No hay un recuerdo mejor que yo tenga de mi papá —que es mi Chanoc— que el hecho de que llegara todas las noches a la casa cantando, chiflando o tarareando una canción. Ese cantar de él era como un soplo de alegría en mi vida de niña, me daba paz y me hacía sentir segura. Mi mamá y sus hermanos también son cantadores, como lo fueron mis abuelos y mis tíos, y como lo son mis primos, es decir, toda mi familia; las reuniones familiares, desde que me acuerdo, son micrófono en mano o con guitarra, canción tras canción.
Mis amigos cercanos también son cantadores, y yo soy un cancionero parlante: vivimos de acordarnos de canciones, de tararearlas, de sabernos la letra de memoria o de intentar rememorarla porque la hemos olvidado.
Nos une la música, pero, sobre todo, nos unen las canciones.
—¿Te acuerdas de ésta?
—¿Quién la cantaba?
—¿Cuál vamos a cantar?
—¿Cuándo nos juntamos pa’ cantar?
—¿Dónde va a ser la cantada?
Y es que desde Queen y su «mamamia», los Beatles y su «Penny Lane», José José y su «Volcán» o Fonseca y su «Te mando flores», hasta boleros como «La gloria eres tú», de José Antonio Méndez, o «Sabor a mí», de Álvaro Carrillo, y más allá «Ojalá» y todas las de Silvio, las canciones nos acompañan, nos siguen de cerca, nos hacen y nos deshacen a su antojo y en el mal de amores se convierten en el mejor refugio.
No cabe duda: la vida es mejor cantando y por eso, esta Algarabía fue pensada como un artilugio para cantar; en la que hablamos desde del origen de la canción y la lírica popular mexicana, hasta la historia de la grabación y reproducción de la música, los apelativos de los cantantes e incluso la biografía no autorizada de los sonideros y el Cancionero Picot, entre muchas cosas más, sin olvidar los 50 años del Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band y Freddie Mercury con Queen.
Cantemos con Algarabía, que la vida es una canción.
María del Pilar Montes de Oca Sicilia