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La adicción a la comida

El consumo de drogas y de comida ocasiona vergüenza y aislamiento.

El efecto en el “sistema de recompensas” del cerebro
Las drogas y la comida —desde luego, en una proporción mucho menor—liberan dopamina al cerebro, una sustancia que afecta ciertas regiones cerebrales, como la que controla el placer. Con el tiempo, una persona que abusa de estas sustancias hace que el cerebro cambie y se reduzcan los receptores de dopamina, pero aún así,  el consumidor sigue deseando desesperadamente las sustancias.

Vía Canva

Antojos intensos
Como resultado de los cambios en el cerebro, los comedores compulsivos tienen antojos de alimentos dulces, salados y altos en calorías. En un estudio en la Universidad de Yale, se halló que en personas con hábitos alimenticios adictivos, la sola vista de una malteada activó las mismas zonas de placer en el cerebro que la cocaína en personas adictas a esta sustancia. De acuerdo con la Dra. Nora Volkow, en algunos casos puede considerarse la comida es más adictiva que el crack. Un estudio francés del 2007 mostró que las ratas prefieren el agua azucarada a la cocaína.

Tolerancia y síndrome de abstinencia
Dos de los principales síntomas que ayudan a detectar una adicción son la tolerancia —la necesidad de dosis mayores de una sustancia— y el síndrome de abstinencia —la incomodidad física y psicológica cuando no se consume la sustancia. En algunos estudios, ratas que habían sido expuestas a comida dulce, mostraron un deseo creciente de porciones mayores, así como muestras de síndrome de abstinencia como ansiedad y estremecimientos cuando la comida dulce se les retiró. Esto puede explicar por qué las personas que comen muchas galletas, frituras o alimentos procesados tienen un antojo permanente, aun cuando estén altamente motivados para cambiar sus hábitos alimenticios.

Negación
Exactamente como un drogadicto en negación profunda que dice «lo dejo cuando quiera», una persona con adicción a la comida piensa que «sólo le gusta mucho comer». De acuerdo con un estudio realizado en Washington, las personas piensan en números mucho menores respecto de las calorías que comen y cuánto pesan.

Intentos repetidos y fallidos de rehabilitación
¿Cuántas veces nos decimos que comenzaremos la dieta el próximo lunes, sólo para volver una y otra vez a nuestros viejos hábitos? Cerca del 95% de las personas que han sido comedoras compulsivas y consiguen perder peso, lo recuperan después.

Estigma
El consumo de drogas y de comida ocasiona vergüenza y aislamiento. Así como los drogadictos que se alejan de sus seres queridos, los comedores compulsivos tienen conductas como esconder evidencia de lo que han comido, comer a solas o escondidos y sentir una inmensa culpa después de comer, lo que los conduce a comer de nuevo. Algunos renuncian a muchas actividades porque se sienten avergonzados de su cuerpo. Muchos estudios demuestran que las personas con adicción a la comida son discriminadas en ambientes escolares, laborales y en instituciones que ofrecen servicios de salud.

Repetir la conducta a pesar de las consecuencias negativas
Los drogadictos continúan consumiendo a pesar de que hayan perdido todo lo que les importaba antes de su adicción. Mientras que la adicción a la comida no tiene riesgos como ir a la cárcel o perder los ahorros de una vida, los comedores compulsivos enfrentan graves consecuencias, como enfermedades cardiacas o diabetes, así como una disminución general de la calidad de vida. Aún así, es difícil que cambien sus hábitos.

Enfermedades conjuntas
Los drogadictos a menudo padecen de varias enfermedades mentales. De acuerdo con investigadores de la Universidad York de Toronto, es común que los adictos a la comida desarrollen padecimientos como depresión y déficit de atención.

Al hacer estas comparaciones, podemos entender mejor por qué es tan difícil perder peso o ceñirse a un estilo de vida saludable. No es extraño que los médicos estén prestando mayor atención a los adictos a la comida, y que consideren esta compulsión como una enfermedad seria.

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