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La independencia de México

por Por Luis González y González
La independencia de México

Los criollos de la clase media andaban con la obsesión de la independencia. Tampoco los ricos, los criollos latifundistas y mineros deseaban compartir la riqueza de su patria con la gente de la nación española. Unos y otros querían algo en común: mandar en casa y ser dueños de todo el ajuar de la misma. Unos y otros buscaban sacudirse el yugo y ambos encontraron la coyuntura para poner en práctica sus ideales en 1808.

Ese año, Napoleón, uno de los mayores conquistadores de todos los tiempos, ocupó España. Los españoles se opusieron al invasor, y los mexicanos que habían dejado de sentirse españoles trataron de aprovecharse de la crisis española para hacerse independientes según se ve en los versos que un día amanecieron pegados en los muros de la capital:

Abre los ojos, pueblo mexicano,
y aprovecha ocasión tan oportuna.
Amados compatriotas, en la mano
las libertades ha dispuesto la fortuna;
si ahora no sacudís el yugo hispano,
miserable seréis sin duda alguna.

Primer intento autonomista

Por el mismo tiempo, el fraile mercedario Melchor de Talamantes hacía circular escritos subversivos en los que afirmaba que el territorio mexicano, por tener «todos los recursos y facultades para el sustento, conservación y felicidad de sus habitantes», podía hacerse independiente y que, además de posible, la independencia era deseable porque el gobierno español no se ocupaba del bien general de la Nueva España, como se ocuparía un gobierno libre, constituido por mexicanos.

Así las cosas, el virrey José de Iturrigaray resolvió hacer juntas representativas del reino. El ayuntamiento sostuvo en ellas la conveniencia de reunir un congreso nacional. El virrey aceptó la idea, pero un rico comerciante y latifundista español, Gabriel de Yermo, al frente de peones, empleados y varios gachupines, depuso al virrey la noche del 15 de septiembre; mandó a la cárcel a los patriotas Francisco Azcárate, Primo de Verdad y Melchor de Talamantes, y se dio el lujo de nombrar, como sucesores del virrey depuesto, a un milite de máxima graduación y al clérigo máximo del país: el mariscal Pedro de Garibay y el arzobispo de México, Francisco Javier de Lizana y Beaumont.

El golpe resultó contraproducente. Mientras los españoles se dieron a denunciar criollos ante la junta de seguridad, formada entonces para juzgar y castigar a los sospechosos de infidencia, los criollos de la medianía decidieron asumir soluciones revolucionarias.

La independencia de México
Imagen tomada de Wikimedia

A quien no quiere caldo…

Se conspiró en muchas partes, pero los conjurados de Querétaro, San Miguel y Dolores, al ser denunciados se pusieron en pie de lucha. En la madrugada del domingo 16 de septiembre de 1810, el padre y maestro Miguel Hidalgo y Costilla, viejo acomodado, influyente y brillante, exalumno de los jesuitas y cura del pueblo de Dolores, puso en la calle a los presos y en la cárcel a las autoridades españolas del lugar; llamó a misa, y desde el atrio de la iglesia incitó a sus parroquianos a unírsele en una «causa» que se proponía derribar al mal gobierno. La arenga del párroco en aquel amanecer se denomina oficialmente «Grito de Dolores», y se considera el punto culminante de la historia mexicana.

El padre sale de su parroquia con 600 hombres, pero en pocos días reúne cerca de cien mil entre morenitos y criollos procedentes de la minería, la agricultura y los obrajes. Aquella muchedumbre, más que ejército, parecía una manifestación armada con palos y hondas. Sin resistencia entró en San Miguel, Celaya y Salamanca. Guanajuato, la importante ciudad minera, cayó después de sangrienta lucha y fue entregada al robo.

El obispo de Michoacán excomulgó a Hidalgo, pero éste condujo su «ejército» a la capital michoacana y obtuvo que el cabildo catedralicio le levantara la excomunión. Después de Valladolid se encaminó hacia México, que se hallaba poco protegido; ganó la batalla del Monte de las Cruces; pidió parlamentar con el virrey, y antes de recibir respuesta, ordenó la retirada, durante la cual fue derrotado en San Jerónimo Aculco por el general español Félix María Calleja.

…Dos tazas

Mientras tanto había habido insurrecciones en muchas partes del país. Rafael Iriarte levantó luchadores en León y Zacatecas, y los frailes Herrera y Villerías hicieron otro tanto al apoderarse de San Luis Potosí. En el noroeste hubo la sublevación del capitán Juan B. Casas, que aprehendió al gobernador de Texas; la declaratoria proindependencia del gobernador de Nuevo León, y las defecciones de las tropas virreinales en Coahuila y Tamaulipas. En el centro se formaron los grupos de Tomás Ortiz, Benedicto López, Julián y Chito Villagrán, Miguel Sánchez y otros. En el sur comenzó la callada actividad de don José María Morelos, cura de Carácuaro y Nocupétaro.

En el occidente hubo tres levantamientos mayores: el que encabezó José María Mercado, cura de Ahualulco, se hizo de Tepic y del puerto de San Blas; el de José María González Hermosillo se adueñó de casi toda Sinaloa, incluyendo el puerto de Mazatlán; y el de José Antonio Torres, nacido en el Bajío de Guanajuato, juntó mucha gente y entró a Zamora. La «flor de la juventud de Guadalajara» quiso contenerlo. La batalla fue en las inmediaciones de Zacoalco. Los de Torres produjeron sobre los jóvenes tapatíos tal lluvia de piedras, arrojadas con hondas, que mataron a muchos y pusieron en fuga a los demás. Torres y los suyos entraron en Guadalajara el 11 de noviembre de 1810.

Hidalgo, después de la derrota de Aculco, se dirigió también a Guadalajara, donde expidió decretos sobre el uso exclusivo de las tierras de comunidad por sus dueños, la abolición de la esclavitud en beneficio de seis mil negros, la extinción de los monopolios estatales del tabaco, la pólvora y los naipes, y la supresión de los tributos que pagaban los indios. También trató de organizar un gobierno, un ejército y un periódico, que se denominó El Despertador Americano. 

El ejército se compuso con más de 30 mil hombres, y se enfrentó al de Calleja en el Puente de Calderón. Perdido el combate, algunos restos de las tropas revolucionarias se dirigieron a Zacatecas en busca del apoyo de Iriarte; pero, amagados por Calleja, continuaron hacia el norte donde cayeron en la trampa que les tendió un exjefe del movimiento libertador de Coahuila. Los cautivos comparecieron ante un consejo de guerra e Hidalgo, condenado a muerte, sufrió su pena el 30 de julio de 1811.

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Imagen tomada de BBC

¿Muerto el perro se acabó la rabia?

Con todo, Ignacio López Rayón, quien trató de reunir a los insurgentes en la Junta de Zitácuaro, y un grupo que fue como representante de México a un congreso de España, siguieron peleando por la independencia.

Mientras una parte de los mexicanos luchaba contra el gobierno virreinal con palos, piedras y lo que podía, otra aceptaba la invitación del nuevo gobierno peninsular nacido de la lucha contra Napoleón de elegir diputados para un congreso que se reuniría en Cádiz en 1811. A él fueron 17 diputados de México, todos criollos, menos uno; los más, eclesiásticos y jóvenes de clase media.

Exigieron allá igualdad jurídica de españoles e hispanoamericanos, extinción de castas, justicia pareja, apertura de caminos, indus­trialización, gobierno de México para los mexicanos, escuelas, restablecimiento de los jesuitas, libertad de imprenta y declaración de que la «soberanía reside originalmente en el pueblo». Algunas exigencias criollas lograron triunfar y fueron incorporadas a la constitución expedida por aquel Congreso en marzo de 1812.

La Constitución Política de la Monarquía Española, dada en Cádiz, reemplazó la soberanía del rey por la de la nación, confirió el poder real al ejecutivo y le quitó al rey los otros dos poderes. Fue una constitución de índole liberal para proteger los derechos individuales, la libre expresión en asuntos políticos y la igualdad jurídica entre españoles y americanos.

El virrey Francisco Javier Venegas la promulgó en México en septiembre de 1813, y procedió desde luego a darle cumplimiento. Fue publicada y jurada por todos los pueblos y por todas las corporaciones. Venegas puso en práctica la libertad de imprenta e hizo elegir democráticamente ayuntamientos, diputados a Cortes y diputados a las cinco diputaciones provinciales que operarían en México. Con todo, la Constitución de Cádiz funcionó tarde, poco y mal. Sólo estuvo vigente cerca de un año. El grupo español y los criollos ricos se opusieron a ella. El virrey Calleja, sucesor de Venegas, la abolió en agosto de 1814.

Y vuelve la mula al trigo…

Tal medida engrosaría las filas insurgentes; varios intelectuales criollos, al restablecerse el régimen autoritario, decidieron unirse al ejército del cura Morelos, hombre inteligente e inculto que, ignorado y despreciado en un principio, había ido creciendo «en poder e importancia, y como aquellas nubes tempestuosas nacidas en la parte del sur, cubrió en breve una inmensa extensión de terreno». Teniendo como música de fondo e himno aquella canción que empieza

Por un cabo doy un real,
por un sargento, un tostón,
por mi general Morelos
doy todo mi corazón,

los seguidores de Morelos hicieron campañas brillantísimas en 1812 y 1813. En un santiamén se apoderaron de Oaxaca y del general González Saravia, jefe supremo de los ejércitos virreinales. El 12 de abril de 1813 fue la toma de Acapulco, que Morelos rubricó con esta sentencia: «La nación quiere que el gobierno recaiga en los criollos, y como no se le ha querido oír, ha tomado las armas para hacerse entender y obedecer».

Todo parecía decir que la muerte de la dominación española estaba próxima. Por eso Morelos resolvió hacer un congreso nacional que le diera una constitución política al país a punto de nacer.

El Congreso de Anáhuac se formó con distinguidos intelectuales criollos de toga y sotana: Carlos María de Bustamante, exdirector del Diario de México; Ignacio López Rayón, expresidente de la Junta de Zitácuaro y autor de unos Elementos constitucionales; el padre José María Cos, «un hombre de gran talento y de ingenio fecundo en invenciones», exdirector de dos periódicos insurgentes: El Ilustrador Nacional El Despertador Americano; Andrés Quintana Roo, famoso poeta enamorado, periodista y jurisconsulto; el doctor Sixto Verduzco, el militar José María Liceaga, el padre Manuel Herrera y otros.

El Congreso sesionó cuatro meses en Chilpancingo. Al inaugurarse, en el discurso conocido con el nombre de «Sentimientos de la Nación», el cura Morelos les pide a los congresistas las declaraciones de que México es libre e independiente de España, la religión católica la única verdadera y la soberanía dimana inmediatamente del pueblo, y que las leyes «moderen la opulencia y la indigencia» y alejen «la ignorancia, la rapiña y el hurto». Los congresistas aprueban el 6 de noviembre el «acta de independencia» y un manifiesto donde se habla de que «no hay ni puede haber paz con los tiranos».

La independencia de México
Morelos en Chilpancingo

Lo que no va en lágrimas va en suspiros

Al día siguiente Morelos salió de Chilpancingo en busca de nuevos triunfos, pero el tiempo no había pasado en balde. La demora del caudillo en actividades políticas permitió a Calleja organizar, disciplinar y equipar las tropas del virrei­nato. Morelos fue derrotado en Valladolid y los realistas penetraron en el sur.

El Congreso tuvo que andar peregrinando por distintos lugares, y cuando llegó a Apatzingán, en octubre de 1814, dio a conocer la Constitución, inspirada en la francesa de 1793 y la española de 1812. En los 41 prime­ros artículos establece: la católica será la religión del Estado; la soberanía reside en el pueblo; el ejercicio de la soberanía corresponde al Congreso; la ley es la expresión de la voluntad general; y la felicidad de los ciudadanos consiste en el goce de la igualdad, la seguridad, la propiedad y la libertad. 196 artículos se refieren a la forma de gobierno, que debía ser republicano centralista y dividido en tres poderes.

El legislativo, compuesto por diecisiete diputados, estaba por encima del ejecutivo, del que serían titulares tres presidentes, y del judicial, comandado por un Supremo Tribunal de cinco individuos.

La Constitución de Apatzingán jamás estuvo en vigor. Cuando se promulgó, los insurgentes habían sido desalojados de las provincias del sur. A Morelos ya sólo le quedaba un millar de hombres cuando los de Calleja llegaron a 80 mil. Morelos fue hecho prisionero y fusilado el 22 de diciembre de 1815 en San Cristóbal Ecatepec. Muerto el «Rayo del Sur», la lucha por la independencia se quedó sin jefes famosos, pero no sin ánimos.

Unos grupos continuaron la guerra desde numerosos fuertes y reductos; otros emprendieron la guerra de guerrillas, y otros hicieron una campaña corta y deslumbrante. El padre Marcos Castellanos se hizo fuerte en una isla del lago de Chapala; Ramón Rayón se fortificó en Cóporo, donde rechazó varios asaltos; Ignacio López Rayón se encerró en Zacatlán; Manuel Mier y Terán se remontó a Cerro Colorado; Pedro Moreno, al Sombrerete; y Pedro Ascencio, al Barrabás.

Fuera de los reductos fortificados peleaban numerosas partidas de indios, mestizos y mulatos. Las ganas de salir de la miseria y de tomar venganza por viejos agravios eran su guía. Usurpaban propiedades y quitaban vidas. Las de los Villagrán y Osorno hicieron de las suyas en los alrededores de Pachuca y los llanos de Apan. Las de Gómez de Lara «el Huacal», Gómez «el Capador», Bocardo «coronel de coroneles», Arroyo, los Ortices, Olarte, Pedro «el Negro» y otros fueron famosas por sus crímenes. Todas causaron cuantiosos daños y molestias al régimen y a los particulares pudientes. Ninguna era bien vista por los criollos ricos, pero contaban con las simpatías de la gran masa de la población.

Francisco Xavier Mina, quien vino a Nueva España en 1817 a luchar «por la libertad y por los intereses del imperio español», se puso del lado de los insurgentes; Mina, que traía hombres, armas y dinero de Inglaterra y Estados Unidos, tras de haber ganado batallas que le permitieron llegar a Guanajuato, cayó preso y fue muerto delante del Fuerte de los Remedios. Tampoco resisten mucho la mayor parte de los jefes metidos en islas, cerros y barrancas. Castellanos capitula a fines de 1816; Rayón y Mier y Terán, a principios de 1817. En 1818 sucumben los fuertes de los Remedios y Jaujilla.

Por otra parte, el virrey Juan Ruiz de Apodaca, sucesor de Calleja, aplica una política de indultos y consigue que muchos héroes de la resistencia acepten abandonar las armas. Otros se esconden, como Guadalupe Victoria, y más de alguno es derrotado. Para 1819 sólo quedan en pie de lucha en los breñales del sur algunos guerrilleros menores como Pedro Ascencio y Vicente Guerrero.

La mayoría de los criollos había aceptado la derrota cuando una nueva coyuntura los puso en el camino de la independencia que no de la libertad y de las reformas sociales.

Imagen tomada de Wikimedia

Jarrito nuevo ¿Dónde te pondré?

En 1820 una revolución de signo liberal obligó a Fernando VII a restablecer la Constitución de Cádiz. Las Cortes, compuestas de liberales exaltados, dispusieron medidas contra los bienes y las inmunidades del clero. La noticia de esos cambios causó profunda pena en el grupo español y la aristocracia criolla de México.

El virrey Apodaca se negó a poner en vigor la Constitución de Cádiz y apoyó el Plan de la Profesa, donde se sostenía que mien­tras el rey estuviese oprimido por los revolucionarios, su virrey en México debía gobernar con las Leyes de Indias y con entera independencia de España. Pero cuando el gobernador Dávila se vio obligado a proclamar el orden constitucional en Veracruz, el virrey declaró restablecida la Constitución en todo el virreinato, y convocó desde luego a elecciones municipales, instauró la libertad de imprenta y desencadenó, sin quererlo, la actividad en los grupos sociales organizados.

El grupo español que sostenía el Plan de la Profesa trató de ponerlo en práctica. Los criollos ricos, que ya en 1808 habían manifestado su interés por la independencia, vieron el momento oportuno para conseguirla sin necesidad de introducir reformas sociales. Ambos grupos coincidieron en el jefe que había de llevar adelante sus propósitos, en el coronel criollo Agustín de Iturbide, hombre valiente, cruel, parrandero y simpático, que siempre fue feliz en la guerra.

Apoyado por el alto clero, los españoles y los criollos mineros y latifundistas, Iturbide, que a la sazón trataba de reducir a Guerrero, pactó con éste y lanzó el Plan de Iguala o de las Tres Garantías: religión única, unión de todos los grupos sociales e independencia de México con monarquía constitucional y rey prefabricado en alguna de las casas reinantes de Europa.

Luego emprendió una doble campaña diplomática y militar que en cinco meses lo hizo todo. La diplomática consistió en haberse ganado la amistad de los jefes insurgentes contra los que años antes había combatido. La campaña militar fue breve y casi incruenta. Muchas guarniciones se adhirieron voluntariamente.

Jarrito viejo ¿Dónde te tiraré?

Otra vez, como en 1808, los españoles de la capital destituyeron al virrey Apodaca, inculpándolo de los triunfos de Iturbide, y nombraron sucesor al mariscal Novella. A los pocos días llegó de España Juan O’Donojú con el cargo de «virrey»; aceptó negociar con Iturbide y puso su firma, el 24 de agosto de 1821, en el Tratado de Córdoba que ratificaba en lo esencial el Plan de Iguala. El 27 de septiembre el Ejército Trigarante, con Iturbide al frente, hizo su entrada triunfal a México, y el 28 se nombró al primer gobierno independiente.

La consumación de la independencia produce gran entusiasmo. En todas las poblaciones se hacen desfiles con carrozas alegóricas; se construyen arcos de triunfo; hay juegos pirotécnicos y muchas muestras de regocijo general. Los poetas componen odas, sonetos, canciones, marchas y coplas alusivos a la patria liberada.

Nacen varios periódicos; se publican folletos; se lanzan hojas volantes y se intercambian cartas que se refieren obsesivamente al hecho de la consumación de la independencia. Se habla de la riqueza y variedad económica de México; se dice que la nueva patria, «por su ubicación, riqueza y feracidad, denota haber sido creada para dar la ley al mundo todo»; se anuncia «a los pueblos que está restablecido el imperio más rico del globo». Iturbide recibe los epítetos de «varón de Dios» y «padre de la patria».

Los intelectuales de clase media hacen proyectos de constitución política y buenas leyes; planes para el fomento de la agricultura, la ganadería, la pesca, la minería, el comercio y la hacienda pública; diseños para hacer más humanas las condiciones del trabajo, para aumentar la población y esparcir la educación y la salud.

La mayoría de los proyectos se inspira en experiencias ajenas. Unos quieren retomar a formas de vida griegas y romanas; otros creen que el modelo a seguir es la joven república de Estados Unidos; varios proponen como norma al imperio de los aztecas. Casi nadie proyecta a partir de las realidades mexicanas del momento.

Quizá ninguno de los proyectistas se da cuenta entonces de la cortedad de los recursos naturales, la escasez demográfica y, sobre todo, del desplome económico, la desorganización social y el desbarajuste político generados en la larga lucha por la independencia. Con muy pocas excepciones, todos cierran los ojos a los obstáculos y únicamente los abren para ver las ventajas de la vida independiente.

Imagen tomada de BBC

Luis González y González (1925-2003) fue un insigne historiador mexicano, experto en la Revolución, pionero de la corriente historiográfica de la microhistoria —con su infaltable obra Pueblo en vilo— y maestro de numerosas generaciones de historiadores. Este texto fue tomado de…

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