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La revuelta: Otra vez las pruebas

por Mario Zaragoza Ramírez

Así es. Regresaron las largas filas afuera de las farmacias, centros comerciales, supermercados, clínicas, centros de salud y hasta algunos quioscos COVID-19 que organiza el gobierno de la CDMX. Así como se veían entre enero y febrero de este año, el verano ha sido golpeado también por lo que algunos llaman la quinta ola.

Aquí vamos de nuevo…

Los contagios están en aumento y mucho tiene que ver con la ocupación, movilidad y transiciones en el espacio público, es decir, con la gran cantidad de personas en las calles y con que las actividades productivas y de esparcimiento —fiestas, reuniones, conciertos, cines— no se han detenido como en los tiempos ya lejanos de los confinamientos generalizados.

No sólo en México sino que en otros países, entre ellos Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Alemania, no se han detenido las actividades y se escudan esas decisiones en la efectividad tanto de las vacunas, como de las medidas que —se supone— aprendimos y llevamos a cabo. Uso de cubrebocas —principalmente en lugares cerrados—, lavado de manos, evitar aglomeraciones y practicar la sana distancia.

Sin embargo, el nublado verano mexicano ve crecer la cantidad de contagios. Eso sí, las hospitalizaciones y defunciones no son ni de cerca tan duras y escandalosas como lo fueron en 2020 y principios de 2021. Capaz no es el mejor término, pero, hablar de la quinta ola es significativo de que se puede surfear, o eso se percibe de las muchas personas que siguen en sus actividades cotidianas. Ya no paran los trabajos, las escuelas siguen su andar y un montón de personas más, se ven obligadas a hacer las filas de las pruebas. Por trabajo, porque desean ir de vacaciones o nada más para salir de las dudas, para acallar la maldita incertidumbre.

La vida sigue

Y aunque se sigue con el trabajo en casa y con algunas actividades a distancia, lo cierto es que la movilidad y regularidad de las acciones del día a día, opacan un tanto la preocupación del contagio generalizado.

Se perdió poco a poco la noción de gravedad de los síntomas y de la enfermedad, y sin querer decir que se banalizó, lo cierto es que sí se habituó a nuestras actividades y tenemos un poco de menos temor —yo no y sé que muchas personas más, tampoco— al contagio. 

Las vacunas han hecho su labor y la verdad es que cuando nos enteramos de casos de contagios cercanos, sufrimos un poco menos la incertidumbre, aunque siempre queda el temor de que se complique, pero es cierto que esta etapa de la enfermedad se vive con un poco de más calma. Las sonrisas en las filas de las pruebas lo comprueba 

Y si bien hay que hacerlas —las pruebas—, para abonar a la tranquilad, no hay que andar por ahí con la sospecha o minimizando cualquier síntoma con aquello de: «es una gripita». Entre todos y todas nos cuidamos de formas más efectivas. 

Porque no queremos volver a los confinamientos, esa pesadilla parece que quedó atrás —excepto en China—, pero, para que sea un hecho, habrá que ir de a poco, cuidarnos, tomar precauciones, hacernos pruebas si se necesita y arriesgarse lo menos posible. Sí se puede.

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