El revisionismo fílmico que la industria esta pasando parece estar apenas en expansión: la creación de los «multiversos» ha hecho crecer el concepto de franquicias narrativas y ahora es aplicable a cualquier propiedad intelectual con una base de fanáticos y seguidores relativamente significativa.
El más reciente ejemplo de esta tendencia viene con la película Kong: La isla calavera en la que se revive el mito del enorme gorila que se vio por primera vez en 1933, después retomado con ambición irregular por Peter Jackson en el 2005, y ahora, de la mano del capaz Jordan Vogt Roberts, llega con una historia nueva usando a la misma bestia.
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Aquí la acción se queda en una pequeña y misteriosa isla en el Pacífico Sur en 1973, a la que llega una expedición comandada por un geólogo —John Goodman— convencido de la existencia de monstruos a raíz de las pruebas con bombas nucleares después de la Segunda Guerra Mundial, acompañado de un equipo multidisciplinario que incluye a un sagaz explorador/rastreador —Tom Hiddleston—, una fotógrafa de guerra —Brie Larson— y un decepcionado coronel —Samuel L. Jackson— junto a su tropa, recién desempacados de la derrota en Vietnam.
Usando la ambientación cronológica, Vogt Roberts se aleja completamente de la ambientación post Gran Depresión y usa como referentes claros la infernal visión belicista de películas como Apocalipsis ahora (1979) de Francis Ford Coppola, o Pelotón (1986) de Oliver Stone, para darle un giro distinto a lo que ya se ha visto antes de Kong, lo cual cuando menos se agradece de inicio, aunque se topa con otros problemas.
A pesar de ser un divertimento eficaz la película pone énfasis en un mensaje ecologista que carece de impacto, y en sus ambiciones de emular a las películas que le anteceden quedan bastante lejos tanto en tono como en forma. Muchos de los personajes de la película apenas están esbozados —a excepción de un destacado John C. Reilly—, y realmente fungen como medios para el personaje principal: Kong.
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El Kong, a diferencia de las otras criaturas perezosamente diseñadas de la Isla Calavera, es efectivo, portentoso y técnicamente perfecto, pero no cuenta con la misma sensibilidad de recreaciones anteriores, particularmente comparándolo con el delicado trabajo de Andy Serkis en la versión de 2005, decisión que probablemente tenga que ver con el planteamiento del enorme mico: una fuerza de la naturaleza, de dimensiones teológicas más que de sentimientos terrenales.
Tal como el Godzilla (2014) de Gareth Edwards —monstruo con el que ya se planea la batalla— el gigantesco simio es una deidad creada por la irresponsabilidad del hombre ante ensayos nucleares, que prefiere la soledad y que solo quiere coexistir con su medio, a diferencia del humano, que movido por la venganza o la ambición, es capaz de destruir hasta a los monstruos más colosales, reales o imaginarios.
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