De todos los artículos de este número, el que comenzará a leer es el que «menos madre tiene», literal y figurativamente hablando. Catalogada en 2005 como la mayor aportación científica mexicana del siglo XX, por la Academia Mexicana de Ciencias, la píldora anticonceptiva significó más que un hito científico: fue toda una revolución social.
Durante la década de 1930, el campo de la química orgánica apenas florecía, por lo que el estudio de sustancias de precedencia vegetal y animal aún era reciente. Unos de estos compuestos fueron las hormonas y sus derivados, como las hormonas esteroideas. Tales hormonas fueron de gran interés debido a su participación en varios procesos biológicos de distinta índole, como la resistencia a enfermedades, el control del metabolismo o el balance de la sal y el agua en la sangre, pero sin duda la más llamativa fue su intervención en las funciones sexuales.
No se me alborote
Estas hormonas se dividen en dos clases: las corticoides, producidas en las glándulas suprarrenales, que se subdividen en glucocorticoides, como el cortisol —un inmunosupresor—, y en mineralocorticoides, como la aldosterona —reguladora de la presión arterial—; y las gonadocorticoides —hormonas sexuales—, producidas en las gónadas, a las que pertenecen los progestágenos, los andrógenos y los estrógenos.
Estos últimos podrán resultarle familiares, ya que la progesterona actúa como un regulador para los cambios cíclicos en el endometrio del útero, además de que se incrementa durante el embarazo; la testosterona contribuye al desarrollo de los caracteres secundarios sexuales masculinos, y el estradiol hace lo mismo, sólo que con los femeninos. Dependiendo del sexo, la relación de estas hormonas varía en cada individuo, pues la testosterona abunda en los hombres, pero escasea en las mujeres, y todos estos se producen por la esteroidogénesis del colesterol.
La versión hardcore de la píldora anticonceptiva es la «del día siguiente», pues contiene gran cantidad de hormonas esteroideas sexuales; puede usarse hasta tres días después de haber tenido relaciones sexuales para impedir que el embrión se fije.
¡Fírmala, Luis Ernesto!
Con la evidencia de que dosis altas de las tres hormonas antes mencionadas inhibían la ovulación, tanto universidades como la industria farmacéutica se propusieron desarrollar medicamentos anticonceptivos. Pero no fue hasta que llegó el año de 1951, cuando el egresado de la Facultad de Química de la UNAM, Luis Ernesto Miramontes Cárdenas, sintetizó por primera vez la noretisterona, también llamada noretindrona, y cambió la historia.
Luis Ernesto tuvo cerca de 40 patentes nacionales e internacionales, las cuales abarcaron las áreas de la química orgánica, farmacéutica, atmosférica y petroquímica.
Con apenas 26 años, y bajo la tutela de Carl Djerassi y George Rosenkranz, de los extintos Laboratorios Syntex, Luis Ernesto logró aislar y sintetizar la noretisterona a partir de dos especies de ñames mexicanos: el «cabeza de negro» y el barbasco, debido a que estos tubérculos contienen gran cantidad de diosgenina —compuesto base para la síntesis de varias hormonas.
Game changer
Gracias a su efecto antiovulatorio 99% efectivo, la invención de la píldora tuvo un gran impacto en la sociedad. Imagínese el cambio, lo común era que las mujeres se casaran en plena adolescencia y casi de inmediato se ponían a concebir chamacos, mientras que el hombre trataba de sostener económicamente el hogar. Hasta los años 60 la píldora ya se comercializaba, por lo que el rol de las mujeres cambió para bien, pues se liberaron sexualmente y se concibieron con mayor autonomía, tanto laboral como individualmente.
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