Hay instrumentos en la navegación cuyo uso persiste en el tiempo, y aquellos que resultan obsoletos al ser sustituidos por otros mejores. La rueda, la tijera, el reloj y la brújula nos son cotidianos, pero el astrolabio, el sextante y la ballestilla, no. Estos últimos, aun cuando su utilidad es anacrónica, incluso para los navegantes actuales, resolvieron en buena medida esa necesidad por la cual hoy empleamos un GPS en nuestro automóvil o teléfono: saber dónde estamos.
En altamar todo en derredor ofrece el mismo panorama: no hay un paisaje cuyos accidentes permitan orientarse. Son el Sol y el resto de los astros las referencias que los navegantes usaron durante siglos para conocer su ubicación y rumbo. Veamos cuáles fueron los conceptos y los instrumentos empleados en la Antigüedad para orientarse en altamar.
La navegación: El norte
En la Tierra existe un norte magnético que, en términos generales, coincide con su norte geográfico. Cuando el hombre se percató de ello, se ayudó de imanes para construir los primeros instrumentos de navegación.
compás —brújula—. El instrumento más importante y antiguo es la brújula que, a bordo de un buque, se llama compás. La referencia más antigua de su uso corresponde al año 1111 en China. También es posible que los noruegos —en cuyo país abunda la magnetita— usaran el leiderstein o «piedra imán» como primitivo compás en el año 868. Su uso se generalizó en Europa alrededor del siglo XIII.
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Es un instrumento circular cuya caja se encuentra fija frente al timón. En el mismo sitio en que nuestro reloj marcaría las doce está indicada una «línea de fe», sobre la cual el barco avanza. Dentro de la caja hay una rosa de los vientos: un círculo dividido en cuadrantes por una cruz cuyas puntas indican los puntos cardinales. Cada cuadrante puede ser dividido en mitades o en cuartos —las más precisas indican los 360 grados en que se divide una circunferencia—. La rosa, con la magnetita adherida a la punta que señala al norte, gira dentro de la caja. Así, al leer dónde coincide la línea de fe con las líneas de la rosa, el timonel sabe la dirección del barco.
astrolabio. El «buscador de estrellas» es, quizá, el instrumento astronómico más antiguo. Es probable que Hiparco y Ptolomeo lo hayan usado; Juan Filópono escribió un tratado sobre él hacia 550, y los árabes lo perfeccionaron en el siglo X. Es un disco que el navegante suspende de canto frente a sí; se toma con los dedos de un anillo que representa el cenit —90 grados de elevación—; la línea horizontal del disco representa el horizonte —0 grados—; la aguja que gira en el centro se dirige al Sol con ayuda de dos pínulas que sirven de visor.
Una vez ubicado el Sol, se leen los grados sobre el horizonte marcados en la superficie del disco que la aguja indica. Fue utilizado hasta el siglo xvii por españoles y portugueses, principalmente.
octante. Fue inventado en 1731 por el astrónomo inglés John Hadley a partir de un telescopio reflector desarrollado por Isaac Newton. Debe su nombre a que su arco mide un octavo de circunferencia.
¿Y la longitud?
Sobre cuán al este o al oeste se desplazaban los navegantes, se usa un principio muy semejante al ya explicado. Se observa un cuerpo celeste como el Sol en su altura máxima —mediodía—. Se ajusta entonces un reloj a las 12, y se compara con la hora de un segundo reloj a bordo, que registra la del meridiano de referencia. La diferencia entre ambas horas indica la longitud —cuántos meridianos de diferencia y por lo tanto qué distancia hay entre ambos puntos—. Sin embargo, ese cálculo era bastante errático con los frágiles e imprecisos relojes de arena, los únicos que podían llevarse a bordo. Los relojes de péndulo, cuando los hubo, resultaron inútiles por el bamboleo de las embarcaciones.
El problema se resolvió hasta la invención del cronómetro, obra del relojero inglés John Harrison, quien en 1774 cobró el premio que desde 1714 ofrecía el Parlamento Inglés a quien lograra crear un instrumento de precisión capaz de mantener a bordo la hora del meridiano de origen.