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Lo que dicen las paredes

Cuántas veces hemos caído ante una broma inscrita en una pared de la calle, nos hemos detenido a tomarle una foto a una frase rayoneada.

Cuántas veces hemos caído ante una broma inscrita en una pared de la calle, nos hemos detenido a tomarle una foto a una frase rayoneada en un muro al asumirla como verdad. O, nosotros mismos, dejado un mensaje amenazante, odioso, amoroso, para alguien más en un baño público; dejado huella, de puño y letra, en los lugares que visitamos. Nos consta entonces que las paredes hablan y de eso hablaremos a continuación.

–Filosofía callejera–

¿Qué mensaje hubiera tenido sentido ahora?

Julio Cortázar

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Por siglos los muros han sido una especie de hoja en blanco; la escritura no se explica sin las pinturas rupestres, reconocidas como el antecedente de la palabra. De modo que en la antigüedad los muros sirvieron al hombre para representar y registrar aquello que deseaba que perdurara, y también para comunicarse. Desde entonces podemos decir que los muros no sólo oyen sino que, también, hablan.

Se sabe que en la Grecia antigua ya se hacía uso de los mensajes en las paredes, en Éfeso aún se conservan viejas inscripciones de tinte amoroso-sexual por parte de las prostitutas que anunciaban sus servicios. Lo mismo que en Roma, la muestra se halla en Pompeya, la ciudad sepultada por el Vesubio. Entre los mensajes que se han encontrado sobresalen anuncios, citas literarias y protestas. Por otra parte es reconocida la anécdota de que en la Segunda Guerra Mundial los soldados dejaban vestigio de sus batallas en las paredes, como en los monumentos; así como aquélla otra de que se encontró en Túnez, Italia y otros países la inscripción Kilroy estuvo aquíKilroy was here–, un clásico de clásicos, lo cual nos hace preguntarnos ¿quién fregados habrá sido ese tal Kilroy y qué anduvo haciendo por el mundo?

«En los exámenes, responda con preguntas»

–Muro de la Sorbona
Los muros han sido de tal modo, como instrumento para la creación, fundamentales en la Historia del arte, y su importancia se revaloró en el siglo xx en Latinoamérica con el surgimiento del muralismo, que optó por esta técnica para que sus creaciones llegaran al pueblo, estuvieran abiertas a él, y de esa manera aleccionarlo. No obstante aquí nos interesa hacer hincapié en el texto, más que pictográfico, escrito y cotidiano, en las frases o en los mensajes que los estudiantes escriben en los salones, que los borrachos rayan en los baños, que los enamorados inscriben en las afueras de las casas o que los viajeros dejan en los centros turísticos, en esa antología de humor, de filosofía popular y callejera.

Hoy en día rayar las paredes es una transgresión, un acto que realizado en la clandestinidad se ha vuelto, para quienes son asiduos a realizarlo, un movimiento artístico que a la manera del muralismo toma los muros como su espacio: el graffiti –de la raíz grafo, ‘escrito’, ‘escribir’–; cuya índole los críticos siguen discutiendo. Pero más allá del arte o la intención artística-estética, las personas usan los muros para inscribir protestas, pensamientos, poemas, declaraciones amorosas, burlas, odios, para crearle mala fama a alguien, o para dejar su huella en los lugares que han pisado, sus nombres; como un espacio de opinión y expresión pública –o íntima, si es que está plasmada en la intimidad de un baño público–. De modo que a veces las paredes contienen todo eso que se quiere comunicar, los mensajes son como un grito o un alarido de las calles, la mayoría de las veces perecedero por su carácter ilícito y transgresor.

«Puto el que lo lea»

–Muro de baño público
Podemos decir entonces que estos rayones en las paredes han evolucionado sin dejar de ser primitivos en esencia, ahora encontramos, por ejemplo, en las calles de la ciudad tuits callejeros, frases en 140 caracteres pegadas en los muros. Sin dejar de lado el boom las intervenciones iconográficas de stickers. Aunque a decir verdad en la actualidad esta práctica se ha canalizando a las redes sociales; un espacio en donde podemos escribir lo que pensamos y que está abierto a la opinión. La asociación es inevitable; no es gratuito, por ejemplo, que se tenga un muro en Facebook.

Quizá sea difícil, o por qué no, muy fácil, aceptarlo: todos hemos cedido alguna vez a la tentación de cometer este acto primitivísimo, –adjetivado así con plena razón–; de convertir la memoria particular en una memoria colectiva. Desmiéntame si no. Es así que la gente le da voz a las paredes, las utiliza como canal para enviar mensajes a todos, a alguien en especial. La necesidad de decir ha estado presente desde siempre.

Es así que, si salimos a la calle y observamos, resulta evidente que las paredes hablan, tienen un lenguaje propio que aceptado o no, existe; díganos entonces usted, querido lector, ¿qué les ha escuchado decir?
Para conocer más sobre el grafitti, lee el artículo «Pinto y me voy» en Algarabía 31.

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