Existe, en tiempos recientes y diversos ámbitos, una polémica acerca del llamado «uso sexista del lenguaje», en especial del uso del género en la lengua española, que —según se le acusa— denigra, menosprecia o anula al sexo femenino. Estas líneas dan una visión, desde la perspectiva de la gramática, sobre esta disputa.
Abro un procesador de textos y, sin más, me pongo a escribir estas líneas. Inmediatamente, el sistema tiene que decidir en qué tipo de letra irán mis primeras palabras, y como yo no le [he ordenado ] lo contrario, las pone en redondas. Alguien lo ha programado para que, en esos casos, el tipo elegido sea el llamado «normal». Decimos entonces, como se sabe, que dicho tipo interviene o se activa por default. Pues bien, el concepto de por default en informática es muy similar al concepto de no marcado en lingüística.
La letra redonda es, frente a la cursiva o la negrita, la letra que actúa por default. También podemos decir de ella que es, frente a aquellas dos, la letra no marcada. Cuando yo construyo una frase en que un adjetivo debe concordar con dos sustantivos, uno masculino y otro femenino, necesito que ese adjetivo —si tiene variación de género; muchos no la tienen— vaya en uno de los dos géneros.
Uno cualquiera, en principio… Lo que no puede es no ir en ninguno, porque el «sistema», para funcionar, necesita que uno se imponga por default. Así, no nos queda más remedio, en nuestra lengua, que decir «los árboles y las plantas estaban secos», con el adjetivo en masculino. ¿Por qué? Porque el masculino es el género por default. Es, frente al femenino, el género no marcado.
«Mi descendencia»
Del mismo modo, si una persona tiene tres hijos y dos hijas, dirá, interrogado acerca de su prole, que tiene cinco hijos. No dirá que tiene cinco hijos o hijas, ni cinco hijos e hijas, ni cinco hijos / hijas. Podrá escribir que tiene cinco hij@s, pero esto no lo podrá decir, leer, así que de nada le vale. Yo, a diferencia de mi colega Ignacio bosque1, no he tenido paciencia para echarme al coleto todas esas guías que sobre el lenguaje no sexista han proliferado. supongo que alguna de ellas recomendará a nuestro perplejo pater familias que diga algo así como esto: «Mi descendencia la forman cinco unidades». Pobrecillo.
Desdramaticemos las cosas. No es el masculino el único elemento no marcado del sistema gramatical. Igual que en español hay dos géneros —en otras lenguas hay más, o hay sólo uno—, hay también dos números, singular y plural —en otras hay más, o sólo uno—, y el singular es el número no marcado frente al plural. Así, del mismo modo que el masculino puede asumir la representación del femenino, el singular puede asumir la del plural. El enemigo significa, en realidad, «los enemigos». Sumando ambas posibilidades de representación puedo decir que el perro es el mejor amigo del hombre para significar, en realidad, esto: «los perros y las perras son los mejores amigos y las mejores amigas de los hombres y las mujeres».
El abusivo presentismo lingüístico
Hay tres tiempos verbales, y uno de ellos, el presente, es el tiempo no marcado frente al pasado y el futuro. Prueba de ello es la capacidad que tiene para suplantarlos: «Colón descubre América en 1492» significa «Colón descubrió América en 1492», y «mañana no hay clases significa «mañana no habrá clase». A pesar de lo cual, que yo sepa, no ha surgido por ahora ninguna Plataforma Ciudadana en Defensa de la Intolerable Discriminación del Plural, ni tengo noticia hasta el momento de la existencia de una Asociación Pro Visibilidad del Futuro, frente al Abusivo Presentismo Lingüístico.
¿Y por qué es el masculino, en vez del femenino, el género no marcado? Efectivamente, es posible que la condición de género no marcado que tiene el masculino sea trasunto de la prevalencia ancestral de patrones masculinistas. Séase consciente, sin embargo, de que intentar revertirlo o anularlo es darse de cabezadas contra una pared, porque la cosa, en verdad, no tiene remedio. rosa Montero lo ha escrito admirablemente: «Es verdad que el lenguaje es sexista, porque la sociedad también lo es». Lo que resulta ingenuo, además de inútil, es pretender cambiar el lenguaje para ver si así cambia la sociedad. Lo que habrá que cambiar, naturalmente, es la sociedad. Al cambiarla, determinados aspectos del lenguaje también cambiarán —en ese orden.
¿Qué son los epicenos?
Una última consideración, también desdramatizadora y relativizadora. Hay un grupo que me interesa especialmente: es el de los nombres llamados epicenos; los epicenos tienen un solo género gramatical, pero sirven para referirse tanto a seres de sexo masculino como a seres de sexo femenino. En una persona, una criatura, una víctima, una figura, una eminencia… el femenino asume la representación tanto del masculino como del femenino. A ningún hombre se le ocurrirá sentirse discriminado por ello. Faltaría más.
Hay otro ejemplo muy bonito, y de más calado. En italiano —una lengua hermana de la española, y hablada por un pueblo a menudo tildado de masculinista o de machista— un pronombre femenino, Lei —literalmente ella—, se utiliza con el mismo valor que nuestro usted, es decir, asume, en el tratamiento de respeto, la representación tanto de un hombre como de una mujer. Bien pensado, otro tanto le ocurría al antecesor de nuestro usted, la forma vuestra merced, con esa visible marca femenina en el posesivo, en consonancia con el género femenino de merced.
Ya sé que estos ejemplos de ligera prevalencia del femenino implican muy parva compensación. Espero, al menos, que sirvan, como lo pretende la totalidad de este artículo, para relativizar las cosas, desdramatizando a todo trance una terca realidad contra la que es estéril estrellarse: la condición inamovible del masculino como género no marcado.
Texto extraído y adaptado de El País, CULTURA: «El género no marcado», publicado el 7 de marzo de 2012
1 Pedro Álvarez de Miranda, es catedrático de lengua española de la Universidad Autónoma de Madrid y ,miembro de la Real Academia de la Lengua Española