En el Jean-Paul Sartre crítico literario encontramos su deslumbrada admiración por la literatura estadounidense del siglo pasado —tormentoso y atormentado—, que acabó dejando millones de muertes y oleadas de destrucción, sueños, utopías y grandes aspiraciones sociales, abandonando asimismo obras fundamentales de la poesía y la prosa.
Comienzo siendo tajante: Carson McCullers es, para
mi gusto, dueña de la prosa más hermosa y delicada del inglés contemporáneo, tanto
o más, quizá, que Scott Fitzgerald.
¿Quién fue?
Carson McCullers nació en 1917 en Georgia y murió en 1967 en Nueva York. Publicó su primer libro en 1940:
El corazón es un cazador solitario. De extensión modesta, como todo lo suyo, la hizo de inmediato célebre. Era
la primera piedra de un edificio luminoso, uno que alberga magia y soledad y con una atmósfera misteriosa.
Algunos críticos suelen compararla con dos de sus paisanos sureños: Faulkner y Capote.
Se insiste en ponerla como hermana menor del primero y señalan afinidades. La verdad es que son muy distintos. Faulkner posee temas y tratamientos de alta complejidad; el segundo amó tanto al periodismo que lo convirtió en gran literatura y de esta forma la non fiction es un invento suyo. Por su lado, Carson McCullers pulió y pulió sus frases y diálogos hasta hacerlos poesía pura, poesía en prosa, novelas y cuentos poéticos, cargados de una dulce violencia rural.
Con El corazón es un cazador solitario, se convierte en una de las más formidables escritoras de todos los tiempos, en una novelista singular. Nació adulta para las letras, estaba perfectamente diseñada para escribir un puñado de libros perfectos, inobjetables.
La belleza y el talento
en Carson McCullers comienzan, explicó un crítico, por sus títulos: todos son notables y un tanto extraños.
Heinrich Straumann, en la Literatura norteamericana del siglo xx, insiste en encontrar semejanzas entre Faulkner y McCullers: «No sólo porque ambos son sureños y les obsesiona el problema de la inaprensible naturaleza del hombre, sino también por la preferencia que muestran por sus personajes de mentalidad subdesarrollada o anómala.
Carson McCullers tiene, sin embargo, más fuerza en la creación de una atmósfera consistente y pocas veces es confusa en sus elementos. Además, hay en sus obras visión, una búsqueda de algunos valores remotos que, por más grandes que sean las diferencias en otros aspectos, la colocan también al lado de otro escritor: Thomas Wolfe».
¿Qué escribió?
Sus obras innovaron las letras universales. Son relatos de un arte supremo, de una perfección casi mágica. Su realismo es pura apariencia, Carson McCullers escribió sobre seres irreales, fantásticos.
Centrémonos en Reflejos en un ojo dorado
y en La balada del café triste, porque son
más fáciles de obtener y porque suelen venir juntas en un mismo volumen. La primera tiene un inicio excepcional que, de inmediato, capta la atención del lector:
«Un puesto militar en tiempo de paz es un lugar monótono. Ocurren cosas, pero se repiten una y otra vez. El mismo plano de un campamento contribuye a la monotonía. Enormes barracas de concreto, filas idénticas de cuidadas casitas de oficiales, el gimnasio, la capilla, el campo de golf, las piscinas —todo está proyectado ciñéndose a un patrón más bien rígido—. Pero quizá sean las causas principales del tedio de un puesto militar, el aislamiento y un exceso de ocio y seguridad, ya que si un hombre entra en el ejército sólo se espera de él que siga los talones que le preceden. Y a veces pasan también en un puesto militar ciertas cosas que probablemente nunca se repitan. Hay un fuerte sureño donde, hace pocos años, se cometió un asesinato. Los participantes en esta tragedia fueron dos oficiales, un soldado, dos mujeres, un filipino y un caballo».
Pese a las insistencias de diversos críticos, su mundo literario es único e irrepetible.
El célebre dramaturgo Tennessee Williams explicó que esta breve novela «es una de las obras más puras y profundas concebidas con el sentido de lo terrible que es la oscura raíz desesperada de casi todo el arte moderno más significativo, desde Guernica, de Picasso, hasta los dibujos humorísticos de Charles Adams»
¿Cómo escribe?
Su narrativa tiene una elegante sencillez y es resultado de muchas lecturas y de un rigor inusitado en sus frases, algunas memorables, como aquélla que encontramos en Reloj sin manecillas: «La muerte es siempre la misma, pero cada hombre se muere a su manera».
Un universo de sutilezas y extrañas experiencias, de aires melancólicos, gobernada por la soledad y la incomunicación.
Su talento para narrar va más allá de lo habitual; es admirable la rara belleza de sus historias, de sus personajes reales e imaginados, seres anormales o complejos y retorcidos, dentro de escenarios detenidos en el tiempo, como aquellos que encontramos en La balada del café triste, ruinosos, a punto de derrumbarse.
Los aspectos psicológicos son resaltados con maestría por McCullers. Lo hace, como ha dicho el crítico Straumann, como una sorprendente mezcla de «casos virtualmente clínicos y de una franca narración de horror. Un capitán del ejército sureño que tiene “un delicado equilibrio entre los elementos masculinos y femeninos, con las mismas
susceptibilidades de ambos sexos
y sin las potencias activas de
ninguno de los dos”, mata a un
soldado a quien lo une una mezcla de amor y de odio, y que durante semanas enteras ha estado observando por la noche a la mujer del oficial».
¿Y qué decir de la enfermiza relación de Miss Amelia y el jorobado?
Quienes han visto en esto una estética del horror no están lejos de la verdad. Como en Poe, lo enfermizo, lo morboso sirve para crear una novedosa y soberbia narrativa.
Conoce mejor a Carson, encuentra este artículo completo en la edición especial sobre mujeres de Algarabía.
Sobre René Avilés Fabila (QEPD)
«Un escritor necesita soledad, y consigue su parte. Un escritor necesita amor y será amado y amante. Un escritor necesita amistad. De hecho, un escritor necesita el universo. Ser un escritor es, en un sentido, ser el que sueña despierto; vivir una suerte de doble vida.»
Jorge Luis Borges
René Avilés Fabila nació en la ciudad de México en 1940. En su amplia bibliografía destacan las novelas Los juegos (1967), El gran solitario de Palacio (1971), Tantadel (1975), La canción de Odette (1982) y Réquiem por un suicida (1993); los volúmenes de cuentos Hacia el fin del mundo (1969), La desaparición de Hollywood (1973), El Evangelio según René Avilés Fabila (2009) y El bosque de los prodigios (2007) y los libros autobiográficos Memorias de un comunista (1991), Recordanzas (1999) y Antigua grandeza mexicana (2011).
La Universidad Popular Autónoma de Veracruz le otorgó el grado de Doctor Honoris Causa por su aportación a las letras hispánicas. Además, ha sido distinguido con el Premio Colima en 1997 por Los animales prodigiosos, prologado por Rubén Bonifaz Nuño e ilustrado por José Luis Cuevas, recibió la Medalla al Mérito en Artes 2013, el Premio Malinalli en 2013 y Medalla Bellas Artes en 2014. En 2010 fue nombrado Profesor Distinguido de la UAM, donde continúa su labor difundiendo la cultura. Como periodista su quehacer es incansable desde hace años: recibió el Premio Nacional de Periodismo por Difusión de la Cultura, en 2013 él mismo presidió el Premio Nacional de Periodismo de carácter ciudadano que auspició la Universidad Benito Juárez de Tabasco. Actualmente colabora regularmente en los periódicos La Crónica y Excélsior.
Tiene su propia Fundación para promover la cultura y uno de sus proyectos fundamentales fue la creación del Museo del Escritor, inaugurado en diciembre de 2011 conformado en su gran mayoría, con su archivo personal, mismo que cerró sus funciones en 2015.
Su natural propensión a la brevedad hace que su narrativa, sin importar el género, ostente un estilo fresco y único cargado de veracidad indiscutible, humor ácido, sátira, fantasía, juegos de palabras y rasgos en el texto. Avilés Fabila ha logrado mantenerse vigente a lo largo de 52 años como escritor gracias a este estilo innovador y a los temas que aborda, siempre salpicados de cultura, literatura y una gran sensibilidad.
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