El primer hecho que la hace particular data de su fundación, cuando el obispo Juan de Palafox y Mendoza, ante notario público, fiel a las leyes de Dios y la Corona, determinó que sus más de 5 mil volúmenes donados a los colegios tridentinos de la ciudad de Puebla pudieran ser consultados por cualquier persona que quisiera leerlos.
Fue así que, tras la donación, el obispo Francisco Fabián y Fuero, en 1773, edificara la nave principal en función de la «buena formación de los clérigos en un seminario perpetuo», salón que hasta la fecha ocupa la Palafoxiana. La biblioteca se levantaría como muestra de la arquitectura floreciente, encamada y explosiva, tanto en el interior como en el exterior, característica de la primera fase del barroco. Desde entonces, y a la fecha, sería «un reflejo de ese profundo sentido de identidad nacional que preparó el terreno a las grandes figuras criollo-mexicanas del siglo XVIII que destacaron en el terreno cultural y posteriormente en la esfera política al concretar el movimiento insurgente».
La biblioteca con un «tesoro resguardado»
El interior de la biblioteca quedó asentada como un paralelogramo de 43 m de longitud por 11.7 m de ancho; cinco bóvedas de elevada altura, sobre seis arcos de orden dórico compuesto. A este espacio real, medido a través del volumen y del trazado ortogonal de su perspectiva, el obispo Fabián y Fuero lo remató con dos cuerpos de estantería ricamente tallada, a la que, un siglo después, se le sumaría un tercero y un altar de tecali y estuco.
En cuanto al acervo bibliográfico, el original dado por Palafox se iría incrementando con el obispo Francisco Fabián y Fuero, quien, siguiendo el ejemplo de su antecesor, donó libros e instó a otros a hacerlo.
Así también se incorporó parte de los acervos de los cinco colegios jesuitas, tras la expulsión de la Compañía del país.
Hasta 1857, la Biblioteca quedó a cargo del obispado, siguiendo las reglas instauradas por Palafox, primero, y luego por Fabián y Fuero, donde los bibliotecarios tenían muy claras sus tareas de difundir, criticar y hasta solicitar las novedades editoriales del mundo de las «bellas letras».
De tin marín de do pingüé
En los años que sucedieron a las Leyes de Reforma, parte del Seminario Conciliar, que incluía el colegio de San Juan, fue vendido al señor Julio Ziegler por orden del general González Ortega. Después, el Estado nuevamente adquirió, en 1859, el inmueble que incluía a la Biblioteca Palafoxiana. En el Seminario se instauró entonces el Palacio de Gobierno.
Sin embargo, podríamos decir que, a causa de las convulsiones políticas del siglo XIX y las rencillas entre la Iglesia y el Estado, la biblioteca como fondo actualizado en las ciencias del hombre dejó de existir a mediados de aquel siglo. No fue sino hasta 2003 cuando la totalidad de su acervo se dio a conocer, al catalogarse, ofreciendo al mundo un gran número de ejemplares valiosos para bibliógrafos y estudiosos de las fuentes originales. Libros que llegaron por diferentes azares del destino, pero con el objetivo de continuar su vida útil entre la estantería de la primera biblioteca pública de América. La única biblioteca que sobrevivió a pesar de las demandas, los cambios de manos y los avatares de la Historia. Al ser, hoy en día, Memoria del Mundo para la UNESCO, por lo menos cien generaciones delante de nosotros tendrán el derecho y el placer de seguir consultando sus libros, a fin de conocernos y entendernos como cultura, como civilización.
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*Este texto fue tomado y editado del libro: AA. VV., 369° aniversario: Biblioteca Palafoxiana, Puebla, Universidad de las Américas, 2015, pp. 59-78.