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La novela negra

La novela negra debe su inicio, inimaginablemente, al estadounidense Edgar Allan Poe.

¿Podría alguien decir que no le emocionan las historias policiacas?, ¿Que nunca ha seguido a Spam Spade, personificado en la pantalla grande por Humphrey Bogart, en la versión de John Huston (1941), de la novela original de Dashiell Hammett, El halcón maltés (1930)? ¿Quién puede decir que jamás se ha sentido atraído por aquellas mujeres fatales que enredan también al detective en una historia torcida y llena de traiciones inimaginables?

Como seguramente no hay nadie que diga «yo», las preguntas que debemos hacernos a continuación son: ¿cuándo inició este género tan socorrido y difundido?, ¿quiénes son sus precursores, sus principales personajes y quiénes sus escritores?

Los negros inicios

La novela negra debe su inicio, inimaginablemente, al estadounidense Edgar Allan Poe, quien sentó, en tres narraciones cortas —Los crímenes de la calle Morgue (1841), El misterio de Marie Rogêt (1842) y La carta robada (1841)—, las bases para desarrollar el género detectivesco, antecesor del negro. En las narraciones de Poe, el héroe y protagonista es un detective parisino con características que conocemos muy bien gracias a Sherlock Holmes; su nombre: C. Auguste Dupin.

Dupin, un sujeto filoso y sistemático, encarna las características primigenias del detective que hemos estereotipado en la actualidad. Sus armas más poderosas, el raciocinio y la ciencia, le son infalibles para resolver misterios en que la misma policía no halla ni pies ni cabeza, al menos, aparentemente. Su personalidad ahora nos puede parecer redundante; sin embargo, tenemos que considerar que en la actualidad hemos visto hasta el cansancio historias detectivescas, con nuevas técnicas complejas y enredadas, que apenas y parecerían salir de los originales textos de Poe. En ese sentido, Poe introdujo dos grandes aportaciones al género:

El coprotagonista. Aquel ayudante del detective que muchas veces funge más como testigo que como personaje real, desentraña muy pocos misterios o ninguno, pero ayuda a los lectores a vislumbrar el método del detective, su psicología —generalmente es menos suspicaz y avezado que el propio lector—, su estado de ánimo y hasta los avances en la investigación a través de un escueto método: simples preguntas. En el caso de Dupin, estamos hablando de un narrador sin nombre; en el caso de Holmes, del doctor Watson.

La fe ciega en los métodos científicos y la explicación racional de todo lo que le rodea. El lector espera una disertación del misterio y recibe a cambio un esclarecimiento lógico y racional de cada uno de los elementos que hicieron del caso un enigma, en ocasiones, mediante una minuciosa y detallada investigación; en otras, por un súbito desenlace que aclara todo.

Sherlock (2010-2017), serie de TV, protagonizada por Benedict Cumberbatch (izquierda) y Martin Freeman (derecha), como el detective Holmes y el doctor Watson, respectivamente.

La figura del detective

Conforme las historias detectivescas se fueron desarrollando, la idea de un detective que resolvía misterios se fue popularizando, al grado de encontrar en cada autor del género un investigador con ciertas características que, por supuesto, se volvían cada vez más complejas, justamente para atraer a un público aficionado —o tal vez adicto— al suspenso, a las tramas policiales o de crímenes sin resolver.

Los elementos tradicionales de una historia detectivesca se pueden desglosar en cinco principales. Cada uno de ellos se modifica de acuerdo con el autor, con los ángulos de la narración, con el peso del protagonista y con el enfoque del crimen, ya sea el del criminal o el de la víctima; también se debe tomar en cuenta si hay un coprotagonista al estilo de Watson, si el criminal recibe castigo y un muy largo etcétera que depende ya no del género, sino de la manera en que el autor aborda y presenta estos elementos.

Elementos de la historia

  • Un crimen en circunstancias inciertas. Esto implica un misterio o una situación que no es muy clara a primera vista, la cual puede desarrollarse a partir de una infinidad de combinaciones entre lugares, armas, testigos, que, en muchas ocasiones, son tomados de casos reales.
  • Un círculo cerrado de sospechosos. Debe estar vinculado a la historia y a la víctima con un motivo de peso, y muy creíble, para cometer el crimen.
  • Pistas. Casi siempre están truculentamente a la vista, como piezas de un rompecabezas que le dan al lector la información para resolver el caso y que, de algún modo, lo despistan, lo detienen y lo mantienen en vilo con nuevas sospechas que en más de una ocasión se contradicen entre sí.
  • Giros inesperados de la trama. Éstos convierten al principal sospechoso en aliado; al inocente, en sospechoso; y al aliado, en culpable. Con ello se traiciona no sólo la confianza del detective, sino la del lector mismo.
  • Un final de fotografía. En él encajan todas y cada una de las piezas del rompecabezas, pero con credibilidad y raciocinio; más que una novela, es un trabajo artesanal. A partir de estos elementos, planteados por Poe y desarrollados principalmente por Arthur Conan Doyle, se crearon corrientes en la novela detectivesca. En principio, los elementos se mantienen, aunque las variantes psicológicas y de trama, las vinculaciones entre sospechosos e investigadores y, sobre todo, la carga del dilema entre el Bien y el Mal marcarán a cada una de ellas.
El padrino (1972), dirigida por Francis Ford Coppola.

Y, ahora sí, la novela negra

De ahí que de la novela detectivesca se desprenda la novela negra, la cual heredó su nombre de dos proyectos editoriales muy conocidos. El más antiguo, la casa editorial Black Mask, que publicaba historietas de un género llamado pulp fiction —por el nombre del papel, algo así como «ficción de papel de pulpa»—, que se ha vinculado con el hard-boiled estadounidense, primo hermano de nuestra novela negra. El segundo, la Série Noire francesa, una colección de novelas hard-boiled de autores principalmente estadounidenses.

En contraste con la novela detectivesca, en la novela negra los protagonistas no necesariamente son héroes virtuosos. Se puede encontrar una gama de personajes que va desde los criminales gansteriles, los detectives viciados o los policías corruptos hasta los sicarios de un cártel del narcotráfico. La variedad de personajes conlleva la de escenarios, aunque éstos están más vinculados a la nacionalidad del autor y a la figura misma —sería raro que un sicario del narco diera tumbos en Europa, por ejemplo.

Otra característica esencial es la descripción psicológica del protagonista. Es usual que, a lo largo de las páginas, se le entregue al lector una herramienta muy especial heredada directamente de Poe: la disertación lógica del héroe —o antihéroe, en muchos casos—, algo muy parecido a adentrarnos en la mente del criminal y contemplar las razones que lo llevan a realizar lo que muchas veces nosotros no nos atreveríamos a hacer. Esto juega un papel importantísimo, pues es la clave para que el lector se identifique con el protagonista, orillándolo a justificar a esos héroes derrotados y, en muchos casos, hasta admirarlos.

El objetivo de la novela negra no es precisamente la resolución del crimen, sino la presentación de éste como eje de la historia. Trabajos como El Padrino (1969), de Mario Puzo, han tenido una especial influencia en esta corriente, debido a su enfoque sobre el crimen organizado. La violencia y los contextos criminales están mejor delineados y, por ende, en sus desenlaces se desvanecen las líneas entre el Bien y el Mal, dado que el flexible ángulo del protagonista permite al lector ver al criminal y no a la víctima, o a la víctima que se convierte «justicieramente» en criminal, según sea el caso, las circunstancias y, sobre todo, el autor.

Giros inesperados

Es común que los elementos de «los sospechosos» y el «final de fotografía» de la novela detectivesca se sustituyan por la exacerbada atención al «giro inesperado», lo que deja el campo abierto para que la psicología haga su trabajo, especialmente en los aspectos emocionales. Esto desencadena un explosivo coctel de posibilidades y convierte a la novela negra en un conjunto muy atractivo para otras disciplinas artísticas, como la cinematografía, que ha sido —casi inconscientemente— una de las principales voces de este género, sin mencionar la radio y la televisión.

El privilegiado papel de la cinematografía ha tenido dos vías: influir y consumir. Es decir, el cine ha influido a los nacientes autores, pero se nutre de éstos para continuar produciendo sus nuevas películas, lo que genera una simbiosis pocas veces vista entre dos artes distintas que se desenvuelven en una misma corriente. Al principio llegaron a la pantalla grande meras adaptaciones del hard-boiled estadounidense —muy buenas, por cierto— de obras como El sueño eterno (1939) de Raymond Chandler.

Pero, gracias a que escritores como Chandler marcaron la pauta al colaborar en las filas hollywoodenses como guionistas —Double Indemnity (Perdición, 1944), una novela de James M. Cain, dirigida por Billy Wilder—, el género se nutrió. Sin embargo, con los años, las adaptaciones del hard-boiled evolucionaron hacia estilos más parecidos a la novela negra y tanto las características de los protagonistas como el enfoque del crimen coincidieron con la literatura —sería difícil determinar quién siguió a quién.

Como ejemplos culminantes tenemos Pulp Fiction Tiempos violentos (1994)—, de Quentin Tarantino, así como L. A. ConfidentialLos Ángeles al desnudo (1997)—, que se basó en la novela negra de James Ellroy (1990) y que fue dirigida por Curtis Hanson, y muchas otras, de las cuales hablaremos en futuras ediciones de Algarabía.

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