En Algarabía ya hemos hablado de los alimentos más costosos. Para complementar, ahora mencionaremos cuáles son los más accesibles del mundo, qué influye en su costo y cómo se relaciona esto con los términos de seguridad alimentaria y la canasta básica en México.
Cuando llega un plato de comida a una mesa ya ha recorrido un largo camino. Aunque cada familia invierte diferentes presupuestos en su alimentación, la búsqueda de un ahorro en lo que se paga por los alimentos puede ser un dolor de cabeza, pues es más fácil determinar cuáles son los más caros que encontrar de manera inmediata los de menor costo.
Para empezar, hay un dato económico vital para entender el costo de los alimentos: cuanto comemos está considerado como commodities, es decir, materias primas que han sufrido procesos de transformación —por muy pequeña que ésta sea— en una gran cadena global.
Los commodities pueden ser de varios grupos: metales —oro, plata, cobre—; energía —petróleo, gas natural—; alimentos e insumos —azúcar, algodón, café—; granos —maíz, trigo, garbanzos—, y ganado.
Justo los precios agrícolas son los más volátiles —es decir, varían constantemente— y así como tienden a subir, hay algunos que bajan más que otros. Todo depende de las condiciones climáticas, los costos del combustible que sirve para transportarlos en cada país y las leyes de oferta y demanda.
Algunos de los más baratos
Para lograr un comparativo confiable de indicadores, se analizaron datos de organismos como la Organización de la Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura —FAO—, el Banco Mundial —BM—, el Fondo Monetario Internacional —FMI— y la Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo —UNSTAD.
El Informe Mensual de Precios de la FAO señaló que las carnes en general aumentaron su precio en varios países, mientras que el de la papa y cereales como el maíz y la soya se redujo en 2014.
La cebada que proviene de Canadá es uno de los cereales más baratos, cada tonelada cuesta un promedio de 174 dólares, de acuerdo con el informe de mayo de 2014 del FMI.
De los países monitoreados de América Central y el Caribe, Costa Rica, El Salvador, Honduras y Nicaragua registraron caídas en los precios de alimentos. A la inversa, Guatemala, México, Panamá y República Dominicana presentaron alzas.
El maíz más barato es el amarillo no. 2, que se produce en los EE.UU., China y varios países de América del Sur. Su costo de exportación en junio de 2014 fue de 202 dólares por tonelada en los EE.UU. y de 204 en Argentina —FAO.
Con esa variedad de maíz se elabora un gran número de productos alimenticios derivados que también tienen un bajo costo, como harinas, masa, frituras, pastelitos, cereales para el desayuno, espesantes, pastas, jarabes, endulzantes, aceite, así como alimentos para los animales domésticos y productos industriales.
En cuanto a las frutas, los plátanos son de las más baratas, con un costo de 42.89 centavos por libra, y Centroamérica y Ecuador son sus principales importadores de acuerdo a las estadísticas de la UNSTAD.
Otros alimentos que figuran entre los más accesibles son algunas semillas que se envían desde Europa, como la de girasol —477 dólares por tonelada—, canola —492 d/t— y soya —566 d/t. Con ellas se elaboran aceites comestibles que sirven para cocinar.
La canasta básica mexicana
En México asociamos los productos de la canasta básica con los indicadores que dirigen los costos de los alimentos. Es importante destacar que existen dos tipos de canasta básica: la rural y la urbana. No es lo mismo llevar alimento del campo a la ciudad que viceversa, y cualquier variación en el precio del combustible o afectación climática influirá directamente sobre los costos de cada insumo.
El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social —CONEVAL— mide los índices de pobreza utilizando la línea de bienestar mínimo, que equivale al valor de la canasta alimentaria por persona al mes; y la línea de bienestar, que equivale al valor total de la canasta alimentaria y de la canasta no alimentaria por persona al mes.
Sistemas de cultivo y seguridad alimentaria
El empobrecimiento de las zonas agrícolas que eran productoras por excelencia es una característica del sistema alimentario actual. En el campo se dejaron de implementar sistemas de cultivo tradicional para satisfacer demandas globales con métodos de agricultura que dejan de lado la producción para el autoconsumo.
Un ejemplo de esto es el sistema de milpa, que había sido la base sustentable de la economía de familias enteras en México y que cambió poco a poco por monocultivos, desgastando las zonas, aumentado los costos de traslado del alimento y cambiando la dieta de esas poblaciones que basaban sus platillos en la llamada «triada mesoamericana» —frijol, maíz y calabaza.
La maestra Edelmira Linares Mazari, del Jardín Botánico del Instituto de Biología de la Universidad Nacional Autónoma de México, explica que el precio del maíz es tan bajo que a quienes lo producen no les conviene venderlo.
El maíz figura entre los alimentos más baratos de nuestro país y la tortilla es uno de los más consumidos a diario, aunque en el estudio del CONEVAL no se especifica la variedad ni origen de las 64 especies nativas.
Agricultura familiar como interés
La Asamblea General de las Naciones Unidas declaró al 2014 como el Año Internacional de la Agricultura Familiar, así que sus campañas están centradas en generar conciencia y comprensión sobre los desafíos que enfrentan los campesinos, así como llamar a los gobiernos de los países a que fomenten esta actividad.
Sin duda, suena idílico pensar que cada país cuidará de su propia agricultura y que cada persona pueda cultivar sus propios alimentos, pero sumando esfuerzos políticos, económicos y sociales, la cadena de producción alimentaria podría mejorar enormemente, y con ello, las condiciones de vida de los productores y consumidores.
Los precios de los alimentos no sólo están determinados por su oferta y demanda, sino por la frecuencia promedio de su consumo y por la disponibilidad que exista para hacerlos llegar hasta donde se requieran.
Como explicó Sidney Mintz en su libro Sabor a comida, sabor a libertad: «La libertad también se gana por el estómago». Preguntarnos más sobre qué comemos y de dónde viene no significa satanizar los productos extranjeros sino valorar la diferencia cultural que nos hace únicos. La comida es parte de esa particularidad y rechazar la imposición alimentaria —marcada por intereses que sólo benefician a unos cuantos— es un acto democrático que, a la larga, podría lograr que la comida fuera más barata y de mejor calidad para más personas.