Hay noticias que no se pueden dejar de lado al hablar sobre la nota roja en el México del siglo xx. Una de ellas salió a la luz en enero de 1964: el descubrimiento de un cementerio clandestino que reunía los cadáveres de varias decenas de muchachas y recién nacidos en San Francisco del Rincón, un pequeño poblado de Guanajuato.
Con la aprehensión y enjuiciamiento de las culpables de estos atroces hechos, conocidas como «las Poquianchis» —nombre tomado de uno de los antros que regentearon—, poco a poco se supo más acerca de esta historia de muerte, trata de blancas, corrupción, inhumación clandestina, secuestro, violación, lesiones y asociación delictuosa.
El acontecimiento puso al descubierto el diagnóstico de una sociedad descompuesta en la que las autoridades se coluden con quienes delinquen, las familias venden a sus hijas por centavos y los medios explotan el morbo de los consumidores. Mientras unos pretendían lavar la ropa ajena fuera de casa, otros hacían todo lo posible por ocultarla.
Eran las postrimerías del mandato de Adolfo López Mateos, cuyo titular del Departamento del Distrito Federal —Ernesto P. Uruchurtu, a cargo durante 14 años— acabó con la prostitución de banqueta y en buena medida con la vida nocturna de la Ciudad de México. La Iglesia católica, la Legión Mexicana de la Decencia y el muro,1 El Movimiento Universitario de Renovadora Orientación fue una organización de extrema derecha que se formó durante la oleada anticomunista de los años 60. entre otras organizaciones, clasificaban como «desapegadas a las buenas costumbres» a películas como Aventurera, Nosotros los pobres o Río escondido, y prohibían la exhibición de otras, como Viridiana, de Luis Buñuel, por considerarlas incompatibles con las creencias cristianas. El mensaje hacia los estados proveniente de la capital era inocultable en lo que se refería a la moral pública y los giros negros.
En enero de 1964 el escándalo había estallado. Las Poquianchis fueron muy pronto satanizadas por muchos de los clientes asiduos de sus burdeles: ni las conocían ni las frecuentaban, y por supuesto reprobaban sus actos. Lo mismo sucedió con quienes tramaron complicidades desde el poder a cambio de dádivas monetarias o carnales. Por su parte, las víctimas rescatadas el mismo día del descubrimiento del cementerio, en su calidad de supervivientes, pudieron descargar al fin sus furias y tempestades, mientras la sociedad se persignaba y los zopilotes comenzaban a disfrutar del festín.
Desde el principio el caso ocupó las páginas de los diarios, tanto a escala nacional como internacional. El semanario Alarma! —que había nacido apenas el año anterior, en 1963— encontró en esta historia un parteaguas. El dueño del periódico, Carlos Samayoa, tuvo el buen olfato de enviar a San Francisco del Rincón a Jesús Sánchez Hermosillo para dar seguimiento al proceso contra las acusadas —las hermanas González Valenzuela— y sus compinches. El reportero trabajó varios meses cerca de las pesquisas y concluyó con una entrevista que le dieron en exclusiva. Cada semana se publicaba algo relacionado con los asesinatos, la causa penal, las víctimas y las victimarias. El éxito de los reportajes hizo que Alarma! alcanzara en poco tiempo la cifra récord de dos millones de ejemplares vendidos.2 Enrique Morán, «Revista Alarma!: la historia», en www.espacioblog.com/ notaroja/post/2006/06/09/revista-alarma-la-historia
Además de que muchas pruebas han sido borradas con el tiempo, los testimonios de quienes participaron en los hechos, de un lado o del otro —víctimas, clientes, familiares, autoridades o cómplices—, se han ido. Los expedientes siguen siendo reservados y, a casi 50 años de distancia, aún hay quien se resiste a hablar del tema. Por ello, durante este tiempo se ha tenido que recurrir a la imaginación para reconstruir una parte de los huecos que ha dejado la prensa.
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Las Poquianchis
Hay noticias que no se pueden dejar de lado al hablar sobre la nota roja en el México del siglo XX. Una de ellas salió a la luz en enero de 1964: el caso de Las Poquianchis.
- martes 23 septiembre, 2014
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