Más allá de si ya fuiste a muchos conciertos, pocos o ahora mismo estás en medio de uno, hay una cosa que llama poderosamente la atención de cualquiera, bueno, casi de cualquiera.
I’m back
Luego de dos años de confinamientos generalizados y una pandemia que continúa, los conciertos volvieron a tope. Masivos, festivales, gratis, muy caros, inaccesibles o baratos, en todas sus formas, pareciera que la veda prolongada por la contingencia sanitaria hizo que regresáramos con más ganas.
¿Qué factores están en juego? Principalmente los económicos y las alicaídas finanzas de quienes se dedican a dar esos espectáculos, no sólo artistas, bandas e iconos de la cultura pop, sino también todas las personas que los hacen posibles, es decir, ingenieras e ingenieros de sonido, staff, personas de seguridad, quienes venden las cheves y un largo etcétera. Es una industria que sufrió pero en serio el que no pudiéramos reunirnos a disfrutar de la música en vivo.
Pero una vez que la vacunas hicieron su aparición y los anticuerpos están en el aire —bueno también el virus—, la experiencia de los conciertos volvió con fuerza.
Necesito un poco de aire
No sólo al aire libre o en modalidad de festivales, la verdad es que las actividades volvieron en todos sus tipos para vivir la experiencia. ¿Qué experiencia? Escuchar música, ver a tu artista fav, grabar videos con el teléfono, beber y beber cerveza tibia, hacer fila para usar unos baños impresentables, escuchar a gente hablar mientras sucede el concierto, tomarse selfies y un etcétera tan largo como el tiempo que se detuvo el espectáculo.
Fue duro no tener estas actividades porque para muchas personas, me incluyo, es un espectáculo redondo donde lo mismo puedes cantar, que tomar un traguito, que disfrutar un rato agradable con la gente que quieres, comprar productos oficiales —sobre todo no oficiales— y mostrarle al mundo a través de tus perfiles en las plataformas electrónicas que estás al tanto de las experiencias de moda.
We belong together
El consumo estandarizado de la música pop —rock incluido—, hizo un modelo de negocio que se extrañó en estos meses, pero que si alguien dudaba de su permanencia, los tiempos recientes son la muestra de que volvieron para quedarse, y si tuvieran que pausarse nuevamente, encontrarán la manera para seguir vendiendo el espectáculo una pantalla a la vez.
Sin ser aguafiestas, la popularidad y el consumo de los conciertos se anhelaba no sólo porque nos gusta la música, sino porque nos gusta pertenecer. A través de un boleto –generalmente pagado en una buena lana– formamos parte de algo más grande, de esa multitud que corea sus canciones favoritas y que frecuentemente se une al grito de ¡Eeeeeeo! ¡Eeeeeo!
Yo volví a las andadas hace no tanto, hacia finales del 2021, pero confío en que ustedes tienen un poco más de tiempo en ello y que nada detendrá la efervescencia de volver a los conciertos, ni los precios, ni los celulares estorbosos, ni los baños sucios, ni el gentío desbordado, todos los carteles y los eventos por suceder en 2022 así lo confirman. Confiemos.