En 1679, el físico francés Denis Papin diseñó un recipiente de acero fundido que, al cerrarse con un tornillo, permitía cocer los alimentos en poco tiempo, gracias a su combinación de temperatura y presión elevadas.
Las investigaciones de Papin fueron determinantes para el desarrollo de la máquina de vapor, de la olla exprés moderna y de los métodos de envasado de conservas caseras.
Mucho tiempo después, en 1864, el fabricante alemán Georg Gutbrod comenzó a vender ollas de acero basadas en la invención de Papin; sin embargo, la primera patente la obtuvo el español José Alix Martínez en 1919, y le dio el nombre de «olla exprés». Más tarde, en 1939, la marca Presto presentó el producto en la Feria Mundial de Nueva York, lo que detonó su consumo masivo.
Después de la II Guerra Mundial, muchas mujeres se integraron a las fuerzas laborales y se vieron obligadas a buscar formas de ahorrar tiempo en sus tareas domésticas. Esto generó una gran demanda de ollas exprés, y decenas de compañías comenzaron a fabricarlas, sin observar las precauciones que garantizaban su seguridad. De ahí que, en los años 50, las historias de terror sobre las ollas que explotaban y causaban terribles accidentes provocaron un declive en su consumo. Sin embargo, tuvieron un renacimiento cuando en los años 70 comenzó una preocupación por la alimentación sana.
La olla exprés está fabricada de aluminio o acero inoxidable muy grueso, capaz de soportar altas presiones. Tiene un anillo sellador de goma o silicón entre la olla y la tapa que impide que el vapor escape. Por último, tiene una válvula de seguridad para regular la presión interna. Funciona con una presión de 1 kg por cm3, y permite preparar los alimentos sin que éstos pierdan sus nutrientes y sabor; además, ahorra tiempo y dinero, pues funciona con una flama muy baja.
Costo: $4 500 pesos —olla exprés Presto.
