Durante más de 800 años gran parte de la Península Ibérica fue escenario de un intercambio cultural y religioso sin precedentes. Hoy se puede afirmar que, de no ser por los árabes, mucho lo que se conoce hoy del Mundo Antiguo —en cuanto a matemáticas, astronomía y medicina— no existiría.
La luz de Oriente en la noche de Occidente
En el verano de 710 d.C., una pequeña tropa bereber —originario de Berbería, zona del África septentrional que abarca desde los desiertos de Egipto hasta el océano Atlántico y desde las costas del Mediterráneo hasta el interior del desierto del Sahara— desembarcó en la costa oeste de Gibraltar. Un año después Târiq ibn Ziyâd —lugarteniente del gobernador de Túnez—, aprovechó los conflictos internos del reino godo y se alió con los opositores del rey Rodrigo para derrocarlo. El rey murió en la batalla de Guadalete mientras sus soldados fueron derrotados por 7,000 guerreros árabes.
«Tierra de sorteo»
A partir de entonces, los ejércitos musulmanes no encontraron dificultades para conquistar gran parte de lo que ahora es España y otro tanto de Portugal. Este territorio, donde confluyeron las culturas cristiana, musulmana y judía, fue llamado al-Ándalus.
El origen de este nombre era, hasta hace poco, un misterio, pero ya se comprobó que proviene de una arabización del nombre visigodo de la antigua provincia romana Bética —al sur de la península—. Los visigodos dominaron esta región desde el 468 hasta el 711 y, al igual que sus antecesores germánicos, se repartieron las tierras conquistadas mediante sorteos. Las regiones que lograban ganar se llamaban —en latín—, Sortes Gothica y al reino godo, en su conjunto, se le denominó Gothica sors. La palabra goda para «tierra de sorteo» era Landahlauts, nombre que los árabes adaptaron con el artículo al.
Los califas fomentaron desde Bagdad la actividad científica y ordenaron traducir, del griego al árabe, las grandes obras de la Antigüedad.
El mandamás es
El Corán, revelado por Mahoma —profeta y fundador del Islam—, constituyó la base para elegir a una figura de autoridad divina: el califa, quien asumió el mando religioso y político durante la expansión y el florecimiento de la civilización musulmana. Del año 632 al 1258, el Islam logró extenderse desde la costa atlántica africana y la Península Ibérica en occidente, hasta el río Indo en Oriente.
Al principio, al-Ándalus dependía del califato de Oriente, pero, al carecer de fronteras con otro Estado islámico y por diversos problemas internos —sobre todo por las sangrientas discordias familiares—, la península quedó fuera de la administración centralizada.
En 750, los omeyas —a cargo del califato— fueron asesinados por los abasíes. Sólo un heredero, Abd al-Rahmân, pudo escapar a la masacre y se refugió en África del Norte. Cuatro años más tarde decidió probar suerte en España y, gracias a que ahí encontró a muchos seguidores de los omeyas, en mayo de 756, fue proclamado Abderramán I, primer emir de Córdoba, ciudad que al poco tiempo se convirtió en la capital de al-Ándalus, para entonces ya convertido un emirato independiente.
Todo comenzó con un sueño
En Oriente, de acuerdo a una anécdota documentada por el bibliófilo Ibn al-Nadim, el apoyo árabe al conocimiento surgió de un sueño que tuvo el califa ‘abbasi al-Ma’mun (813-833), en el que hablaba con Aristóteles sobre «el bien», «la razón», la ley y el oro. A partir de esa experiencia, el califa ordenó que todos los textos antiguos —en especial los relacionados con las ciencias y la alquimia— fueran traducidos al árabe. Desde el punto de vista histórico, la anécdota justifica el apoyo que le dio el califa a los mu’tazilíes: una secta que primaba la razón sobre la fe y que eran conocidos por difundir la ciencia de los antiguos griegos entre los musulmanes.
Muchos expertos coinciden en que el mayor aporte del mundo árabe a las ciencias fue —incluso por encima de sus descubrimientos en matemáticas, astronomía y medicina— la recuperación del saber de la antigua Grecia y de la India.
Desde Córdoba, capital de al-Ándalus, se difundió al resto de Europa el saber de la Antigüedad complementado con la cultura y las ciencias árabes.
¿Y ahora cómo le hacemos?
En el siglo VIII, los califas abasíes se vieron en la necesidad de recurrir a todo tipo de conocimientos para resolver los enormes problemas de infraestructura que implicaba administrar un territorio —y sus rutas comerciales— que iba desde China hasta Marruecos.
Por ello, cuando el emperador de Bizancio debía pagar una indemnización de guerra al califa al-Ma’mun, éste le exigió a cambio todos los manuscritos sobre las ciencias de la Antigüedad. El emperador ordenó su búsqueda —pues él mismo desconocía la ubicación de tales documentos, si es que existían— y un monje, que vivía en un convento alejado de Constantinopla, le indicó el lugar en el que se habían refundido aquellas obras cuando Constantino proclamó al cristianismo como la religión única. El emperador pensó que sería un pecado entregar esos manuscritos al califa, pero el monje lo convenció de que hacía justo lo contrario, porque esas ciencias antiguas destruirían —tarde o temprano— los fundamentos religiosos de los musulmanes.
España cristiana: refugio de sabios
Si durante el siglo IX en Oriente se tradujo todo texto griego al árabe, en al-Ándalus —de los siglos XII al XIII—, no sólo se trasladaron esos mismos textos del árabe al latín —incluso a lenguas romances—: también se complementaron con las aportaciones del mundo árabe en medicina, botánica, alquimia y astronomía. Por supuesto, por su cercanía geográfica, la España cristiana también se vio beneficiada de este intercambio cultural.
En 1002, a la muerte de Almanzor y luego de perder la batalla de Calatañazor, el califato de Córdoba comenzó a desintegrarse paulatinamente en un grupo de 27 pequeños reinos llamados taifas —que significa banderías—. La poca cohesión de estos facilitó las sucesivas invasiones del norte de África de almorávides, almohades y benimerines, entre los siglos XI y XIV.
Toledo: escuela de traductores
En 1085, Alfonso VI toma Toledo y la declara capital de Castilla. Al poco tiempo el monje cisterciense —perteneciente o relativo a la Orden del Císter, fundada por San Roberto en el siglo XI— de origen francés, Raimundo de Sauvetât, fue nombrado arzobispo de Toledo y, desde sus primeros días, realizó una labor de mecenazgo que propició la presencia de grandes especialistas que trabajaron en las traducciones del árabe al latín. Toledo se convierte en el refugio de mozárabes, judíos e incluso de musulmanes que huyeron del integrismo religioso de los almorávides, que acabaron por adueñarse las taifas andalusíes en el siglo XII.
La variedad de nacionalidades de los estudiosos que llegaron a Toledo durante esa época, permitió que obras de autores como Aristóteles, Arquímedes, Ptolomeo, Euclides, Apolonio, por citar algunos, se preservaran y fueran difundidas al resto de Europa. Durante esta primera etapa de traducción, 47% de las obras estaban relacionadas con las ciencias exactas —matemáticas, astronomía y astrología—, 21% con obras filosóficas, 20% eran tratados de medicina y 4% libros de ciencias ocultas.
Aquí empezó la castellanización
Al frente de estos sabios y traductores, se encontraban Domingo de Gundisalvo y Juan Hispano, quienes colaboraron juntos en las obras de autores como al-Kindi, al-Farabi y Avicena, por mencionar algunos. Otros personajes notables fueron: Gerardo de Cremona —que llegó a Toledo en 1134 para trabajar en el Almagesto de Ptolomeo— y llegó a traducir 87 originales; y Marcos de Toledo, que tradujo el Corán al latín por encargo de Pedro «el Venerable».
El trabajo de traducción de los árabes rescató las obras de autores como Aristóteles, Arquímedes, Ptolomeo, Euclides, Apolonio, por citar algunos.
Alfonso X «el Sabio» comenzó su reinado en 1252 y eligió a la ciudad de Toledo como el centro de sus actividades culturales. Se hizo rodear de hombres de ciencias y eruditos en todas las artes y con ellos prosiguió la difusión del conocimiento por medio de la llamada Escuela Alfonsí de traductores. Alfonso X soñaba con una vasta enciclopedia hispana que reuniera todo el saber humano. En 1259, comienza una segunda etapa en la que se rehacen o revisan las traducciones para verificar su fidelidad y esto origina la producción de obras originales.
Las ciencias árabes
Al-Ándalus, además de dar conocer las obras de los sabios orientales, también legó a la ciencia occidental una serie de aportaciones que eran inéditas en Europa y que, más tarde, fueron adoptadas por las universidades alemanas, italianas y francesas. En medicina, sobresale la labor de Ibn Zhur, pionero de la patología interna, la dietética y la ortopedia; Averroes fue defensor de la medicina preventiva y prosiguió la obra de Galeno; Maimónides fue experto en tratar enfermedades como las hemorroides, el asma y las infecciones vaginales; al-Safra escribió sobre los tumores y el cáncer; Ibn al-Jatib sentó las bases de la higiene privada y pública; en cirugía, al-Zahrawi practicó la cauterización y fabricó instrumental quirúrgico; Arib Ibn Sa’id mejoró tratamientos para el embarazo, la obstetricia y estudió las evoluciones del feto; al-Gafiqui practicaba la extracción del cristalino y método para curar las cataratas.
También se elaboraron múltiples medicamentos al tiempo que detallaron las propiedades curativas de las plantas. Por ejemplo, Ibn al-Awwan describió el uso y cultivo de 558 plantas y 55 árboles. Los andalusíes introdujeron a Europa el cultivo de la caña de azúcar, el algodón y el arroz, al tiempo que perfeccionaron las técnicas de riego.
El génesis del Baldor
Por supuesto, no podían dejarse de mencionar las matemáticas. En la escuela de Maslama «el Madrileño» se dieron a conocer los descubrimientos que hizo al-Juwarizmi (h. 780?-850) sobre la numeración de la India, como el uso del número cero, los decimales, el álgebra, los logaritmos, la raíz cuadrada, la trigonometría… y todo lo que estableció la numeración arábiga en todo el mundo. Y en astronomía, los árabes fueron expertos en el uso y la fabricación de astrolabios, mismos que perfeccionaron, junto con la brújula.
Al final, la reconquista cristiana redujo de forma progresiva las dimensiones de al-Ándalus al reino nazarí de Granada, último reducto musulmán, hasta que los reyes católicos ocuparon toda la península en 1492. Sólo basta agregar que la población andaluza contribuyó de forma significativa en la colonización de América y su peculiar acento influyó decididamente en cómo se configuró el idioma español en el llamado Nuevo Mundo.❧
El autor de este artículo, si algo desea conocer de Europa, es Andalucía. Recibirá con gusto sus comentarios en Twitter. Síganlo como @alguienomas