— como «expirar», «pasar a mejor vida», «nacer para la vida eterna» o, el más común de todos, fallecer, que viene del latín fallĕre —‘faltar, errar, acabarse’—. Son precisamente estos significados los fundamentales de dicho verbo: dan la idea de falta o carencia, y la de equivocarse, es decir, de «fallar», caer en falta, dar un paso en falso y, metafóricamente, de «caer», matiz que otras lenguas —las germánicas, por ejemplo— le dan a dicho vocablo.
El desconocimiento de lo que nos espera después de la muerte da lugar a expresiones como: «irse al otro mundo», «irse al más allá» o «irse al otro barrio»
Otros eufemismos solemnes son analogía entre muerte y despedida, como: «nos dijo adiós» o «su familia y amigos lo despidieron». Éstas son muy comunes, tal vez porque la muerte en sí misma es eso: una despedida de la vida. Luego están las que se refieren a la transición de la luz a la oscuridad, como: «se apagó una luz» o «se extinguió una estrella» —que, por cierto, pueden ser intercambiables.
También tenemos los que recuerdan a la desaparición o a la ausencia de la persona fallecida, como si se hubiera ido de viaje o hubiera terminado con un arduo trabajo —sobre todo si padecía alguna enfermedad—: «se nos adelantó en el camino», «ya no está con nosotros», «ya descansó», «ya dejó de sufrir» o, la más contundente, «dejó de existir»
Y por supuesto, no pueden faltar los religiosos: «recemos por su ánima», «Dios lo tenga en su santa gloria», «ya está en el cielo», «ya está con Dios / el Señor», «que en paz descanse» —qepd—, o su variante «descanse en paz», que proviene del latín Requiescat In Pace —rip—. La tan conocida «pasar a
mejor vida», con su variante «irse a un lugar mejor», también es de herencia religiosa, puesto que la mayoría de ellas —de las religiones— ofrece una vida sin sufrimientos a la que se accede —paradójicamente— a través de la muerte.
En inglés «to fall» y en alemán «fallen»; ambas significan caer.
«La pelona me hace los mandados»
A pesar de que la muerte no es cosa de risa, existen expresiones para referirse a ella que pretenden hacer mofa del triste suceso, a veces como un intento de mitigar la pena que embarga a los deudos del difunto. A diferencia de las anteriores, éstas normalmente no se usan al hablar de la muerte de algún ser cercano o querido, puesto que implican burla y, hasta cierto punto, falta de respeto. Se utilizan, sobre todo, cuando se trata de figuras públicas o de gente a la que no conocemos personalmente. O en todo caso, cuando ya ha pasado mucho tiempo después de que alguien murió.
Para anunciar la muerte de la abuelita uno no dice «estiró la pata» o «colgó los tenis». La primera de estas coloquiales frases hace referencia a que, cuando un animal muere, las patas literalmente se le ponen tiesas, pues ya no tiene movilidad ni flexibilidad al no irrigar más sangre. La segunda, aunque erróneamente se pensaba que venía de la costumbre vandálica de colgar zapatos o tenis en los cables de electricidad de la vía pública para indicar la victoria de una pandilla sobre otra —incluso la muerte de alguno de sus miembros—, simplemente refiere a que, después de muertos, ¿para qué queremos los tenis? ¡Mejor los colgamos!
Otras frases típicamente mexicanas son «chupar Faros» —por esos cigarros, los más corrientes y baratos, que eran concedidos como último deseo a los desgraciados que llevaban a fusilar en tiempos de la Revolución—, «entregar el equipo», «petatearse», «pelarse», «pelar gallo», «se lo llevó la calaca/huesuda/pelona», «se lo cargó el payaso», «se lo chupó la bruja».
El cambio físico que implica ya no estar con vida y la relación de la tierra con la muerte —por aquello de enterrar los cadáveres— también inspira eufemismos como: «enfriarse», «ya no suda ni se acongoja», «clavar el pico», «darle de comer a los gusanos», «estar tres metros bajo tierra» —que tiene su origen en la medida sanitaria expedida en la Europa medieval durante el azote de peste negra, que exigía enterrar a los cuerpos infectados a esa profundidad para evitar contaminar el ambiente y que pudieran descomponerse más rápido.
«Se murió en…»
México «Se nos adelantó»
«Se petateó»
«Se enfrió»
«Se fue al cielo»
«Ya entregó el equipo / la piel»
«Ya es fiambre»
«Ya no paga renta»
«Ya pasó a mejor vida»
Argentina «Se fue a mirar los rabanitos desde abajo»
«Se fue al naipe»
«Se fue a cantar para el carnero»
«Anda de minero»
«Se mudó al barrio de los pies juntitos»
Chile «Se fue al patio de los callados»
Colombia «Colgó los guayos»
España «Ya espichó»
«Se fue a criar malvas»
«La ha palmado»
«La ha diñado»
«Se fue al otro barrio»
Inglés «To bite the dust» —«morder el polvo».
«To buy the farm» —«comprar la granja»—.
Refiere sobre todo a muertes por accidente o
en acción militar; la «granja» es la propiedad
mortuoria donde descansará el occiso.
«To kick the bucket» —«patear la cubeta»—.
Al parecer, su significado refiere a cuando las
personas se suicidan colgándose: para alcanzar
la soga, algunos se ayudan de una cubeta y, para
dejar caer todo su peso y quedar suspendidos,
la patean.
«To meet one’s maker» —«conocer a su
creador»—, en clara referencia religiosa.
«Six feet under». Es el equivalente a nuestro «tres
metros bajo tierra» —aunque literalmente son
«seis pies».
Del mismo modo, tenemos los que conciernen a la forma de llevar un cadáver —«salió con los pies por delante»—, a lo que ya no alcanzó a hacer o ya no hace el difunto —«ya no cargó los peregrinos», «ya no paga renta»— o lo que «está haciendo» ya de muerto —«ya juega cartas con el Diablo», «ya está en el veliz». Y es que, a la hora de referirse a la muerte de alguna persona —o animal, ¿por qué no?—, por aquello de que aún no nos atrevemos a llamarla tal cual, como lo que es, la creatividad llega muy lejos.
Cristina Reynoso López es una fanática total de las calacas y de las palabras, por eso disfruta tanto las calaveras literarias, los grabados de Posada y todas las tradiciones mexicanas del Día de Muertos que, espera, no mueran jamás.