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La revuelta: La incertidumbre que llegó para quedarse

por Mario Zaragoza Ramírez

Pareciera que ya es común escuchar eso de: «la pandemia que todavía no se acaba» o «no hay que bajar la guardia», pero ninguna de las dos frases tiene un sentido tan profundo como cuando uno escucha que alguien se contagió de nuevo o por primera vez. Y es que aunque los síntomas son considerablemente menos graves que hace dos años, los contagios siguen y siguen.

La verdadera nueva normalidad

En la entrega pasada, decía que reencontrarse con la gente que uno quiere es algo chidísimo, pero, que también habría que andarse a las vivas y seguir con el cubrebocas y el lavado de manos, porque parece que la incertidumbre es la que no se va. Ahí sigue en las sobremesas de las reuniones familiares, en las pláticas a media calle o en el pasillo del trabajo, en el transporte público y en los rostros de las personas que estamos de vuelta en nuestras actividades.

Y no es que esto sea un problema, para nada, el regreso a las acciones cotidianas nos permite entre otras cosas, trabajar, estudiar, caminar, ejercitarnos y entretenernos, según sea el caso —y las oportunidades—, pero estas ocupaciones no dejan de estar acompañadas de una rayita de incertidumbre.

Por eso el cubrebocas, el gel y las otras prácticas que ya hicimos nuestras para salir de casa siguen presentes —o eso espero—. Sobe todo en estos días de verano donde mucha gente está —o estará— de vacaciones.

La cosa con las certezas es que nos permiten sobrevivir a lo incierto, nos dejan continuar con esto que llamamos nuestro día a día. Aunque, también se vea interrumpido por el temor a contagiarnos. Es una lucha constante, una batalla campal entre estar en calma o en el hilo de la incertidumbre.

Trabajo en equipo

En la Ciudad de México las jornadas de vacunación y el índice de personas con esquemas completos nos permiten ser un tanto menos pesimistas y sortear las olas de contagios con mayor certeza; y en una de esas, podemos mantener el ritmo de nuestras actividades, siempre y cuando nuestros cuidados y precauciones nos ayuden a seguir alertas. Probablemente sólo necesitamos seguir pendientes y confiar en que las personas con síntomas de gripa o tos se van a quedar en sus casas y van a contribuir a cuidar a más gente parando algunos días.

Nos necesitamos, pero todos los días, no sólo en las contingencias. Necesitamos que nuestras nuevas certezas sean un poco más conscientes y solidarias. Permitir que la gente trabaje vía remota —sobre todo si estás en posibilidades de dar esos chances—, ser más abiertos a pedir permisos —o dar según sea el caso—, evitar que el tren de la cotidianidad nos pase por encima y recordar que seguimos en una situación excepcional.  

Porque todos queremos estar bien. O eso pienso. Porque nuestra única certeza es que nada volverá a ser como antes del 2020 y mucho ayudamos si sabemos reconocerlo y hacer algo al respecto. 

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