—segunda de dos partes—
Nuevas adicciones
Las nuevas tecnologías y otros comportamientos sociales han puesto sobre la mesa una variedad de opciones que se han ido instalando en nuestras vidas, para convertirse, primero en tendencias y luego, en formas de vida:
•adictos al celular: —o al Blackberry, iPhone, Whatsapp—, aquellos que están tan al pendiente de él que incluso sienten el ring ring o la vibración cuando ni siquiera está sonando.
•adictos a Internet: —Ya sea a la navegación compulsiva por tiempo indefinido, los sitios de pornografía o los juegos y compras online—, las redes sociales —Facebook o Twitter—, y todos los mecanismos informáticos que nos permiten tener «contacto» inmediato con los otros. Hay gente que está más preocupada por actualizar su estatus o por leer las actualizaciones de sus contactos — y pasa más tiempo interactuando socialmente con el mundo virtual—, que con la realidad. Y hoy en día ya tenemos la posibilidad de alimentar ambas adicciones —celular e Internet— con un solo soporte.
•adictos al sexo: queda claro que las adicciones también se reflejan en los comportamientos. Los adictos al sexo tienen una necesidad compulsiva e irrefrenable de tener relaciones sexuales a la menor provocación. Y en su caso, el sexo es la respuesta a una ansiedad enfermiza, que les lleva a arriesgarlo todo: empleos, dinero, amistades y familia, con tal de satisfacer su adicción. En su mayoría, quienes la padecen tienen dificultades para manejar relaciones interpersonales sanas —véase a continuación.
•adictos a las relaciones interpersonales: hay quienes son adictos a una persona, o adictos a la sensación que les producen ciertos patrones destructivos en una relación. Tengo una amiga que siempre se queja de que los hombres la utilizan o la maltratan, pero sólo elige involucrarse en relaciones conflictivas: triángulos amorosos, hombres celosos, casados, psicóticos, vejestorios. Otra más siente que siempre —literalmente, siempre y en todo momento— tiene que estar enamorada; a esto también se le llama «síndrome de Madame Bovary». Y ellos no están exentos de sentir esa pulsión por el amor romántico —y, muchas veces, estoico, sin sentido y sin posibilidad de dar frutos en la vida real—: lo suyo recibe el nombre de «síndrome de caballero andante».
•adictos al trabajo: —o workaholics—. Si lo normal es trabajar para vivir, hay quienes lo entienden al revés; vivir para trabajar es una conducta no poco común, que se relaciona con la búsqueda de seguridad y la sustitución de otras carencias.
•vigoréxicos: son aquellos como ese cuate que va cuatro horas diarias al gimnasio —y dos los domingos—, rara vez come algo que no sea lechuga y jitomate, y ni siquiera le dio mordida al pastel que le llevaron de cumpleaños.
•ortoréxicos: una variante del caso anterior es el de quienes sólo admiten comer alimentos que consideran «saludables». Aquellos que sistemáticamente rechazan platos que no sean orgánicos, macrobióticos o vegetarianos fácilmente podrían encajar en esta categoría.
•adictos a las compras: —o shopaholics— son aquellas personas que tienen las tarjetas hasta el tope—probablemente mañana saquen otra—, y le deben dinero a medio mundo, porque su adicción a las compras las ha vuelto locas: tienen en el armario diez vestidos aún con etiqueta, y 80 pares de zapatos —la mitad sin usar—. En este renglón también existe la lujorexia, que es una compulsión obsesiva por sólo comprar ropa y objetos extremadamente caros.
•adictos a los videojuegos: en México hay más de un millón de niños que sufren esta adicción3 —una de cada 350 consultas al mes en el IMSS es de niños que padecen este mal.
•tanoréxicos: se refiere a hombres y mujeres adictos al bronceado; aunque saben que esta práctica es prejudicial para su salud, los tanoréxicos suspenden sus actividades para acudir a las salas de bronceado, porque nunca se sienten suficientemente morenos.
Este tipo de comportamientos no son juzgados de la misma forma que otros, como la adicción al alcohol o las drogas. Por eso uno no le dejaría de hablar a la amiga, nada más porque desde hace seis años no ha mandado a volar al novio que la maltrata, la menosprecia, y ya ni siquiera le promete que cambiará. Y es que uno puede ser adicto a tantas cosas, que sólo hace falta un pretexto. Siempre es difícil encontrar un punto medio y un equilibrio en esto de llenar el vacío. En mayor o menor medida, siempre está ahí. Quizá sea hora de irnos acostumbrando.