En la ambientación de la Guerra Fría de 1962 se sitúa La forma del agua, obra fílmica del cineasta mexicano Guillermo del Toro, la cual lo ha llevado a conquistar los más importantes galardones de la industria cinematográfica y a competir en 13 categorías de los Premios Oscar, mismos que se llevarán a cabo el próximo 4 de marzo.
En el departamento de limpieza de un laboratorio militar de Baltimore, EE. UU., trabaja Elisa —Sally Hawkins—, una mujer muda, mágica, tan cotidiana como etérea en sus actos. Acepta su vida y comparte la misma con su compañera de trabajo, Zelda —Octavia Spencer—, quien siempre tiene quejas de su marido, y Giles —Richard Jenkins —, su vecino, obsesionado con recuperar su empleo.
Los personajes están construidos para ser vulnerables frente a la sociedad de los años 60. Sin embargo, culminan al encontrarse entre sí, en especial cuando «La princesa sin voz» se enamora del hombre anfibio —Doug Jones—, quien es recluido en un laboratorio gubernamental secreto y su destino es ser una victima del gobierno y funcionarios.
La tragedia y el terror es Strickland —Michael Shannon—, conservador, religioso, temperamental, con miedo al fracaso y acosador; una perfecta figura estadounidense que abusa del poder. Él está al frente de la protección del proyecto que mantiene al anfibio en el laboratorio de alta seguridad, circunstancia que lo lleva a convertirse en «el monstruo que alguna vez quiso destruirlo todo».
En cada secuencia del largometraje se encuentra el mundo —sello— de Guillermo del Toro, mismo que ha desarrollado a través de sus cintas en el transcurso de su carrera como cineasta, tal es el caso de El espinazo del diablo o El laberinto del fauno, discursos que partían de lo infantil y fantástico. En esta ocasión el director y escritor se aventura una vez más con una historia que enaltece al marginado y la presenta por medio de una fabula que representa los matices de las emociones.
«La forma del agua es una película que es fiel a mis convicciones y a las imágenes que amo desde la infancia»
Del Toro atrapa al espectador con la conexión de «las relaciones humanas y el amor», la unión de los indefensos frente a circunstancias poco convencionales que los lleva a huir de la fuerza antagónica. Situación que hace del filme una obra humana, alentadora y excelsa de espíritu.
La forma del agua va más allá de las palabras, de lo evidente, rompe con los limites de la realidad y encuadra lo sustancial de una sociedad, situación que confronta al público para ser parte de una historia de romance o una critica social. Termina con la ficción y recae en la poesía del amor.
«Pero cuando pienso en ella, en Elisa todo lo que viene a mi mente es un poema. Hecho con solo unas pocas palabras verdaderas… Susurrado por alguien enamorado, hace cientos de años…
“Incapaz de percibir tu forma, te encuentro a mi alrededor. Tu presencia llena mis ojos con tu amor, humilla mi corazón, porque estás en todas partes “.»