Su nombre proviene del sánscrito Medha, del griego metis y del egipcio met o maat, que significa «soberana de la sabiduría femenina». Esta imponente figura se conoce principalmente por su papel en la mitología clásica griega, la ponzoñosa criatura de ojos mortales que con tan sólo una mirada convertía a sus enemigos en piedra.
Los orígenes
Sin embargo, Medusa fue adorada en el siglo 1400 a.C. por las amazonas libias bajo su aspecto de Diosa Triple —diosa-sacerdotisa-serpiente—. Si nos remontamos a su origen africano, veremos que Medusa es uno de los muchos aspectos de la diosa Atenea de Libia. Sus imágenes la muestran como una mujer de largo pelo y rizos anchos como tubos, mismos que evidenciaban su origen africano y que, sin duda, fueron interpretados posteriormente como serpientes.
Esta diosa libia tenía un aspecto oculto y peligroso: las inscripciones detallaban que nadie podía levantar su velo y que mirarla directamente al rostro le permitía sondear el porvenir del desafortunado curioso y revelarle su propia muerte.
Las imágenes de Medusa en la antigua Europa surgieron varios miles de años antes de su reinvención en la mitología griega clásica. En el alto paleolítico, su poder es representado con laberintos, vaginas, úteros y otras formas femeninas. A través del neolítico, sus fuerzas fueron simbolizadas como una mujer en posturas y gestos santos de poderío, principalmente la posición conocida como menstrual/de nacimiento/erótica.
Casi siempre se muestra acompañada por dos animales sumamente simbólicos: las aves y las serpientes enredadas en sus brazos, piernas o trenzadas en su pelo, que susurran en su oído la sabiduría milenaria de la tierra.
El estigma
Alrededor del siglo VII a.C., con la introducción del gobierno patriarcal en Grecia —cuya cosmovisión dictó que el mundo no nacía de una deidad femenina, sino de un supremo padre— se denigró a la mujer y se satanizó cualquier aspecto relacionado con ella.
En la nueva filosofía, la tierra y el cielo quedaron divididos eternamente. En el mito, héroes y dioses son creados para dominar y subyugar a la mujer y las manifestaciones naturales, personificadas comúnmente como monstruos y serpientes gigantes.
Fue así que se encasilló a la serpiente como representante de la perversión y el mal absolutos, como un animal asqueroso y abominable, inductor de la muerte y el pecado; no sólo se le adjudicó el papel de bestia infame, sino que, debido a su relación con la figura de Medusa, quedó conectada para siempre con la mujer.
La mitología
En la mitología clásica, los griegos separaron las antiguas raíces de la diosa africana en dos aspectos: su lado luminoso o positivo, representado por Atenea, y su lado oscuro o negativo, representado por Medusa o Metis.
Aunque antiguamente estos nombres se usaban alternadamente como sinónimos, al separar a Atenea de Metis y Medusa, estas últimas quedaron superpuestas, de manera que Metis se convirtió en su madre y Medusa en su enemiga.
La leyenda
Medusa se conoce como la más odiada rival de Atenea no sólo por su poder, sino por su incomparable belleza. La envidia que provocaba en la hija de Zeus era tal que ella misma se encargó de convertirla en el monstruo mitológico que conocemos.
De acuerdo con La Metamorfosis de Ovidio, cuando Medusa era virgen fue tomada por Poseidón en el templo de Atenea; ésta, misógina e inflexible, culpó a Medusa por su acto sacrílego y la castigó deformando su adorable rostro y transformando sus cabellos en serpientes.
A pesar de la severidad del agravio, Medusa no se amedrentó y, a partir de entonces, usaría por siempre su poderosa mirada para convertir a sus enemigos en piedra. Hasta que cierto hombre de nombre Perseo le volara la cabeza, pero esa es otra historia.