Cuenta la anécdota que una tarde en la plaza de toros México, un chaparrito, que estaba sentado en el primer tendido, vio pasar a una güera despampanante por el pasillo de barrer.
Animado por toda la cerveza que había bebido, le gritó varios piropos por demás soeces: «Güera, si me muero quién te encuera», etcétera. La rubia ni siquiera lo volteó a ver y siguió adelante.
Para su sorpresa, metros atrás de ella venía caminando un general, con sombrero, chaqueta de cuero y pistola, que precisamente era el acompañante de aquella mujer y había presenciado todos los improperios del chaparro. Muy enojado, el general saltó de la barrera, sacó la pistola y se fue gritando hacia donde estaba aquel chaparro:
—Mira, méndigo enano, por menos que eso he matado a muchos; así que prepárate que te voy a meter un par de plomazos.
A lo que el pequeño hombre, muerto de miedo respondió:
—No, mi general, no se preocupe; si no tiene que darme un balazo. Con dos cachetadas entiendo.