Si todos somos hijos de Pedro Páramo y nietos de Sara García, también todos hemos sido sospechosos de los sheriffs más famosos de México: los hermanos Almada. La iconografía del México bronco, en el que los malos muy malos y los buenos muy buenos echan mano de una Magnum .44 para dirimir sus desacuerdos, mucho le debe a las películas que estelarizaron los delgados bigotes del dúo campirano.
Fernando y Mario Almada habitan la misma región legendaria que «El Santo» o «Kalimán», aunque su relación con el bien y el mal sea más bien ambigua. Si el «Enmascarado de plata» acogió la justicia como su segunda piel, los hermanos Almada lo mismo interpretaban a unos bandidos inmorales, que a unos inflexibles vigilantes de la ley. Todo, justo es decirlo, con su inevitable sombrero.
Mario Almada Otero, el más grande de ambos, nació el 7 de enero de 1922, en Huatabampo, Sonora; Fernando, el 26 de febrero de 1929, en la Ciudad de México. Si bien ambos son referentes del cine mexicano, Mario es quizá la cara más conocida en el difícil negocio de los balazos y la serena hombría. Paradójicamente, fue Fernando quien comenzó primero en el cine, en la película El correo del norte (1963); su hermano lo haría dos años después, en Los jinetes de la bruja (1965).
Ambos hermanos no sólo interpretaron numerosos papeles en películas, también escribieron guiones y fueron productores, de hecho, la labor de Fernando se orientó decididamente hacia este rubro. Buena parte de las películas protagonizadas por los hermanos, o por alguno de ellos, siguió un esquema similar: además de actuar, también se involucraban en el guión o en la producción.
Así, Mario fue destacando en su labor cinematográfica; su rostro cincelado en piedra lo hacía único para los papeles que interpretaba. Fue hasta 1968, con el filme Todo por nada, que Mario obtuvo popularidad y prestigio; su actuación, por ejemplo, le valió una Diosa de Plata en el rubro Revelación del año. El western mexicano entraba en sus años dorados, y a caballo lo hacían Mario y Fernando.
Ambos hermanos grabaron películas como balas percutidas terminaban en la arena de sus desérticas locaciones. Mario lo haría en dimensiones industriales: realizó más de 350 filmes, lo que le valió poseer el Récord Guinnes, por encima de personalidades como John Wayne o Chuck Norris, su disminuido alter ego estadounidense; Fernando, en tanto, grabó la friolera de 150 películas —algunas más que su par británico, Anthony Hopkins, con 127.
Mario Almada murió el 4 de octubre del 2016, en Cuernavaca, Morelos, lejos del desierto y las balas. No alcanzó a estrenar su última película, El ocaso del cazador, basada en una historia real. En ésta también llevaba sombrero.