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La droga como tema —una visión actual—

La obra de un artista puede ser un proceso altamente consciente y racional.

LA TEMÁTICA

Toda obra artística tiene forma —estructura, estilo, color; la manera en que se manifiesta— y tiene contenido —significación, discurso; lo que manifiesta—. La temática es, en conjunto, el contenido y la forma, es el vínculo que genera el contexto para la expresión del interés, la visión, la cosmogonía, la postura y la filosofía de su autor.

La obra de un artista puede ser un proceso altamente consciente y racional, al término del cual surge el objeto de arte cuya temática se manifiesta no sólo en lo que percibimos a simple vista sino por los signos, indicios y símbolos que el artista introduce para plasmar su idea. Estos elementos crean asociaciones, relaciones, evocaciones y connotaciones a partir de las cuales podemos entender, disfrutar y hasta cuestionar una pintura. La interpretación que realizamos como espectadores —en especial cuando carecemos de antecedentes sobre la obra— abre caminos más amplios para generar nuevos significados que se suman a los pretendidos por el autor.

SIGNOS ADICTIVOS

La visión y el juicio que se han tenido acerca de las drogas, como de casi todos los tópicos del ser humano, han cambiado con el tiempo y las modas. Desde el desconocimiento hasta el consumo indiscriminado, de lo ajeno a lo cercano, de la medicina a la adicción, de lo natural a lo artificial. Por tanto, la pintura que ha tenido a las drogas como temática ha ido de la evocación —que requiere un bagaje y un proceso de pensamiento para ser entendido— a la relación —que puede ser la parte del contenido más directo y protagónico.

Las obras que presentamos en esta acotada recopilación ostentan elementos y signos cuya intención era otra y que, a pesar de retratar la realidad de su tiempo, en el nuestro tienen una relación cercana con las sustancias adictivas. Deliberadamente se dejó fuera todo aquello que retrata de forma explícita el abuso, así como las obras experimentales que, en tiempos recientes, se han realizado bajo el efecto de distintas sustancias, dejando de lado todo juicio o discurso sobre su tráfico, consumo y consecuencias. Las obras elegidas se agrupan de la siguiente manera:

Por relaciones

En estas piezas encontraremos elementos que establecen conexiones o lazos directos con el tema, de tal forma que dichos elementos o acciones protagonizan las obras. El primer ejemplo es una ilustración perteneciente al manuscrito ilustrado Theatrum Sanitatis(ca. 1390), en la que vemos a un «vendedor de droga», es decir, un boticario [1]. En Pensionado bebiendo café (1882), Vincent van Gogh convierte un hábito cotidiano en el pretexto para retratar a Adrianus Zuyderland, habitante de la Casa para pensionistas protestantes [2]. En Una pizca de rapé [3], un autor anónimo retrata el acto de inhalar tabaco con el pulgar. Al igual que en van Gogh, el tema principal es el hábito. En ambos cuadros vemos cómo todo elemento escenográfico es eliminado intencionalmente para centrar la atención en el consumo y a la vez evitar toda declaración. Otro ejemplo de estas conexiones entre intención primaria e interpretación actual es una litografía perteneciente al libro de botánica Des champignons comestibles, suspects et vénéneux (1827), en la que Michel Etienne Descourtilz ilustra los «hongos sospechosos» con el único propósito de que los «cazadores» de champiñones lleguen a la vejez y no mueran en el intento —alucinando y envenenados [4].

Por asociaciones

Asociar significa construir en la mente una idea, cosa o imagen, a partir de otra. En este caso los elementos presentes apelan a una narrativa más compleja en la cual puede haber un juicio o la intención de crear en el espectador una idea ulterior. Ejemplo de ello es la versión de Thomas George Webster de Un poco de rapé (s/f), para lo cual acerca el punto de visión, exagera los gestos grotescos, los ojos en blanco y recurre a un gran pañuelo verde [5]. También podemos incluir en esta categoría a Claude Monet con su Campo de amapolas (1873), para el que sobra explicar cómo se da la asociación con las drogas, aunque en su tiempo la pretensión del autor no era otra que retratar la luz, el placer y la relajación de un campo soleado [6]. El pintor mexicano Juandrés Vera, en su óleo Medicagmento (2008), recurre a dos signos —la jeringa y el pincel— y los asocia visualmente para unirlos en otro personalísimo: el oficio del arte como una droga liberadora, sublimadora de miedos, inseguridades y preocupaciones [7].

Por evocaciones

Los elementos y signos presentes en la pintura tienen la capacidad de traer algo a la memoria o a la imaginación. Despertar un recuerdo, recrear una imagen o, incluso, materializar una historia. Tal es el caso de El Monje de Calé (1780), obra en la que la pintora Angelica Kauffman recrea la escena en que el pastor Yorick intercambia su caja de rapé con el padre Lorenzo, narrada por Laurence Sterne en su novela Diario sentimental: «Debería probar mi rapé» [8]. Otro ejemplo es Granja (2010), óleo de la pintora estadounidense Cathy Lee, en el que la hoja de Cannabis sativa sirve como estructura de una composición que por su color, textura y técnica casi abstracta no pretende más que evocar con un poco de humor el aburrimiento y disgusto que provocan en la autora las típicas representaciones de la hoja de marihuana [9]. Los hermanos Le Nain, en Fumadores de interior (1643), representan personajes de los bajos fondos de una sociedad que condena el tabaquismo; además, en la mesa los autores incluyen emblemas que pueden interpretarse como propios de una sociedad secreta, y rematan con un personaje —el hombre sentado a la derecha— que tiene la apariencia de estar bajo el influjo de alguna droga [10].

Por connotaciones

De las construcciones que derivan de la interpretación del tema y de los elementos presentes en una obra surge un nuevo «parentesco en grado remoto». En las llamadas connotaciones, además del significado concreto o evidente, se crea un nuevo tipo de significado, ya sea expresivo o discursivo, incluso con una carga crítica o de denuncia como se aprecia en Bebedores de ajenjo (1876), de Edgar Degas, en el cual se manifiesta la destrucción causada por el alcoholismo en general, y por la tujona en particular [11]. Jean Lecomte du Nouÿ, en su Sueño de un eunuco (1874), manipula los elementos para develar el verdadero significado: una fantasía erótica no es más que una pesadilla en la que Cosrou, el eunuco, estupidizado quizá por opio o hachís cree ver en el humo la imagen de Zelide, una concubina a quien sueña desposar, pero el autor se encarga de condenarlo al pintar un cuchillo ensangrentado y el tazón de barbería, emblemas de la mutilación y la impotencia de Cosrou y el irremediable impedimento para casarse [12]. Por su parte Robert Indiana nos presenta LOVE (1966), un óleo que en origen no pretendía más que colmar las obsesiones estéticas de su autor, quien alega haber elegido esta palabra por su simetría y la posibilidad de jugar con la figura-fondo [13]. Lo que nunca imaginó fue que la palabra por sí misma crearía en el espectador una serie de interpretaciones que convertirían a la pieza de arte en el arquetipo del amor, y qué mejor «droga» que éste para concluir.

Se podría suponer que al compilar este artículo Victoria García Jolly estaba bajo el influjo de ciertas sustancias, pero en realidad lo hizo sufriendo síndrome de abstinencia, o sea, estaba triste; y ni escribir e investigar de arte, que es su tema favorito y del que está próxima a publicar un libro con sus artículos escritos para esta casa editorial, la hizo un poquito feliz.

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