La brújula, que fue desarrollada durante la dinastía Qin (221-206 a.C.), se trataba de una cucharilla con mango imantado que reposaba sobre una superficie pulida y que era capaz de girar libremente sobre ella indicando la posición del Norte y, por ende, de los otros puntos cardinales.
Lo que muchos no saben es que hay otra historia acerca de la génesis de este instrumento. En 1967, durante unos trabajos de excavación en San Lorenzo Tenochtitlán, Veracruz, el arqueólogo Michael Coe encontró un fragmento de una pieza hecha de hematita, piedra que pertenece al grupo de los óxidos y que actúa como un imán natural. El objeto llamó su atención, pues pensó que podría tratarse de una brújula flotante, además de que correspondía al periodo formativo temprano (1400 a 1000 a.C.), esto es, mucho antes de que fuera inventada la brújula china.
En 1975, John B. Carlson estudió la pieza con más detalle, realizó experimentos de flotación, hizo mediciones de magnetización y descubrió que la manera en que estaba cortada corregía la inclinación del campo magnético, lo que hacía que, al flotar, permaneciera en posición horizontal.
Si nosotros colgamos una aguja de un hilo horizontalmente y la magnetizamos —acercándole por un tiempo un imán—, observaremos que la aguja no sólo apunta al Norte, sino que, además, se inclina. Este efecto es mucho mayor en una pieza de hematita. La piedra apunta de manera constante a los 35.5° al Oeste del Norte magnético actual, y, si estuviese completa, apuntaría directamente al Norte magnético.
Esta piedra no es la única evidencia del conocimiento que tenían los olmecas del magnetismo terrestre. En 1976, Vincent H. Malmström encontró una pieza de basalto con forma de cabeza de tortuga y notó que, al acercarle una brújula, la aguja de ésta se desviaba hacia la nariz del quelonio. También, encontró una escultura con la forma de un caparazón de tortuga, que —se cree— en época de lluvias era llenada de agua y servía para contener una brújula flotante, como la hallada por Coe. Estos indicios lo llevaron a preguntarse si existe una relación entre el instinto de anidamiento de las tortugas y el magnetismo terrestre, y si es que los olmecas tenían conocimiento acerca de este fenómeno.
Todo esto es muestra de que los olmecas, entre otras culturas mesoamericanas, no tenían perdido el Norte, el que, muy probablemente, usaban con fines astrológicos.