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Los manuscritos iluminados

Estos textos y sus ricas ilustraciones son hoy la fuente más rica de información visual sobre la vida cotidiana durante el medievo.
Los manuscritos ilustrados

Por mucho tiempo, el cristianismo fue la religión del libro, y durante la Edad Media el profundo fervor religioso se reflejó en la elaboración de hermosos manuscritos que tenían la intención de venerar y reflejar la belleza de Dios y su creación. Estos textos y sus ricas ilustraciones son hoy la fuente más rica de información visual sobre la vida cotidiana durante el medievo.1 Conoces más sobre los manuscritos iluminados.

Las cosas son hermosas cuando poseen colores.
Santo Tomás de Aquino

Entre los siglos I y III de nuestra era, el manuscrito -del latín scriptus, ‘escrito’ y manus ‘mano’- empezó a sustituir a los rollos de papiro como principal medio de transmisión de textos e imágenes por una nueva estructura: la del libro. Su elaboración, a lo largo de los siglos IV al XVI, fue un esfuerzo colectivo de escribas e ilustradores con distintas habilidades.2

Los primeros escribas eran monjes y monjas que trabajaban en los scriptoria alojados en monasterios y catedrales, y que custodiaban valiosos manuscritos ilustrados en favor de la preservación del conocimiento y la difusión de la fe cristiana.

Origen

El surgimiento del libro supuso muchas ventajas sobre el pergamino: tenía páginas de dimensiones regulares —que estaban cosidas de un lado y en un material más delgado—, y contenían ilustraciones de mayor tamaño, que se conservaban mejor y permitían el uso de pigmentos más consistentes, lo que mejoraba su calidad y durabilidad; además, la función de dichas ilustraciones iba más allá de la ornamentación: su propósito era un recurso para exaltar los matices místicos y espirituales, además de didáctico. Otra ventaja fue el tamaño, al hacer al libro más chico y portátil —como para caber en una alforja— y, de esta manera, llegar a todos lados.

Proceso de elaboración

Los materiales esenciales eran la tinta y el pergamino,3 este último, se elaboraban con piel de vacas, ovejas y cabras, y se agrupaban en conjuntos de hojas conocidas como pliegos o páginas.

Las tintas se obtenían de minerales y sustancias orgánicas como el carbón, mezclas de roble y sulfuro ferroso, bermellón, clara de huevo, goma arábiga, azurita, tornasol y el costoso lapislázuli, que se utilizaba para los mantos de las vírgenes. Para que las ilustraciones brillaran, se aplicaban finas hojas de oro y plata sobre una capa de pigmento. Por eso se les llamó manuscritos «iluminados».

Para escribir se utilizaban plumas de cisne o ganso. La letra empleada cambió a lo largo del tiempo, principalmente la letra uncial y la letra gótica, que eran las más frecuentes.4 Terminado el trabajo, se cosían todos los pliegos, y se colocaban entre tablas de madera que se cubrían posteriormente con piel, seda o terciopelo. Al final, los cantos exteriores se sujetaban con manecillas de metal.

Éste era un trabajo laborioso que requería de meses o, en algunos casos, de años: por ejemplo, los dos volúmenes de la lujosa Biblia de Borso d’Este, cuidadosamente ilustrada por Tadeo Crivelli y otros artistas, tardaron diez años en hacerse.

La Imaginería

Los manuscritos se realizaban por encargo, y se debía especificar con antelación qué santos, emblemas o escudos de armas debían figurar. Además, las ilustraciones en miniatura cambiaban a lo largo de los siglos, tanto en tamaño como en el lugar donde eran colocadas. Las iniciales o capitulares contenían una diversidad de colores e imágenes con diferente fin; las había historiadas —las cuales representaban acontecimientos—, habitadas —con figuras humanas y animales, fantásticas— y ornamentales, con dibujos decorativos. Los bordes estaban enmarcados con líneas o con una cenefa de delicadas flores y hojas que envolvía parcialmente el texto. Este era el único espacio donde se le concedía cierta libertad al artista para escoger colores y trazos.5

Pocas fueron las imágenes que mostraban variedad de escenas cómicas y criaturas fantásticas como parodia del ser humano; sin embargo, se pueden observar especialmente en los manuscritos ingleses y flamencos hacia los siglos XII y XIV.

El Contenido

Tanto las temáticas como la iluminación de los manuscritos fueron ricas y variadas. Algunos de los más hermosos ejemplos de este arte medieval son las diversas biblias que se elaboraron en gran formato para uso público; los Evangelios, salterios6 y los libros de las horas —que contienen las horas canónicas—, por el contrario, eran de pequeñas dimensiones, se podían comprar en comercios y eran los más adquiridos por nobles y ricos mercaderes en el siglo XV.

El primer y más antiguo manuscrito iluminado que se conoce fue Virgilio del Vaticano, que fue creado a finales del siglo IV y contiene dos de los tres grandes poemas de Publios Virgilius Maro. En él se puede apreciar una estructura de una sola columna, y el texto escrito en letra cursiva romana formando párrafos robustos, coronados por ilustraciones enmarcadas en color rojo y del mismo ancho que la columna.

Otro ejemplo magistral, Las tres ricas horas del Duque de Berry, casi marca el fin de este arte, pues fue elaborado entre 1413 y 1416 por los hemanos Limbourg. En sus primeras 24 páginas se presenta un calendario ilustrado, cuya constante es el color azul y la temática corresponde a la actividad de cada mes. Ni los autores —que eran tres— ni el duque pudieron disfrutar de esta obra una vez terminada, pues los Limbourg murieron antes de 1416 y el duque en ese mismo año.

Foto: Patrimonio ediciones. Las tres ricas horas del Duque Berry.

Secularización y extinción

A medida que la educación se fue generalizando creció también el interés por el conocimiento y la expansión del comercio de libros seculares.7 Éstos no eran iluminados tan profusamente como los textos religiosos, y normalmente estaban escritos en lenguas vernáculas:8 en castellano, inglés y alemán que relataban hazañas heroicas, grandes aventuras, romances y acciones caballerescas.

Después de un vacío en la producción de manuscritos ocasionado por la plaga del siglo XIV, comenzaron a formarse gremios de artistas empleados por las casas reales y los nobles. Su estatus se elevó y surgieron iluminadores que recreaban el mundo que los rodeaba como Simona Martín, Jan van Eyck, Fra Angélico y Tadeo Crivelli.

La llegada de la imprenta en 1450 significó el fin de los manuscritos, aunque no de forma inmediata, ya que éstos se siguieron produciendo hasta el siglo XVI. De hecho, muchos textos que salieron de la imprenta todavía fueron ilustrados artesanalmente. Hoy en día, continúa la fascinación por estos libros y sus escenas: en ellas vemos lo desconocido, al tiempo que reconocemos lo familiar.

1 Gran parte de la información de este artículo se obtuvo de: József Herman, El latín vulgar, Barcelona: Ariel, 2001, y Krystyna Weinstein, El Arte de los manuscritos medievales, Barcelona: Edunsa, 1998.
2 v. Algarabía 25, mayo 2006, Gr a f o syg r a f í a s: «El blanco, el origen de la palabra»; pp. 87-90.
3 El papel empezó a ser utilizado en el siglo x v únicamente en los libros de los estudiantes —porque era más económico— y para textos populares que no fueran lujosos.
4 «Historia de la escritura occidental» en Ciencia, arte y sociedad, año por año, Colección Algarabía, México: Lectorum y Otras Inquisiciones, 2010; pp. 127-136.
5 Los diseños originales estaban protegidos por la ley. En 1398, en París, Jaquemart de Hesdin fue acusado de robar dibujos y modelos de otro artista.
6 Libros canónicos del Antiguo Testamento, que contienen las alabanzas de Dios, de Su Santa Ley y del varón justo, particularmente de Jesucristo, que es el primer argumento de este libro. Constan de 150 salmos, de los cuales el mayor número fue compuesto por el rey David.
7 La secularización es el proceso en que la religión y sus instituciones pierden influencia sobre las sociedades, de modo que otras esferas del saber van ocupando su lugar.
8 Lengua propia del lugar o país de nacimiento. Las enseñanzas en Europa eran rigurosamente en latín, lengua propia de los romanos, «no vernácula» por excelencia. Tras la caída del imperio romano, la Iglesia siguió usando el latín como única versión autorizada de la Biblia.

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