¿Qué pensaría usted si le digo que la mayor parte de las prácticas amorosas, entre ellas las más melosas y tradicionales, las que algunos sentimos sexistas y otros corteses, las que van desde el cortejo a la mujer, las flores, la búsqueda de la amada y el tratamiento privilegiado —«primero las damas»—, hasta las maneras gentiles y atentas, la preservación de la virginidad, el adulterio velado y los mensajes cifrados de las relaciones extramaritales, son parte de la invención del amor del siglo XXI?
A partir de este siglo, la cultura occidental «empieza a entender el término amor en un sentido muy distinto de como lo había hecho anteriormente»,1. Se crearon términos de conducta aún vigentes, pero que a un ciudadano de la Roma Imperial le habrían parecido absurdos y a un hombre del lejano Oriente, poco menos que incomprensibles.
La invención del amor y del enamoramiento que hoy tenemos, que vemos en las telenovelas, en las novelas rosas tipo Corín Tellado y, sobre todo, en celebraciones como la de San Valentín —con sus cajas de chocolates, sus ositos de peluche, sus joyas en caja y las postales de «Amor es…»— derivan de esa añeja tradición medieval.
La mujer en el Medioevo
Durante la Edad Media, el papel y la imagen de la mujer atravesarían por diversas concepciones —no olvidemos que es un periodo de diez siglos—: primero, la visión misógina de los padres de la Iglesia como San Antonio, San Jerónimo y Santo Tomás de Aquino, quienes la consideraban «soberana peste, puerta del infierno, amor del diablo, deficiencia de la naturaleza, larva del demonio o flecha del diablo»; luego, este desprecio cambió un poco al instaurarse la imagen de la Virgen María —la madre de Dios y sus dones: virtud y maternidad— como modelo a seguir para las religiosas y las doncellas; por último, entraría en juego una tercera concepción que vincularía a la mujer con la redención de los pecados: la de María Magdalena, con quien la imagen de lo femenino se hace más real —ya no es demonio ni santa—, más humana y más asequible: una pecadora que se puede salvar como cualquier hombre.
Es un poco lo que nos relata Dante en La divina comedia, donde nos muestra tres espacios diferentes, pero conjeturados entre sí: el infierno, Eva; el cielo, María; y el purgatorio, Magdalena.2
Enlaces pactados, antes de la invención del amor
Por otro lado, recordemos que, durante el Feudalismo, a los miembros de las familias aristocráticas se les preparaba desde la infancia para unirse en matrimonios concertados,3 en cuyas negociaciones no podían influir.
Se pensaba que las circunstancias, la inteligencia de los esposos, la habilidad de sus familias y la discreción de los personajes de la Corte contribuirían al éxito de los mismos; pero la mayor parte de las veces la sumisión y la aceptación absoluta de esta costumbre hacían que los contrayentes vivieran una realidad conyugal atroz, distante, ajena o, simplemente, aburrida. Esto provocaba que la mujer «malmaridada» —común en esta época— buscara alternativas a su desdicha y muchas veces las encontrara en los amores secretos, prohibidos e imposibles de los sigilosos caballeros.
El amor feudal
Dentro de este contexto, en el Languedocto4 de fines del siglo XI apareció una nueva concepción de la relación amorosa, que se llamó fin’amor y se expresó especialmente a través de la poesía de trovadores y juglares —lírica, artificiosa y enigmática5—, se extendió a toda Europa y, en siglos posteriores, a todo el mundo occidental.
Esta concepción expresa una forma de amor cuyas características básicas son el servicio a la dama, la cortesía en las formas, el adulterio y el amor secreto. Algo así como un «feudalismo amoroso», como bien dice Aurelio González, donde el amante es el siervo o vasallo de la dama, e incluso muchas veces se dirige a ella como midonz —«mi señor», «mi don»—. Sus virtudes son la obediencia y la aceptación; asimismo, el rito iniciático y los rituales caballerescos son acciones que el amante debe realizar con su amada, lo que lo convierte en caballero porque es capaz de amar, y es el amor el que lo hace cortesano, lo que le da luz y le permite continuar.
Los principios del amor
Los principios del fin’amor o amor cortés aparecen recogidos y sistematizados en el De arte honeste amandi, Ars amatoria, o De amore, de Andreas Capellanus, obra que incluye un manual de cortesía acerca de cómo se adquiere y conserva el amor, y los fallos de las Cortes de Amor, formadas por damas de alto rango como Leonor de Aquitania6.
Entre sus principios rectores más importantes están:
- El amor no es posible en el matrimonio porque no existe libertad.
- Es insensato que la dama que no ama exija ser amada.
- Es indigno emplear un intermediario en asuntos de amor.
- Nada impide a una mujer ser amada por dos hombres, ni a un hombre por dos mujeres.
- El verdadero amante siempre está absorto por la imagen de la amada.
- No tiene ningún valor lo que el amante obtiene sin el consentimiento de la amada.
- El amor rara vez dura cuando se le divulga demasiado.
- Aurelio González, «De amor y matrimonio en la Europa medieval» en Amor y cultura en la Edad Media, Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México: México, 1991; pp. 29-42.
- Alberto Hurtado, Algunas pinceladas de amor cortesano, Conferencia sobre Literatura Medieval, Departamento de Filosofía y Humanidades, Madrid: Universidad Complutense, 2005.
- v. Algarabía 3, enero-marzo 2002, Id e a s: «Mil años de matrimonio»; pp. 17-23. También El libro de todo, como en botica i v —del placer a la invención—, Co l eC C Ió n al g a r a b í a, México: Editorial Lectorum y Otras Inquisiciones; pp. 57-67.
- v. Algarabía 31, febrero 2007, Id e a s: «Caballeros y damas»; pp. 23-29. También El libro de todo como en botica i, Co l eC C Ió n al g a r a b í a, México: Editorial Lectorum y Otras Inquisiciones; pp. 161-167.
- Cf. Jacques Lafitte-Houssat, Trovadores y Cortes de Amor,e u d e.