«NO SÉ, LO VI Y ME DIO MALA VIBRA» O «APENAS CRUZAMOS PALABRA Y SIENTO QUE LO CONOZCO DE HACE AÑOS» con frases comunes y barnizadas con algún dejo de ocultismo. Algunos lo atribuyen a las relaciones que probablemente cultivamos en las vidas pasadas; sin embargo, a reserva de cualquier creencia, existe un motivo perfectamente terrenal para explicar de manera más precisa estos arranques de lucidez: la inteligencia intuitiva.
Así se le llama al mecanismo mediante el cual se desarrollan aquellas impresiones y conclusiones que se toman en unos cuantos segundos; por ejemplo, al momento de analizar una información, al estar inmerso en alguna circunstancia crítica o cuando se conoce a alguien.
Malcolm Gladwell, escritor norteamericano, explica en Blink. Inteligencia intuitiva (2017): La parte del cerebro que se lanza a extraer esta clase de conclusiones se llama inconsciente adaptativo […]. Esta nueva noción del inconsciente se concibe como una especie de computadora gigantesca que procesa rápida y silenciosamente muchos de los datos que necesitamos para continuar actuando como seres humanos.
Esta cualidad, tan compleja como necesaria, se encuentra presente en múltiples decisiones del día a día. Desde que un ser humano abre los ojos, su cerebro comienza un extenso catálogo de pequeñas y grandes decisiones; el número que puede tomar en un día normal, dependiendo de la fuente de información, varía entre 70 y 3500. Naturalmente, la trascendencia y dificultad de las decisiones se modifica a partir del cargo, función o circunstancia en la que se encuentre cada persona.
Sin embargo, un buen número de esas decisiones tiene lugar en aquella «computadora gigantesca», y muy probablemente ni siquiera seamos conscientes de cómo las tomamos.
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