Jorge Larrea, el prestigiado empresario de bienes raíces, había emprendido la huida una mañana de mayo.
Medio centenar de personas se reunió en avenida Nuevo León 108, tercer piso, para exigir se les garantizara el pago de sus inmuebles o se les devolvieran las cantidades depositadas en la compañía como anticipo de futuras compras de casas o condominios. Se dio parte al agente del Ministerio Público y éste solicitó la inmediata intervención del comandante Jorge Medina, de la Policía Judicial.
Fue así que la opinión pública descubrió que Jorge Larrea había estafado a sus clientes mediante sus fraudulentas operaciones como presidente de la compañía portadora de su nombre. Las cifras del fraude se modificaban conforme desfilaban las víctimas, acompañadas de sus abogados, por los pasillos, en alrededor de 60 millones.
Entre los defraudados había abogados, militares, artistas, agentes policiacos, periodistas y muchas otras personas que, con el deseo de tener casa propia, entregaron su dinero al pillo de Larrea, o bien, pusieron en sus manos propiedades para ser vendidas.
Tongolele figuraba entre ellos, pues hacía unos meses había entregado dinero a Larrea para adquirir la casa que pensaba poner a nombre de sus hijos. Cuando lo buscó para cerrar la operación, Jorgito ya había emprendido el vuelo. También la imitadora Carmen Salinas contrató los servicios del estafador y, sin sospechar nada, unos días antes de que Larrea saliera del país, llegó a sentirse profundamente conmovida en el centro nocturno donde se presentaba, al percibir que las lágrimas aparecían en los ojos de la esposa de Larrea cuando la complació imitando a Gloria Lasso en «Buen viaje».
Mientras trataban de localizar a Larrea, las autoridades detuvieron a sus colaboradores más cercanos, entre los que figuraban Manuel Espinosa, administrador general de la compañía, y Eduardo Pagés. Aun cuando este último insistió en que lo único que hacía era tramitar las hipotecas —y que no tenía mayor trato con los clientes, por lo cual desconocía el procedimiento de elaboración de contratos seguido por su jefe—, fue consignado por el delito de fraude.
Poco después, Beatriz Larrea de Weber, hermana del prófugo, se presentó en la Jefatura para confirmar los rumores: Jorge Larrea había salido del país, pero antes le dejó una carta donde se disculpaba y explicaba su situación:
Desde el momento en que has abierto esta carta es porque no he conseguido el crédito que les dije iba a buscar al extranjero; por esa razón me veo en la necesidad de irme para no regresar más. No te espantes por esta decisión; tampoco me odies y comprende mi pena por no volver a verlos. No le digas a nadie que no voy a regresar.
Posiblemente al abrir esta carta ya existan muchas acusaciones en mi contra. A ustedes igual que a todos, los engañé con la bonanza de mis negocios, pero lo cierto es que las deudas se fueron agrandando a través de los años. Cuida de mi gente y permanezcan unidos, pues algún día volveré y espero que me perdonen por dejarlos solos y sin dinero.
Los quiere con toda el alma,
Jorge.
Así concluía la trayectoria de la empresa que había iniciado exitosamente sus operaciones el 29 de septiembre de 1964.
Ante la imposibilidad de extraditar al fraudulento empresario, el procurador del D.F., Gilberto Suárez Torres, sugirió a las víctimas que pusieran de su parte, a fin de que sus diferencias no llegaran a ventilarse en los tribunales. Con ello, las autoridades dieron por concluido el caso.
Sin embargo, Juan Nieto —inquieto reportero de La Prensa— continuó investigando el asunto y proporcionó datos adicionales a sus lectores, ya casi al concluir el año:
Antes del escándalo, Larrea ya tenía procesos judiciales por haber sido acusado en los Juzgados 4 y 9, cuyos jueces dictaron orden de aprehensión. Estas órdenes se encuentran a disposición del director de la Policía Judicial, Melchor Cárdenas, y del subjefe de ese cuerpo, Héctor Martínez.
Se ha comprobado que Jorge Larrea, antes de huir al extranjero, estuvo en la Procuraduría y realizó sus últimas «operaciones de venta» con funcionarios de esa dependencia. Algunos de ellos aún viven en las lujosas residencias, adquiridas en quién sabe qué circunstancias al defraudador.
Su émulo, quien fue llamado el «Larrea de los pobres», Roberto Fajardo, propietario de la empresa Casas de Interés Social, S.A., y defraudador de infinidad de personas de modestos ingresos que aspiraban a convertirse en propietarios de casa propia, desapareció poco tiempo después, al igual que su maestro, sin dejar huella.
Fuente:
Victoria Brocca, Nota Roja 60’s, Editorial Diana, 1993.