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Las tribulaciones de un chino en China

Julio Verne, publicó esta novela, en la que el joven y aburrido millonario chino Kin-Fo aprende a valorar la vida enfrentándose a la muerte.
Las tribulaciones de un chino en China

El escritor francés Julio Verne, uno de los padres de la ciencia ficción, publicó en 1879 esta novela de aventuras, en la que el joven y aburrido millonario chino Kin-Fo aprende a valorar la vida enfrentándose a la muerte.
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En las primeras páginas se describe un banquete ofrecido por el protagonista a sus invitados. ¿Se te antoja alguna de estas delicias?
En cuanto a la comida, nada había dejado que desear, porque, efectivamente, ¿podía imaginarse cosa más delicada que aquella cocina tan aseada como científica? El cocinero, noticioso de que daba de comer a personas conocedoras de los refinamientos gastronómicos, se había excedido a sí mismo en la confección de los 150 platos de que se componía el menú de la comida.
Al principio, y como para abrir boca, figuraban en la interminable lista de manjares, tortas azucaradas de caviar, langostas fritas, frutas secas y ostras de Ning-Po. Después, con breves intervalos, sucediéronse huevos escalfados de ánade, de paloma y de avefría, nidos de golondrinas con huevos revueltos, guisados de gingseng, agallas de pollo en compota, nervios de ballena con salsa de azúcar, renacuajos de agua dulce, huevas de cangrejo guisadas, mollejas de gorrión, picadillo de ojos de carnero y puntas de ajo, ravioles con leche de almendras de albaricoque, holoturias1 Equinodermos conocidos vulgarmente como pepinos, cohombros o carajos de mar. a la marinera, yemas de bambú con salsa, ensaladas de raicillas tiernas azucaradas, etcétera, etcétera.
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Después, ananás de Singapur, peladillas garapiñadas, almendras saladas, sabrosos mangos, frutos del long-yen de carne blanca y del lichi de pálida pulpa, castañas frescas y naranjas de Cantón confitadas, constituyeron el último servicio de aquella comida que hacía ya tres horas que había comenzado y que había sido copiosamente rociada con cerveza, champaña y vino de Chao-Chine.
Después de los postres, para coronar aquella interminable lista de manjares, sabiamente combinada, púsose el indispensable arroz en los labios de los comensales con la ayuda de algunos palillos.
Y como todo llega al fin, en la vida, llegó también el momento en que las jóvenes que servían a la mesa llevaron, no esos recipientes a la moda europea que suelen contener un líquido perfumado, sino servilletas empapadas en agua caliente que los invitados se pasaron por el rostro con extremada satisfacción. Sin embargo, la comida no había llegado aún a su término; sólo se trataba de un entreacto, de una hora de descanso que los comensales podían pasar agradablemente oyendo música.

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